DEL MAYO DEL 68 A LA
DESESPERACIÓN
Artículo de Josep
Miro i Ardevol en “El Mundo” del 12 de mayo de 2008
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web.
Con un comentario al final:
LA IZQUIERDA UNIDIMENSIONAL
Luis Bouza-Brey, (12-5-08, 12:00)
En España el recordatorio del Mayo del 68 francés ha
sido más bien modesto, sobre todo si lo comparamos con la eclosión producida en
el país vecino, cosa por otra parte lógica, si nos ceñimos al origen del
suceso. En Francia, el Mayo del 68 cuenta con escasos defensores globales. Como
mucho, algunos consideran un progreso que se rompiera con la estructura
familiar y se diera paso a una mayor libertad sexual. Desde una perspectiva
revolucionaria, o simplemente de transformación social, hay que decir que éste
sería un bagaje bien magro, porque los poderosos de siempre continuarían
estando en los mismos lugares de siempre, lo que pasa es que ahora tendríamos
mayores facilidades sexuales. Esta sería la gran recompensa de aquella
revolución de la que surgirían las llamadas «políticas del deseo», sobre la
ideología de género, la homosexualidad, la identidad sexual, la condición del
ser hombre y ser mujer. Extraño balance éste que sitúa en primer plano cuestiones
que pertenecían al ámbito de lo más privado y, por consiguiente, poco
susceptibles de ser valoradas políticamente, mientras se relegan a la nada, o
al trapicheo las políticas de transformación socioeconómica.
Pero es pertinente recordar que la revolución sexual,
la ruptura de la estructura familiar, estaba concebida como un instrumento -el
mejor, para muchos- al servicio de la lucha de clases, es decir, de la
revolución marxista, que los partidos comunistas al uso, anclados en una
burocracia del pensamiento, no eran capaces de promover. Era un forma de luchar
contra las estructuras burguesas, más que un fin en sí misma.
Pero la lucha de clases, la revolución económica,
quedó en nada, y sólo continúa en pie la satisfacción de la pulsión del deseo -sobre
todo el sexual- y en cualquier caso todo aquello nacido del individualismo más
acérrimo. Las leyes y el estado ya no deben construir una sociedad más justa,
sino proporcionar directamente la felicidad, que pasa de ser un bien subjetivo
nacido de la interioridad a una necesidad política. El salto ha sido brutal, de
una idea colectivista primigenia. Los post-mayo del 68 se han convertido en los
generadores de la cultura más individualista, la cultura de la desvinculación,
que ha conocido nunca la historia humana.
El resultado está a la vista precisamente en España,
donde los restos del Mayo del 68 gobiernan, único lugar en Europa en el que se
da en mayor medida la combinación entre políticas económicas muy favorables al
poder económico, lo que ha dado lugar a un aumento de la desigualdad en España
y, por otro, la aplicación de la teoría de los nuevos derechos individuales,
que han surgido precisamente para dar un marco legal a determinadas pulsiones
sexuales. Lo que pertenecía a la vida privada se ha transformado en políticas
públicas y muchas de las cosas que deben ser abordadas por la política han sido
recluidas en el silencio o simplemente olvidadas. El resultado es un grave
desequilibrio porque España se ha quedado sin izquierda, o si se quiere en otros
términos, la justicia social ha dejado de ser una prioridad, tanto que ha
desaparecido, por naíf, del vocabulario político.
Comentario final:
LA IZQUIERDA UNIDIMENSIONAL
Luis Bouza-Brey, (12-5-08, 12:00)
Por aquel tiempo leí a
Marcuse. “El hombre unidimensional”, y “La civilización en la encrucijada”
fueron los dos libros que más llamaron mi atención.
La escuela de Frankfurt,
representada por Horkheimer, Marcuse, Benjamin, Adorno y Habermas,
entre otros, intentaba una renovación del marxismo, para complementar la
doctrina original con enfoques renovadores y más interdisciplinares procedentes
del psicoanálisis, la sociología o la economía.
Marcuse sostenía que el
mundo capitalista había llegado a un nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas tan elevado que posibilitaba ya el paso al socialismo. Pero era
preciso para ello reivindicar el principio del placer frente al principio de la
necesidad todavía predominante. Era preciso acabar con el hombre
unidimensional, sometido a las elevadas exigencias de autocontrol derivadas del
sistema productivo capitalista, que exigía de cada uno según su capacidad y le
daba según su trabajo. Para Marcuse, ya era posible hacer la revolución
comunista, que permitiría dar a cada uno
según sus necesidades, gracias a la automatización y la elevada productividad,
que habían socializado radicalmente las fuerzas productivas.
Eran aquellos los dorados
años sesenta, la época del pleno empleo, la energía barata, el Estado de
Bienestar y la revolución demográfica en el mundo occidental. Y de todo aquel
complejo cultural surgió la generación del 68, la contracultura, el hippismo, la droga y la revolución.
Pero los trabajadores de
aquella época estaban demasiado apretados por las exigencias inmediatas y
unidimensionales de la sociedad de consumo, y no siguieron a sus vástagos
universitarios, que se quedaron encerrados de nuevo en las universidades,
después de un efímero levantamiento callejero generalizado en todo el mundo
occidental.
A partir de aquel momento
comenzó la década de los setenta, la crisis del petróleo, la inflación, el
paro, la derrota de Vietnam, la crisis del estado de Bienestar, el
neoliberalismo, la obsolesecencia del comunismo y la
crisis de la izquierda, que se quedó privada de fe en el progreso y modelos
revolucionarios. La generación del 68 degeneró, y de la defensa de los
ambiciosos objetivos revolucionarios globales pasó a la posición conservadora
del “virgencita, virgencita, que me quede como estoy” complementada por una
verborrea “progre” de “ética deliberativa” relativista y vacía, hedonismo
irrestricto, frívolo e irresponsable, primordialismo,
particularismo y marginalismo.
En síntesis, la izquierda
experimenta desde entonces una crisis de la razón teórica y práctica, frente a
la globalización, la automatización, la crisis del Estado y el despegue
tecnológico y económico asiático, ante los cuales el neoliberalismo se
encuentra mejor equipado por su defensa del mercado y los valores de la
productividad y el progreso basado en el esfuerzo, la creatividad y el mérito.
La izquierda ha pasado a
ser una izquierda unidimensional, encerrada en la defensa frívola y superficial
de la marginalidad, el primordialismo y el
fundamentalismo antiliberal, mientras la sociedad se hace más desigual y
corrupta, se llena de mileuristas, contratos basura,
botellones, drogadictos, parados de por vida, vacío moral, desidia educativa y
analfabetismo funcional.
Y encima, esa izquierda
unidimensional pretende monopolizar la legitimidad moral de la representación
del progreso y la defensa de los más débiles, cuando es incapaz de continuar
construyendo en positivo las grandes metas del desarrollo de la Humanidad, en
el mundo Occidental y en el resto del Mundo.
Es preciso reencontrar el
sentido de lo que es el desarrollo humano: la construcción de una ética
sustantiva de lo que sea el Bien, como había hecho hasta mediados del siglo XX
el Mundo occidental, en su desarrollo de la libertad por medio de la razón.