TURQUÍA, IMPRESCINDIBLE
Editorial de “La Razón” del 21/10/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Una Turquía estable, en progreso económico y
social y en vías de convertirse en miembro de la Unión Europea, es
imprescindible para la seguridad de Occidente. Este axioma, sin embargo,
convierte a la gran potencia de Asia Menor en un objetivo decisivo para el
integrismo islámico. De ahí la trascendencia que tiene el contenido de las
intervenciones telefónicas hechas por la Policía italiana al presunto miembro de
Al Qaeda, Rabei Osman, alias «el Egipcio», en las que este individuo amenaza
directamente a Turquía con un «ejército de las sombras» que será enviado con la
misión específica de desestabilizar el país y hacerlo regresar al redil
islamista.
La Constitución turca, garantizada por sus Fuerzas Armadas, establece un
estado laico con una escrupulosa separación entre la religión y lo público. Hace
años, por ejemplo, que en sus universidades y escuelas está prohibido el uso del
velo y que la mujer goza de los mismos derechos legales que el hombre. Pero,
también, es cierto que una buena parte de su sociedad es profundamente creyente
y que los partidos de carácter islámico, aunque obligados a respetar las leyes
vigentes, suelen ser votados mayoritariamente. Existe, pues, el caldo de cultivo
necesario para alentar un proceso de desestabilización de consecuencias
gravísimas para Europa y Oriente Medio. La influencia de Ankara se extiende
desde los Balcanes hasta las repúblicas de mayoría musulmana del Cáucaso, sin
contar a los cinco millones de sus ciudadanos que trabajan y viven en Alemania.
Aunque sólo fuera desde esta perspectiva, ciertamente egoísta, es preciso que la
Unión Europea contribuya sin reticencias a la modernización emprendida por el
Estado otomano, socio leal en la OTAN y que ha apostado firmemente por una
reforma que le homologue en el respeto a los derechos humanos con el resto de
los países de Occidente.
Pero si alarmante es la referencia a Turquía, no debe causar menos
preocupación el hecho de que Rabei Osman incite a atacar el Vaticano. Hasta
ahora, y salvo dolorosas excepciones, el integrismo de carácter islamista ha
respetado los símbolos religiosos cristianos, en una táctica, muy reflexionada,
de distinguir entre «el enemigo occidental» y el cristianismo. Los ataques a
iglesias y comunidades católicas en Indonesia, Paquistán y, ahora, Iraq
demuestran que esa estrategia no es aceptada por todos los grupos que conforman
el movimiento integrista, aunque sin traspasar la frontera cualitativa que
significaría un gran atentado contra la sede pontificia en Roma o contra
cualquier otro centro de gran simbolismo para los cristianos.
Lejos de apaciguarse, el integrismo musulmán acrecienta sus amenazas, en una
espiral a la que no se ve un corto final. En Mónaco, los expertos
antiterroristas han dejado claro que lo peor aún está por llegar. Sólo desde la
firmeza de las naciones que creen y defienden la libertad de todos, se podrá
hacer frente a esta nueva guerra.