LA PERPLEJIDAD DE LA IZQUIERDA EUROPEA
En “ESCAÑO 351” del 15 de junio de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
(PD).- Perplejidad es la palabra. La izquierda europea ha quedado entre sorprendida y desconcertada ante la «oleada azul», como llama el defenestrado Borrell al triunfo continental de la derecha, los malvados neoliberales cuyas políticas desreguladoras y especulativas habían causado, según los socialdemócratas, la recesión que nos aflige.
Y ahora resulta que los ciudadanos los prefieren para salir del atolladero, y que la retórica de refundación del capitalismo ha llevado a sus promotores a encallar en un verdadero naufragio político.
El socialismo que nos iba a salvar del fracaso liberal se ha desplomado sin entender cómo es posible que la gente no lo haya llamado al rescate del sistema.
Como subraya Ignacio Camacho en ABC, es que las cosas no eran tan simples. En primer lugar, porque la socialdemocracia sólo recordó la intrínseca maldad capitalista cuando hizo crisis el modelo que ella misma había abrazado sin reservas.
La izquierda se subió alborozada al carro de la prosperidad sin cuestionar sus fundamentos; el mismo Zapatero blasonaba de las virtudes de una economía que iba a llevarnos al pleno empleo.
El juego de culpar de la recesión a los adversarios ha quedado
demasiado a la vista: se trataba de una mera argucia política para obtener
réditos de la dificultad sobrevenida.
En segundo término, la perversa derecha ha reaccionado, allá donde gobernaba,
con recetas socialdemócratas: dinero público en socorro de empresas en quiebra
y mayor presencia del Estado en la regulación de la economía.
Les han quitado a los rivales las armas para pelear con ellas. Y en tercera instancia, hay un problema de liderazgos: retirado Tony Blair no queda en Europa un solo dirigente de izquierda con credibilidad para sobreponerse al empuje de los Sarkozy, Merkel o Cameron. ¡Pero si hasta ha resistido Berlusconi! La socialdemocracia es un desierto de líderes que añora el cesarismo mitterrandiano o el carisma gonzalista.
Queda, claro, el líder planetario. Ha sido el que mejor ha quedado en términos absolutos, pero ha recibido un varapalo contundente; es difícil presentarse como salvador de nada cuando se acaban de perder unas elecciones desde el Gobierno. ZP fue el que con más impudicia y entusiasmo utilizó el argumentario antiliberal para culpar de la crisis a sus adversarios, y su ventajismo ha quedado en evidencia.
Lo peor fue que, antes de descubrir que los «neocons» habían llevado al mundo a la ruina, se empeñó en negar la ruina misma; a partir de ahí, sólo ha podido ir braceando contra las evidencias, claramente arrastrado por ellas en un torrente de rectificaciones contradictorias.
Y ahora, en el momento de la autocrítica, parece el único de su bando empeñado en eludir la admisión de sus errores. Su arrogante empecinamiento recuerda el autoritarismo gilrroblista: los jefes no se equivocan. Pero los ciudadanos tampoco.