Artículo de Javier Orrico en su blog del 12-6-09
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Una muestra palmaria de las razones por las que Europa, la cansada, es hoy poco más que un elefante varado, la tuvimos unos días antes de las pasadas elecciones en las pistas de Roland Garros. Allí, el mejor tenista europeo y del mundo, Rafael Nadal, un joven de virtudes morales extraordinarias, que debieran constituirse en modelo revolucionario de la adormecida juventud europea, era abucheado y despreciado por la afición del país y la ciudad que son el corazón intelectual y sentimental de esta Europa mostrenca, prisionera de su pasado, rémora de sí misma, que no acertamos a enderezar y que ha acabado por desinteresarnos.
Lo
peor no es que le griten a un español que durante cuatro años seguidos les ganó
su torneo emblema, ni que su siempre estúpido complejo de superioridad ya no
sea más que mera carcasa de resentimiento paleto; lo peor es lo que revela, la
imparable decadencia de la Francia que amábamos, aquella que era paraíso
prometido de libertades, territorio de acogida donde el talento era ensalzado
sin importar su origen, el París de las Vanguardias, de Picasso, español, y Tzara, rumano; el París de los poetas, de l´Olympia,
del jazz, las librerías, el Ruedo Ibérico. El París de cuando era Nueva York.
El París capital de una lengua romance hablada por germanos, resumen de Europa.
El
mismo París al que hoy se viaja para visitar Disneylandia.
La
Francia que fue grande y generosa, ayer gritaba contra el genio y la nobleza de
Nadal, y se
volvía mezquina, enana, vulgar. Parecían catalanes. Y es que esa imparable
epidemia que es el nacionalismo, la misma que ya ha destruido España, terminará
por hacer imposible aquel sueño de un imperio democrático, una Roma de
múltiples cabezas, donde la latinidad y el mundo germánico encontraran, dos mil
años después, la patria común del cristianismo y de Grecia bajo cuyos auspicios
los padres fundadores, De Gaulle, Adenauer, Schuman, lanzaron esta maquinaria
que hoy se desvanece. La crisis económica, a poco que nos descuidemos, puede
causar un daño irreversible en una comunidad irresuelta, más parecida a un club
de ricos que necesitaba territorios y mercados para expansionarse, y que de
pronto se han despertado pobres, con demasiados comensales y sin el impulso de
una fe que las burocracias comunitarias han acabado sepultando.
El
error de Europa, creo, ha sido el de su notoria falta de grandeza para
renunciar al corral propio y entregarse a una nueva identidad compartida, una
ciudadanía abierta y dinámica basada en la idea del hombre que dio la
supremacía a la cultura occidental: la de que es el dueño de su destino y no un
esclavo de sus orígenes. Esa es la única Europa posible, la que alguna vez nos
ilusionó, y no la frustrada patria de unas gentes adormecidas en su perdido
bienestar, instaladas en la cobardía de la corrección política que las conduce
a su desaparición, intelectual y espiritualmente desarmadas, ya no más que un
asustado grupo de paisecitos envejecidos y gobernados
por una casta política de mediocridad indesmayable que, como avestruces,
esconden la cabeza en sus agujeros internos para no ver la marea que los
arrastra sin remedio.
Lo
único que puede salvarnos es un auténtico Estado europeo que reavive las
oportunidades, los intercambios, las convicciones. No hay patria sin Estado,
porque no hay patria sin igualdad ante la ley ni lenguas comunes (que habrán de
ser el inglés y el español por una razón irrebatible, por mucho que les joda a
los catalinos de todos los países: que son las únicas
extraeuropeas, las que también nos unen con
novecientos millones de americanos) que permitan la mezcla, la migración, el
ensanchamiento vital. Sin ese sentimiento de patria de todos, Europa no será
otra cosa que una copia a lo grande de esta España corroída por el nazionalismo y la falta de coraje para hacerle frente.
Desdichadamente,
ese Estado irredento se comenzó por su parte más detestable y onerosa: un
funcionariado ahíto de privilegios que gobierna sin control y sin
representatividad y que, también por ello, resulta inútil para impulsar esa
patria necesaria. Hemos estatalizado Europa, la hemos llenado de reglamentos y
comisarios, pero hemos sido incapaces de erigir un Estado democrático que nos
salve de nuestros demonios feudales. Hay que hacer leyes que nos igualen y
luego funcionarios que velen por su cumplimiento. Y no al revés, primero las
burocracias, y luego ya haremos las leyes que nunca llegan porque nadie está
dispuesto a renunciar a sus predios caciquiles. Necesitamos menos ordenancismo, menos clases pasivas y más Estado como un
marco de libertad y no de asfixia legal. Una Europa liberal y no la Europa
estatista que unos y otros llevan años levantando.
En
fin, lo trágico es que estamos tan lejos de cuanto acabo de invocar, que nadie
fue a votar el domingo la supervivencia de Europa, sino la de España. Y si no
podemos ni garantizar España, no sé qué pijo de Europa vamos a construir. No,
desde luego, la Europa de los Pueblos, parodiando carodes,
sino la de los muertos.