MAGDI ALLAM: POR QUÉ ME CONVIERTO DEL ISLAM AL CATOLICISMO
Carta
abierta de Magdi Allam al Director del “Corriere
della Sera”, del 29-3-08, publicada en “El Manifiesto”
Por
su interés y relevancia he seleccionado la carta abierta que sigue para incluirla en este sitio web.
El
formateado es mío (L. B.-B.)
Querido director: Lo que te voy a contar se refiere a
una decisión de fe y de vida personal, que, de ninguna manera, quiere implicar
al ´Corriere della Sera´, del que me honro en formar
parte desde 2003, con el cargo de vicedirector ´ad personam´.
Te escribo, por lo tanto, como protagonista de la vivencia y como ciudadano
privado. El Domingo por la noche me convertí a la
religión católica, renunciando a mi anterior fe islámica.
De esta forma y por la gracia divina, vio la luz el
fruto sano y maduro de una larga gestación vivida en medio del sufrimiento y de
la alegría, entre la profunda e íntima reflexión y la consciente y manifiesta
exteriorización.
Estoy especialmente agradecido a Su Santidad, el Papa
Benedicto XVI, que me administró los sacramentos de la iniciación cristiana,
Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, durante la
solemne celebración de la Vigilia Pascual. Y adopté el nombre cristiano más
sencillo y explícito: "Cristiano".
Desde el domingo, pues, me llamo Magdi
Cristiano Allam. El del domingo fue, para mí, el día
más bello de mi vida. Adquirir el don de la fe cristiana en la celebración de
la Resurrección de Cristo de manos del Santo Padre es, para un creyente, un
privilegio inigualable y un bien inestimable.
A mis casi 56 años, es en mi historia personal un
hecho histórico, excepcional e inolvidable, que marca un punto de inflexión
radical y definitivo respecto al pasado.
El milagro de la Resurrección de Cristo se ha reflejado en mi alma,
liberándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia
hacia el ´diferente´, condenado acríticamente como ´enemigo´, priman sobre el
amor y el respeto al ´prójimo´, que es siempre y en cualquier circunstancia
´persona´.
Al mismo tiempo, mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología
que legitima la sumisión y la tiranía, permitiéndome adherirme a la auténtica
religión de la Verdad, de la Vida y de la Libertad. En mi primera Pascua como
cristiano, no sólo he descubierto a Jesús, sino que he descubierto, por vez
primera, al auténtico y único Dios, que es el Dios de la Fe y de la Razón.
Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de
una gradual y profunda reflexión interior, a la que no pude sustraerme, dado
que, desde hace cinco años, me veo obligado a llevar una vida blindada, con
vigilancia fija en mi casa y con la escolta de los carabineros en todos mis
desplazamientos, por culpa de las amenazas y de las condenas a muerte dictadas
contra mí por los extremistas y los terroristas islámicos, tanto por los
residentes en Italia como por los que viven en el extranjero.
He tenido que interrogarme, pues, sobre la actitud de los que han dictado
públicamente fatuas (condenas jurídicas islámicas), denunciándome a mí, que era
musulmán, como "enemigo del islam", como "hipócrita cristiano
copto que finge ser musulmán para perjudicar al islam" y como
"traidor y difamador del islam", legitimando de esta forma mi condena a muerte.
Me he preguntado a menudo cómo es posible que a alguien como yo que luchó de una forma convencida y ardiente por un ´islam
moderado´, asumiendo la
responsabilidad de exponerme en primera persona en la denuncia del extremismo y
del terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en nombre
del islam y tras una supuesta legitimación coránica.
De esta forma me fui dando cuenta de que, más allá de la coyuntura que
registra la implantación del fenómeno de los extremistas y del terrorismo
islámico en todo el mundo, la raíz del mal está inscrita en un islam que es
fisiológicamente violento e históricamente, conflictivo.
Paralelamente, la Providencia me ha ido poniendo en el
camino a personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su
testimonio y de su amistad, se convirtieron, poco a poco para mí, en punto de
referencia en el plano de las certezas de la verdad y de la solidez de los
valores.
