Editorial de “El País”
del 05 de octubre de 2009
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial
que sigue para incluirlo en este sitio web
Los partidos
socialdemócratas europeos pierden aceleradamente su relevancia política de
antaño
El desplome electoral del Partido Socialdemócrata
alemán, uno de los más consolidados referentes de la izquierda democrática,
confirma la creciente hegemonía de las fuerzas conservadoras en Europa, a la
que se sumará, si se cumplen los pronósticos, el triunfo de los tories
británicos. La situación de la izquierda en Francia e Italia tampoco alimenta
grandes expectativas, y otro tanto cabría decir de España, donde los sondeos
han comenzado a dibujar un vuelco conservador en las preferencias de los
votantes, insensibles de momento a la debilidad de la alternativa. La victoria
parcial de José Sócrates en Portugal y los datos de ayer favorables para los
socialistas griegos demuestran que siguen existiendo factores nacionales que
inciden en los resultados de la izquierda, pero nada pueden contra lo que se
perfila como corriente general.
La izquierda se muestra perpleja de que los ciudadanos
no pasen factura a los partidos que inspiraron las políticas económicas
causantes de la crisis. Se olvidan, así, de que mientras gobernó no trató de
corregirlas ni de cuestionarlas. Más bien les ofreció un aval en la línea de la
Tercera Vía de Tony Blair y se limitó a marcar sus diferencias con los
conservadores en terrenos como los valores y las costumbres. Como consecuencia,
la izquierda no sólo no se ha legitimado como alternativa cuando tenía que
hacerlo, sino que, en muchos casos, la crisis le sorprendió en el Gobierno, gestionando
la economía desde los presupuestos que han fracasado y que los electores
castigan en su cabeza. Cuando ahora los conservadores adoptan para salir de la
crisis las políticas que tradicionalmente se asociaban a la socialdemocracia,
no hacen más que ocupar un territorio que ésta dejó vacío durante los años de
bonanza.
La reacción de la izquierda ante esta situación no
puede resultar más equivocada. Por una parte, se ha dedicado a buscar los
problemas en su interior, desencadenando luchas de liderazgo que, hasta el
momento, se han saldado con una victoria de los aparatos y, por consiguiente,
de los dirigentes que mejor los controlan, no de los más capaces y
experimentados. Por otra, ha reforzado el discurso de los valores y las
costumbres, que la crisis ha convertido en una lengua de madera de acentos
beatíficos y compleja traducción práctica. Mientras los partidos a la izquierda
no dispongan de un análisis de lo que está pasando, y no tanto de lo que les
ocurre a ellos, es difícil que puedan revertir una
tendencia electoral que los está alejando del poder en los países más
importantes de Europa.
Esta pérdida de peso no es una buena noticia para
nadie, ni siquiera para los partidos conservadores. Entre otras razones porque
el vacío que la izquierda deja está siendo ocupado en muchos casos por
discursos y fuerzas populistas, contra las que los partidos democráticos, sea
cual sea su ubicación ideológica, siempre han tenido serias dificultades para
competir en el terreno electoral.