LA AGENDA DE OBAMA EN EL SIGLO XXI

Artículo de Emilio Lamo de Espinosa en “El Imparcial” del 21 de enero de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

A Rafael del Aguila, amigo y compañero

La espectacular toma de posesión de Obama este martes día 20 va a marcar una etapa radicalmente nueva en el complejo espacio de las relaciones internacionales lo que, dicho hoy, a comienzos del siglo XXI, quiere decir una etapa nueva en el imparable proceso globalizador de la emergente sociedad mundial. Y ello por dos razones distintas íntimamente relacionadas. De una parte, asistimos al final de la era Bush, que es el final de un largo periodo de dominio republicano en Estados Unidos que comenzó (exitosamente) con Reagan en 1979, confirmando la hegemonía americana en 1991 con la caída de la Unión Soviética, pero que ha acabado con la Presidencia peor valorada en la historia de ese país. La otra razón del cambio es la inesperada (sí, inesperada, aunque ahora florezcan los “yo ya lo dije”) crisis financiera y concomitante crisis económica, que afecta a todo el mundo, desarrollado o no. Lo primero fuerza a modificar la política internacional; lo segundo obliga a cambiar la política económica y, ante todo, a mirar hacia dentro más que hacia afuera. Ambas implicaran una puesta al día del espacio de solapamiento de ambas, de lo que podríamos llamar la geopolítica mundial.

La prioridad de Obama a partir del día 20 está clara: volver a ganar las elecciones en el 2.012. No nos engañemos, Obama es un político, y ese, y no la política exterior, será su principal objetivo. Para ello tiene que poner orden en la maltrecha economía de ese país y, sobre todo, reducir el desempleo, lo que será sin duda el tema central de su brillante equipo en los próximos meses. La expectativa de ese activismo, tras la pasividad de un Bush amortizado, levantará el optimismo y los mercados financieros (ya lo está haciendo), pero veremos si ese optimismo resiste la confrontación con la economía real en la primavera del 2009, que será el test definitivo de la eficacia de la exuberancia neokeynesiana y estatalista que nos invade, supuesto contrapeso a la previa exuberancia de los mercados. Pero, en todo caso, la economía americana es ya sólo una pieza del puzle mundial. No es posible separar la economía americana de la europea, y no es posible levantar ambas sin que lo haga el gran mercado emergente de la economía china, que es ya la segunda economía del mundo en paridad de poder adquisitivo, la tercera en dólares constantes, y el segundo motor (junto a Estados Unidos, pero por delante de la UE) de la economía mundial.

Además, Obama se encuentra un mundo muy distinto del que disfrutaron los anteriores presidentes. El sueño de un orden trilateral (USA + la UE + Japón) se desvaneció ya a finales de los 90 con la crisis de la economía nipona. La actual crisis política de la UE, empantanada con el Tratado de Lisboa y humillada un día sí y otro también por Putin, hace que nadie crea ya en ella salvo algunos europeos mal informados. Y mientras, emergen inmensas potencias como China, India o Brasil con las que no se puede no contar. Países con inmensas necesidades de recursos (poderosos importadores de casi todo), cuya producción manufacturera no ha hecho sino crecer (y son ya poderosos exportadores), en algunos casos con gigantescos fondos soberanos que pueden sufragar nuestro alocado endeudamiento y, finalmente (pero muy a tener en cuenta), embarcados en una militarización acelerada que hace de ellos peligrosos enemigos (nuestros o entre sí).

Reagan inauguró la hegemonía americana y puso así brillante punto final al siglo XX al cancelar el segundo de los totalitarismos que la creatividad europea había alumbrado: el comunista. Clinton disfrutó a raudales de esa posición hegemónica a lo largo de los “rugientes años 90” (Stiglitz), durante los que cobramos el dividendo de la paz tras el fin de la Guerra Fría, disfrutamos de la tercera ola democratizadora del mundo, y casi creímos estar en el fin de la historia (Fukuyama) e incluso en el fin del trabajo (Reich). Alocado optimismo, como comprobó Bush al chocar con las “puertas de fuego” (Kofi Anan) del siglo XXI la mañana del 11 de septiembre del 2001, tema al que ha dedicado su doble mandato, tropezando en Irak primero y ahora (con nosotros) en Afganistán (aunque quienes peroran sobre su fracaso harían bien en preguntarse cómo es posible que el 11S no se haya repetido en ese país). Pero ya Clinton, y sobre todo Bush, han menospreciado que, mientras se ocupaban de la amenaza inminente (la yihadista), era otra, las nuevas potencias, la que afloraba en el horizonte.

De modo que la gran pregunta hoy, la que define el panorama estratégico del siglo XXI es la siguiente: la incorporación de China, India y otros grandes países (Indonesia, Brasil, México), ¿será como la de finales del XIX, la incorporación de Alemania tras la unificación de Bismarck, Japón tras la restauración Meiji , y los Estados Unidos tras la guerra civil, con sus respectivas demandas de recursos y materias primas, de lo que se llamó entonces “espacio vital”, lebensraum? Los más pesimistas sostienen la comparación y en el escenario europeo la lucha por el abastecimiento ya ha comenzado. Pues bien, aquello, la incorporación de las tres grandes potencias que marcarían el siglo XX, costó no menos de dos guerras mundiales. Esperemos que la humanidad haya aprendido de sus errores y esta brutal crisis de crecimiento y prosperidad sepamos gestionarla mejor.

De modo que Obama, y nosotros con el, entramos ya en el siglo XXI, voluntariamente o arrastrados por la crisis económica, y la sustitución del G8 por el G20 en Washington en noviembre pasado no hace sino confirmar ese nuevo orden geopolítico que Richard Haas llama “apolar” pero los analistas chinos, más sutiles, califican acertadamente como “una hiperpotencia, varias grandes potencias”. La multipolaridad, ansiada por Chirac o Scröeder y acariciada por Rodríguez Zapatero, ya está aquí, aunque sea una “multipolaridad asimétrica” y de la que la UE está casi ausente. Esperemos no tener que decir: no era esto, no era esto.