Comenzando por tantos amigos de Comunión y Liberación,
con Don Julián Carrón a la cabeza; por sencillos religiosos como Gabriele Mangiarotti, sor Maria Gloria
Riva, Don Carlo Maurizi y el padre Yohannis Lahzi Gaid; o por el redescubrimiento de los salesianos gracias a
Don Angelo Tengattini y Don
Maurizio Verlezza,
culminado en una renovada amistad con el Rector Mayor, Don Pascual Chávez
Villanueva; hasta el abrazo de altos prelados de gran humanidad como el
cardenal Tarcisio Bertone,
monseñor Luigi Negri, Giancarlo
Vecerrica, Gino Romanazzi
y, sobre todo, monseñor Rino Fisichella,
que me ha acompañado personalmente en mi recorrido espiritual de aceptación de
la fe cristiana.
Pero indudablemente el encuentro más
extraordinario y significativo en la decisión de convertirme fue el que mantuve
con el Papa Benedicto XVI, al que siempre he admirado y defendido siendo
musulmán, por su maestría a la hora de establecer el vínculo indisoluble entre
la fe y la razón como fundamento de la auténtica religión y de la civilización
humana, y al que me adhiero plenamente
como cristiano por inspirarme una nueva luz en el cumplimiento de la misión que
Dios me ha reservado.
Querido director, me has preguntado si no temo por mi
vida, consciente de que la conversión al cristianismo implicará ciertamente una
enésima, y mucho más grave, condena a muerte por apostasía. Tienes razón. Sé a
lo que me expongo, pero afrontaré mi destino con la cabeza alta y erguida y con
la solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe.
Y todavía más, después del gesto histórico y valiente
del Papa que, desde el primer momento en que tuvo noticias de mi deseo, aceptó
de inmediato administrarme en persona los sacramentos de la iniciación al
cristianismo.
Su Santidad lanzó un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que,
hasta ahora, quizás haya sido demasiado prudente en la conversión de
musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría
islámica y silenciando la realidad de los conversos en los países cristianos.
Por miedo.
Por miedo a no poder ayudar a los conversos frente a la condena a muerte
por apostasía y por miedo a las represalias sobre los cristianos residentes en
los países musulmanes. Pues bien, hoy,
Benedicto XVI, con su testimonio, nos dice que hay que vencer el miedo y no
temer a la hora de proclamar la verdad de Jesús incluso a los musulmanes.
Por mi parte, quiero afirmar que es
hora de poner fin al puro arbitrio y a la violencia de los musulmanes, que no
respetan la libertad religiosa. En
Italia, hay miles de conversos al islam que viven serenamente su nueva fe. Pero
también hay miles de musulmanes convertidos al cristianismo, que se ven
obligados a ocultar su nueva fe por miedo a ser asesinados por los extremistas
islámicos, que se ocultan entre nosotros.
Por una de esas casualidades que evocan la mano del
Señor, mi primer artículo escrito en el Corriere el 3 de septiembre de 2003 se
titulaba Las nuevas catacumbas de los islámicos conversos. Era una
investigación sobre algunos neocristianos que, en
Italia, denunciaban su profunda soledad espiritual y humana frente a la
contumacia de las instituciones del Estado, que no tutelaban su seguridad, y
frente al silencio de la propia Iglesia.
Pues bien, quiero que del gesto histórico del Papa y
de mi testimonio extraigan el convencimiento de que llegó el momento de salir
de las tinieblas de las catacumbas y proclamar públicamente su voluntad de ser
plenamente ellos mismos.
Si aquí, en Italia, la cuna del catolicismo, si aquí, en nuestra casa, no
somos capaces de garantizar a todos la plena libertad religiosa, ¿cómo podremos
ser creíbles cuando denunciamos la violación de dicha libertad en otras partes
del mundo? Pido a Dios que esta
Pascua especial otorgue la resurrección del espíritu a todos los fieles en
Cristo, que, hasta ahora, han estado sojuzgados por el miedo.
Magdi Cristiano Allam