¿SE HAN
VUELTO DE IZQUIERDAS LOS POLÍTICOS DE DERECHAS?
Artículo de Carlos Sánchez en “El
Confidencial.com” del 10 de junio de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Un fantasma ideológico recorre Europa. Hay quien cree que los
políticos de derechas se han vuelto de izquierdas y que, gracias a eso, han
podido destrozar a los socialistas en las elecciones al parlamento europeo. Les
han birlado, por decirlo de forma coloquial, la cartera con políticas
intervencionistas en lo económico que han dejado sin discurso a la izquierda.
Esto explicaría, según ese argumento, que los socialistas anden un tanto desubicados ideológicamente, tanto en España como en Europa, donde la derrota electoral no ha tenido paliativos. Se pone como ejemplo lo ocurrido en Francia o Alemania, donde sus respectivos gobiernos han puesto toneladas de dinero público sobre la mesa para reflotar su maltrecho sistema financiero y evitar el colapso del aparato productivo.
El argumento, a primera vista, parece correcto. Es evidente que tanto Merkel como Sarkozy, como Berlusconi -y por supuesto George W. Bush- han arrancado las hojas del manual del buen liberal con medidas artificiales de estímulo de la demanda, que en el caso de EEUU ha llegado superar el 2% del su PIB anual. Es decir, políticas de corte keynesiano. El hecho de que la ‘hoja de ruta’ la haya marcado el G-20 -convertido ahora en el guardián del renovado ‘consenso de Washington’- ofrece una formidable coartada ideológica a los conservadores, que de esta manera evitan ser calificados de peligrosos izquierdistas por parte de los custodios del Santo Grial del liberalismo.
Algo parecido sucede en España, donde no sólo el Gobierno central ha destinado ingentes cantidades de dinero a estabilizar la economía, sino que también los gobiernos regionales -de todo el arco parlamentario- han tirado del gasto público con idéntico objetivo. Hasta la liberal Esperanza Aguirre -ella se autodefine así- ha sucumbido al gasto público como bálsamo de fierabrás para combatir la crisis. Nadie negará que la presidenta madrileña interviene de forma decisiva en la economía de la región mediante numerosas empresas públicas que compiten con el sector privado, pero también a través de su capacidad de influencia (digámoslo así) en el sector privado vía Boletín Oficial de la comunidad. ¿Quiere decir esto que estamos ante un caso evidente de suplantación de la personalidad? ¿Estamos ante los mismos perros pero con distintos collares?, en palabras de un castizo.
Mercancía conservadora
No parece que vayan por ahí los tiros. Todo lo contrario. La asunción por parte de la derecha de políticas ‘clásicas’ de la izquierda -en particular en todo lo relacionado con el gasto y la inversión pública- es, en realidad, más viejo que el café migao, que diría un sevillano. Y viceversa. Los partidos socialdemócratas han comprado la mercancía conservadora durante años, y eso explica, por ejemplo, que el gasto público en Europa se mantenga claramente por encima del 46% del PIB desde hace décadas. Incluso en un país tan poco intervencionista (el menos nominalmente) como el Reino Unido el gasto público no baja del 40%. En España ha sucedido algo parecido. Con gobiernos de uno u otro signo, el peso del sector público desde 1996 se ha movido siempre en el entorno del 40%. Con un máximo del 41,6% del Producto Interior Bruto en 1997.
El gasto público, por lo tanto, no debiera interpretarse como la verdadera prueba del nueve que demuestra la frontera entre derecha e izquierda. Su nivel tiene más que ver con las circunstancias reales de cada país en determinados periodos históricos. Los países más desarrollados tienden a gastar más, porque también sus prestaciones públicas son superiores. Mientras que los países más pobres que tienden a converger en términos de renta respecto de los mejores aspiran, como es lógico, a alcanzar esos niveles de bienestar garantizado por el sector público.
Quiere decir esto que la derecha abraza el gasto público porque no hay otro instrumento más eficaz para frenar la sangría económica en el corto plazo. Y acaba de ganar las elecciones, precisamente, porque sin remilgos es capaz de adaptarse a la realidad de las cosas sin apriorismos ideológicos que actúan a modo de orejeras. Si hay que nacionalizar un banco se hace y no pasa nada, siempre que se explique de forma suficiente.
La izquierda europea, por el contrario, no ha sido capaz de ponerse al frente de las reformas ni de abrazar una panoplia de objetivos políticos destinados a cambiar el curso de la historia. Su tancredismo económico -salvo en el caso de la última legislatura de Gerhard Schröder- le ha llevado a situarse en posiciones defensivas en cuestiones tan calientes para los ciudadanos como el sistema fiscal, el modelo de relaciones laborales o el sistema de representación en Estrasburgo, donde domina una élite política completamente desacreditada, como reflejan los índices de participación electoral. Con ello han logrado que la derecha aparezca ante la opinión pública como representante genuina del cambio social.
Su repelús hacia los cambios económicos y políticos ha llegado al extremo de que dentro de su espectro ideológico los ecologistas le han vuelto a comer el terreno, como ha sucedido en Alemania y, sobre todo, en Francia. Mientras que parte de su histórica base social se moviliza para alcanzar determinadas metas, ya sea el cierre de una central nuclear o la creación de un mundo menos depredador de los recursos naturales y más respetuosa con la ética de la cosa pública, la izquierda tradicional -empapada de retórica- y de un tacticismo paralizante aparece ante la opinión pública como los guardianes del statu quo. Se ha quedado, por lo tanto, sin banderín de enganche. Y ahí está el problema.