UN SÍ A EUROPA
Artículo de EMILIO LAMO DE ESPINOSA, del Real Instituto Elcano, en “ABC” del 23/12/04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
VIVIMOS
tiempos turbulentos que han generalizado una sensación de vulnerabilidad e
incertidumbre, la idea de que vamos a peor. Pero no es cierto, ni por lo que
hace al mundo, ni por lo que respecta a Europa. Hace pocos meses recibíamos a
diez nuevos miembros confirmando el fin de Yalta y la guerra fría, un magnífico
acontecimiento que viene a sumarse a una espléndida trayectoria que ha permitido
a Europa alcanzar tres éxitos inmensos.
Para comenzar, ha conseguido reforzar y extender órdenes políticos basados en el
Estado democrático, el rule of law, la separación de poderes y el respeto a los
derechos humanos. En 1945 poco más de media docena de Estados eran democracias;
hoy lo son todos, y en el linde exterior de la UE al menos otra media docena más
se preparan para ello de modo que el «modelo UE» se extiende como una mancha de
aceite. Jamás en la historia europea tantos ciudadanos habían gozado de tanta
libertad.
En segundo lugar, la UE ha conseguido reforzar y ampliar la prosperidad a toda
Europa. Para la UE-15 la pobreza ha quedado atrás y hemos entrado, no ya en el
bienestar, sino en la afluencia y, en ocasiones, incluso en la opulencia. Jamás
en la historia de Europa tanta gente ha gozado de tanta prosperidad y, una vez
más, los beneficios de esa prosperidad se extienden a los vecinos y,
eventualmente, a los vecinos de los vecinos.
Finalmente, Europa goza de una seguridad jamás vista y el riesgo de guerra
interna ha desaparecido por completo. Ese fue el objetivo del proyecto europeo:
acabar con el horror de siglos de guerras y matanzas. Hemos sustituido la
clásica confrontación westfaliana de soberanías en juegos de suma cero por la
puesta en común de soberanías, dando lugar a un orden internacional nuevo,
post-hobbesiano (y no es cita de Robert Kagan sino de Philip Schmitter), en el
que el recurso a la violencia ha desaparecido. Y otra vez más, los Estados
vecinos se aprestan a entrar en ese orden post-inter-estatal renunciando al uso
de la fuerza.
De modo que podemos asegurar que jamás Europa ha sido tan libre, tan próspera o
tan segura, un éxito de alcance histórico-universal que explica que todos los
países vecinos desean entrar en el club.
Pero la UE es, como señaló Delors, un Objeto Político No Identificado que se ha
construido por la puerta de atrás siguiendo el método funcionalista: arbitremos
un mercado y que la economía tire de la política y la política tire de la
cultura. Era la estrategia de Robert Schumann: «realizaciones concretas» para
generar «solidaridades de hecho», tal debía ser «la primera etapa de la
federación europea». Que ha sido completada con éxito pero no sin costes, y el
precio ha sido un serio déficit democrático: la UE no responde ante los
ciudadanos, hasta el punto de que con frecuencia los Estados «exportan» a la
Unión las más variadas competencias justamente para sustraerlas del incómodo
debate democrático nacional. La UE profundiza y exporta democracia, pero ella
misma es dudosamente democrática, de modo que (como dice irónicamente Ulrich
Beck) si la UE pidiera mañana ingresar en la UE debería ser rechazada; no cumple
los criterios de Copenhague.
Justamente para cerrar ese déficit se convocó la Convención que debía elaborar
una nueva Constitución, arrastrando así a la ciudadanía camino de un demos
europeo. Creo honesto reconocer que ese objetivo movilizador se ha conseguido
muy parcialmente, y el proyecto de saltar desde el discurso económico
intergubernamental al discurso político federal no ha tenido éxito, como lo
prueban la fuerte abstención en las elecciones europeas o el desinterés hacia el
Tratado Constitucional. Sin embargo, si pretendemos que Europa avance, si
queremos más y no menos Europa (y es mi caso), es imprescindible abandonar el
método indirecto. Pues bien, creo que para ello la UE debe abordar de frente al
menos cinco importantes dilemas.
