REEVALUAR LA SOBERANÍA
Artículo de Richard N. Haass en “ABC” del 03.03.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Durante 350 años, la soberanía
-la noción de que los estados son actores centrales de la escena mundial y los
gobiernos son esencialmente libres de hacer lo que deseen dentro de su propio
territorio, pero no dentro del de otros estados- ha sido el principio
organizador de las relaciones internacionales. Ha llegado el momento de
reevaluarlo. Los más de 190 estados del mundo coexisten hoy con un gran número
de actores no soberanos que son independientes en parte, desde corporaciones a
organizaciones no gubernamentales (ONG), desde grupos terroristas a carteles de
la droga, de institucionales regionales y globales a bancos y fondos de
capitales privados. El estado soberano resulta influido por ellos (para bien y
para mal), del mismo modo que es capaz de ejercer su influencia. Hay una erosión
del cuasi monopolio que una vez tuvieron las entidades soberanas.
Como resultado, se necesitan nuevos mecanismos de gobierno regional y global que
incluyan a actores no estatales. Esto no quiere decir que Microsoft, Amnistía
Internacional o Goldman Sachs tengan que recibir escaños en la Asamblea General
de la ONU, pero sí significa incluir representantes de estas organizaciones en
las deliberaciones regionales y globales cuando tengan la capacidad de afectar
el modo en que pueden afrontar los retos surgidos. Más aún, los estados deben
estar preparados para ceder parte de su soberanía a entes mundiales, si es que
se desea que funcione el sistema internacional. Esto ya está ocurriendo en el
ámbito del comercio. Los gobiernos aceptan las determinaciones de la OMC porque,
a fin de cuentas, se benefician de un orden comercial internacional, incluso si
una decisión particular exige que modifiquen prácticas que tienen el derecho
soberano de ejercer.
Algunos gobiernos están preparados para renunciar a elementos de soberanía para
hacer frente a la amenaza del cambio climático global. En virtud de este acuerdo
-el Protocolo de Kyoto, que rige hasta el año 2012- los firmantes aceptan
reducir emisiones específicas. Lo que se necesita ahora es un segundo acuerdo en
que una mayor cantidad de gobiernos, entre ellos los de EE.UU., China e India,
acepten límites a las emisiones o adopten estándares en común a partir del
reconocimiento de que estarían en peor situación si ningún país lo hiciera.
Todo esto sugiere que, para que los estados puedan hacer frente a la
globalización, es necesario redefinir la soberanía. En lo fundamental, la
globalización conlleva el aumento del volumen, la velocidad y la importancia de
los flujos de personas, ideas, gases que causan el efecto invernadero, bienes,
dólares, drogas, virus, armas y mucho más, desafiando los principios
fundamentales de la soberanía: la capacidad de controlar lo que cruza las
fronteras en cualquiera de las dos direcciones. Cada vez más, los estados
soberanos miden su vulnerabilidad no frente a otros, sino frente a fuerzas que
están más allá de su control.
En consecuencia, la globalización implica que la soberanía no sólo se esté
debilitando en los hechos, sino que además debe debilitarse. Sería sabio atenuar
la soberanía para protegerse a ellos mismos, ya que no se pueden aislar de lo
que pasa en el resto del mundo. La soberanía ya no es un santuario.
Esto quedó demostrado con la reacción estadounidense y mundial frente al
terrorismo. El gobierno talibán de Afganistán, que dio acceso y apoyo a Al
Qaida, fue sacado del poder. De manera similar, la guerra preventiva de EE.UU.
contra un Irak que hizo caso omiso de la ONU, y del que se pensaba que poseía
armas de destrucción masiva mostró que la soberanía ya no proporciona una
protección absoluta. Imaginemos cómo reaccionaría el mundo si se supiera que un
gobierno tiene planes de usar o transferir un dispositivo nuclear o ya lo
hubiera hecho. Muchos argumentarían, con razón, que la soberanía no da
protección a tal estado.
Puede llegar a ser necesario reducir o hasta eliminar la soberanía cuando un
gobierno, sea por falta de capacidad o por política deliberada, no sea capaz de
satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos. Esto refleja no sólo
escrúpulos, sino la visión de que el fracaso y el genocidio de un estado pueden
producir flujos de refugiados desestabilizadores y crear espacios para que los
terroristas echen raíces. La intervención de la OTAN en Kosovo fue un ejemplo en
que una cantidad de gobiernos escogieron violar la soberanía de otro gobierno
(Serbia) para detener la limpieza étnica y el genocidio. En contraste, las
matanzas masivas ocurridas hace una década en Ruanda y hoy en Darfur (Sudán),
demuestran el alto precio de dar valor supremo a la soberanía y hacer poco por
prevenir la masacre de inocentes. Por tanto, nuestra noción de soberanía debe
ser condicional, incluso contractual, en lugar de absoluta. Si un estado no hace
su parte del trato, y patrocina el terrorismo, ya sea transfiriendo o utilizando
armas de destrucción masiva o cometiendo genocidio, invalida los beneficios
normales de su soberanía y se abre a un ataque, un derrocamiento o una
ocupación. El desafío diplomático de hoy es lograr un apoyo generalizado a unos
principios de conducta por parte de los estados y un procedimiento para
determinar las acciones necesarias cuando éstos se violen.
El objetivo debe ser redefinir la soberanía en la era de la globalización, para
encontrar un equilibrio entre un mundo de estados completamente soberanos y un
sistema internacional de gobierno mundial. La alternativa es una anarquía
general. Es necesario preservar la idea básica de la soberanía, que todavía
constituye una útil limitación a la violencia entre estados. Sin embargo, se
debe adaptar el concepto a un mundo en que los principales desafíos al orden
provienen de lo que las fuerzas globales hacen a los estados y lo que los
gobiernos hacen a sus ciudadanos, en lugar de lo que los estados se hacen entre
sí.
© Project Syndicate, 2006
(*) Presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos y autor de
The Opportunity: America´s Moment to Alter History´s Course.