LA NUEVA RELACIÓN DE ESTADOS UNIDOS CON RUSIA
Temor europeo de un
nuevo Yalta
La situación no evolucionará hasta que Obama
dirima la disputa entre realistas e idealistas
Artículo de Mateo Madridejos* en “El Periódico” del 27 de
julio de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
La
reciente visita del presidente Barack Obama a Moscú permitió llegar a un modesto aunque
prometedor acuerdo para un calendario sobre la reducción de los ingentes
arsenales nucleares, uno de los más gravosos legados de la guerra fría, pero
suscitó múltiples suspicacias a un lado y otro del que fuera telón de acero,
sirvió de pretexto para que Europa escenificara de nuevo sus profundas
divergencias y confirmó hasta qué punto los intereses estratégicos y económicos
condicionan la política exterior de la superpotencia única, cuya hegemonía está
en declive y precisa del concurso de otros poderes tradicionales o emergentes.
«El Gorbachov
norteamericano, esperanza de toda la humanidad progresista», como irónicamente
lo saludó un periódico moscovita, habrá comprendido que la cooperación con
Rusia no será un camino de rosas y que previsiblemente exigirá el sacrificio o
preterición de algunos amigos y se cimentará a expensas de la democracia y de
los ideales redentores. Porque lo que está en el aire es la soberanía estratégica
de Rusia, el problemático y polémico avance de la OTAN, que no debería llegar
al Cáucaso, y el reparto de zonas de influencia.
El
Kremlin pugna por lograr un nuevo Yalta, aunque
territorialmente menos profundo que el que Roosevelt y Churchill regalaron a Stalin
en 1945. EEUU y sus aliados europeos no movieron un dedo cuando los tanques
soviéticos aplastaron la revuelta húngara (1956) o liquidaron la primavera de
Praga (1968). Si Leonid Brezhnev
inventó la soberanía limitada manu militari, Gorbachov la repudió al proclamar
en Berlín que no intervendría (1989), pero la Rusia de Putin, un poder
obsesivamente revisionista con una agenda del siglo XIX, como denuncian en
Varsovia, pretende recuperarla por medios intimidatorios, pero menos
estridentes, como la presión petrolera o las luchas intestinas en Ucrania,
Georgia o Azerbaiyán.
Lejos de la obamamanía que se detecta en las
capitales occidentales, los rusos permanecieron indiferentes –sólo el 12%
expresó simpatía por el ilustre visitante– mientras el presidente Dmitri Medvédev y el primer
ministro, Vladimir Putin, expusieron los agravios y se limitaron a preguntar:
«¿Qué hay de lo nuestro?» O lo que es lo mismo, a inquirir sobre el papel que Obama reserva a Rusia en el orden mundial y cuál es el significado
último de la realpolitik y la cautela que preconiza
en los asuntos mundiales. La prensa rusa más nostálgica zahirió al «emperador
americano», pero los realistas de Moscú arguyeron que la crisis económica
impide que EE UU abra nuevos frentes o provoque la escalada.
En diferentes ocasiones, y muy especialmente en Praga el 5 de abril, con motivo
de la cumbre de la OTAN, Obama dejó bien sentado que
no reconocerá a Rusia una privilegiada zona de influencia, pero su principal
discurso en Moscú resultó lo bastante ambiguo como levantar ampollas en los
países que estuvieron sometidos al yugo soviético. La frustración y la
desconfianza se concretaron en una carta abierta de 22 líderes de la Europa
central y oriental, dirigida a Obama, en la que
aseguran que Rusia sigue amenazando su soberanía 20 años después del fin de la
guerra fría. «No todo marcha bien en nuestra región o en la relación
transatlántica», advierten.
Entre
los firmantes, los expresidentes Havel, Walesa, Kwasniewski, Constantinescu, Adamkus y Vike-Freiberga, los
cuales temen que un acuerdo Moscú-Washington se haga con olvido o menoscabo de
sus legítimos intereses, empezando por el abandono del proyecto de escudo
antimisiles previsto en Polonia y la República Checa, una decisión que, según
los signatarios de la carta, «socavaría la credibilidad de EEUU en toda la
región». Puesto que los problemas estratégicos norteamericanos en Afganistán,
Corea del Norte e Irán demandan la asistencia diplomática o logística de Rusia,
la llamada nueva Europa, del Báltico al mar Negro, recuerda con admiración a Ronald
Reagan y deplora la creciente debilidad de la OTAN.
Los
países de Europa oriental reclaman la protección de EEUU y la OTAN, pero
desconfían de la Unión Europea, a la que pertenecen, cuya política de seguridad
y defensa común es una entelequia. Las dos Europas forman parte del bloque de
inercia militar y diplomática. Pocos días después de la cumbre
ruso-norteamericana, la cancillera alemana, Angela Merkel, no contribuyó a
disipar el malestar, sino a agravarlo, con su cordial entrevista en Múnich con
el presidente Medvédev, al que ni siquiera reprochó
el asesinato en Chechenia de la periodista y defensora de los derechos humanos Natalia
Estemírova. La prensa germana presentó a la cancillera como muy sensible al señuelo de los
hidrocarburos e incluso a la añeja tentación de que el mercado ruso puede
salvar a la gran industria.
Para
contrarrestar el malestar y el nerviosismo, el vicepresidente de EEUU, Joseph Biden, un realista tradicional, viajó a Ucrania y Georgia,
los dos eslabones más frágiles, donde volvió a conjugar el palo con la
zanahoria. Recomponer la relación con esos dos países, «sin molestar a Rusia»,
como se pretende en Washington, parece una tarea imposible. La situación no
evolucionará hasta que el presidente Obama dirima la
disputa entre realistas e idealistas que introduce siempre la confusión en los
primeros compases de todas las presidencias. Quizá los europeos puedan seguir
el mismo método para resolver el dilema que los atenaza.
*Periodista
e historiador.