En primer lugar, el más importante, el de la amplitud. ¿Estamos ante una Unión
política de la región oeste de Eurasia o ante un método nuevo de articulación de
relaciones internacionales? En buena medida la UE es hoy lo segundo, un método
de articulación de relaciones internacionales mediante la cooperación y los
negocios que, tendencialmente al menos, podría llegar a abarcar al mundo entero.
La otra opción, por supuesto, es la de una unión política, pero en este caso
debe tener límites territoriales precisos. ¿Cuáles? Puede que la ampliación
fuerce a la profundización (aunque eso está por ver), pero la lógica de la
ampliación continua impide la profundización.
Ese es el segundo dilema, el de la profundidad: ¿estamos ante los Estados Unidos
de Europa, una confederación de Estados que camina hacia su federación? Hasta el
momento, y como simple unión monetaria y económica, no ha necesitado un
liderazgo político fuerte. Pero ¿cómo tener unión económica sin gobernanza
económica? Se dice que la UE es un gigante económico; cierto, si por tal se
entiende un inmenso mercado y una poderosa máquina productiva. Pero en la medida
en que esa economía no puede ponerse al servicio de un proyecto político, el
gigante económico no controla sus miembros, que caminan cada uno a su propio
ritmo.
El tercer dilema afecta al modelo socio-económico. ¿Se acepta el modelo renano
que sirvió muy bien en el pasado pero hoy no es eficiente, o se transita al
modelo de mercado americano? No es casual que los países que llevaron más lejos
el Estado del Bienestar (el Reino Unido o los países nórdicos) se hayan pasado
al segundo modelo sin abandonar del todo el primero, lo que evidencia que la
opción no es rotunda y quizás en la Agenda de Lisboa podamos encontrar la
superación del dilema. En todo caso, sea cual fuere el modelo, este requiere
igualdad y, por lo tanto, solidaridad, lo que conduce a un presupuesto muy
superior al 1 ó 2 por ciento del PIB. Querer una Europa federal pero de bajo
coste es una contradicción radical ante la que Alemania, Francia y otros países
sucumben cada día.
Los dos últimos dilemas afectan a la UE como actor en el escenario mundial. Para
comenzar, ¿es posible y realista tener una y sólo una política exterior europea?
Considerando la diversidad de intereses, el peso de la historia colonizadora de
los países europeos y su variada proyección geográfica, no parece tarea fácil.
¿Es razonable esperar que Francia comunitarice su política africana? ¿Puede la
UE asumir la agenda iberoamericana de España? La UE puede, en ocasiones (pero
sólo en ocasiones), articular políticas comunes (Israel, los Balcanes), pero no
parece realista pensar en una fusión de los servicios exteriores de los
veinticinco países. ¿Renunciarían Francia e Inglaterra al veto en la ONU a
cambio de la presencia de la UE?
Y esto nos lleva al quinto y último dilema, la seguridad. Europa ha sido un
free-rider de la seguridad americana desde 1945. Porque no ha podido, porque no
ha querido, o porque no la han dejado, el resultado es que su seguridad ha
dependido de un ejército ajeno que responde ante un contribuyente ajeno. Y así
sigue, a pesar de importantes avances. De nuevo, ¿queremos una UE federal de
bajo coste? Sin fuerza que la respalde, la política exterior de la UE es
escasamente creíble, como vemos a diario en Palestina, Darfour u otros
escenarios.
El Tratado Constitucional no da respuesta a estos problemas, pero tampoco sería
posible abordarlos sin él. Quien se haya molestado en leer el texto del Tratado
(el Instituto Elcano y Biblioteca Nueva acaban de sacar la primera edición
española), desde el horrible preámbulo de Giscard d´Estaing hasta el último de
sus numerosísimos artículos, no echará las campanas al vuelo. Pero sienta bases
imprescindibles para avanzar en la construcción de Europa, y sin una UE fuerte
será imposible la gobernabilidad de un mundo globalizado. La UE, el tercer gran
experimento político europeo del siglo XX, tras el comunismo y el fascismo,
merece más que un voto de confianza, y si por algo debemos criticar al Tratado
es por dar «poca» Europa, no por dar demasiada.