LA IZQUIERDA
ESTÁ CRUZANDO EL RUBICÓN
Artículo
de Francisco Rubiales en
“Voto en Blanco” del 10 de mayo de 2008
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Muchos lectores de
Voto en Blanco nos piden que reproduzcamos en un único artículo la serie de
tres que ya se publicó en Voto en Blanco bajo el título "La izquierda está
cruzando el Rubicón".
Quizás
usted no se haya dado cuenta todavía, pero una parte importante de la izquierda
mundial está cruzando el Rubicón con todas sus
legiones, protagonizando una ruptura con el “establecimiento” y con el
pensamiento occidental dominante, heredado de la Guerra Fría, que tendrá
enormes consecuencias en todo el presente siglo.
La
izquierda, cuyas raíces hegelianas, marxistas y leninistas siempre fueron
evidentes, aunque procurara disimularlas durante la Guerra Fría, cuando el
enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS quedó simplificado y reducido a
una pugna entre la libertad y la esclavitud, se quedó vacía de ideas y
contenidos tras la caída del muro de Berlín.
Al
quedar derrotada y desacreditada la alternativa comunista y estatalista,
la izquierda sintió la necesidad de camuflarse y lo hizo con tanta eficacia que
los votantes, en las democracias avanzadas, no sabían diferenciar claramente
los programas y propuestas de la izquierda de los de la derecha.
Aquella
izquierda que se había adaptado a la vida en democracia, especialmente la
socialdemocracia y algunos partidos comunistas occidentalizados, como el
italiano y el español, no pudo evitar los daños colaterales del hundimiento del
socialismo real y entrar en declive porque también ella defendía valores como
el intervensionismo estatal y el partido político
fuerte controlado por profesionales, que se hundieron con el comunismo.
Para
sobrevivir y mantener su cosecha de votos, tuvo que traicionar muchos de sus
viejos principios, tomar prestadas de la derecha ideologías de inspiración
liberal y hacerse proamericana.
Pero
las cosas están cambiando ahora. Una parte de esa izquierda cree llegado el
momento de volver a diferenciarse de la derecha, a marcar distancias y a
reconstruir una ideología que, aunque derrotada en parte, contiene, en su
opinión, grandes valores. Y esa izquierda ha decidido pasar el Rubicón, arriesgando mucho, desafiando al establecimiento y
a principios y convicciones que parecían invencibles.
Esa
izquierda, a la que pertenece el español José Luis Rodríguez Zapatero, se ha
alimentado ideológicamente en el difuso republicanismo para justificar su reto
al pensamiento dominante, neoconservador y plagado de herencias liberales. Esa
izquierda no cree ya que lo más importante sea la democracia, ni la defensa de
los derechos humanos, ni el libre comercio, sino la transformación del mundo
desde el poder político.
Es
un retorno moderado y con nuevos enfoques al viejo criterio de que el fin puede
justificar los medios, siempre que alcance sus objetivos.
Esa
fe renovada en el estatalismo, el antiamericanismo,
el intervensionismo y el predominio del Estado sobre
la sociedad civil, a la que, en el fondo, desprecia, es el nuevo viento que
comienza a soplar con fuerza en la nueva izquierda, impulsado por un todavía
pequeño grupo de líderes, pero al que se están sumando las sobrevivientes
hordas del comunismo derrotado y toda esa marea de autoritarios que siempre ha
tenido su lugar en la historia de la Humanidad.
La
izquierda internacional, como temía Tony Blair, está sucumbiendo a sus dos
tentaciones históricas, el antiamericanismo y el desbordado culto al poder,
renunciando, al mismo tiempo, a los dos grandes pilares de su ideología: la defensa
de la democracia y de la ética.
Ese
es el brote ideológico que ha empujando al español Zapatero a enemistarse con
los Estados Unidos, a aliarse con dictadores como Castro, Chavez
y Evo Marales, a impulsar la alianza de las
civilizaciones para dialogar con un islamismo violento e intransigente que no
le parece peor que el mundo creado e impuesto por la hegemonía de Estados
Unidos.
Respetan,
en principio, la democracia y la defensa de los derechos humanos, pero nunca
permitirán que se conviertan en obstáculos que impidan cambiar el mundo desde
el poder. Se sienten encorsetados por el mundo de valores y principios que
predican algunas religiones como la Católica, quizás
porque les impide practicar la esencia de su ideología, una mezcla flexible de
pragmatismo y relativismo, necesario para mantenerse en el poder.
Creen
que el imperialismo norteamericano ha sembrado el campo de la política y la
ideología mundial de trampas y minas, entre las que figuran no sólo la defensa
a ultranza de la democracia y los derechos humanos, sino también conceptos como
el libre comercio, la libre circulación de capitales y el carácter “sagrado” de
la propiedad privada, entre otros.
Esa
nueva ideología de “izquierda” les lleva a “comprender” los nacionalismos y
algunas manifestaciones del terrorismo, porque ambos son también enemigos del
poder establecido. Por eso ven con simpatía el nacimiento del indigenismo
reivindicativo y no se escandalizan ante las nacionalizaciones de recursos,
como las que el boliviano Evo Morales ha promovido.
Como
los viejos marxistas, tienden a rechazar el mundo de la empresa privada, aunque
disimulan ese sentimiento porque saben que la empresa libre sabe crear con
eficiencia la riqueza que ellos necesitan para manejarla desde el Estado y
porque es la columna vertebral del mundo actual.
La
apuesta ideológica de esa nueva izquierda es peligrosa porque representa una
reedición, eso sí, cargada de disfraces y buenas intenciones, del fantasma
autoritario que tantas veces ha azotado el planeta. La nueva izquierda, como la
vieja, prefiere el Estado a la sociedad y donde se siente realmente a gusto es
en el poder, ocupando el Estado para, desde él, dominar y transformar la
tierra. Les gusta de manera especial contemplar el mundo desde las alturas y
justifican ese sentimiento elitista afirmando que sólo desde la cúspide el
mundo puede ser mejorado.
Lo
que de verdad les diferencia de los comunistas derrotados es que les repugna la
revolución y detestan la toma del poder por medio del golpe de Estado violento.
Ellos prefieren ocupar el poder a través de las urnas y, desde ese Estado que
tanto aman y adoran, dominar la sociedad y fortalecer constantemente su
dominio. La nueva izquierda ha aprendido a utilizar en beneficio propio las
muchas contradicciones de la democracia y cree que, gestionando con habilidad y
osadía el poder desde el Estado, se debilita al adversario, se maneja el miedo
como instrumento de dominio, se manipula la realidad y hasta puede perpetuarse
la permanencia en el gobierno.
Existía
otro camino para regenerar y fortalecer la opción de izquierda que,
lastimosamente, ha sido dejado de lado por los generales que están atravesando
el Rubicón. Es la ruta de la ética y de la defensa de
la democracia auténtica, un camino cargado de esperanzas que habría colocado a
la izquierda al frente de los defensores de la libertad, de los derechos
individuales y de un mundo armado de valores y principios.
Esa
ruta también lleva a enfrentarse con el “establecimiento”, a plantar batalla al
pensamiento dominante y a desafiar la hegemonía estadounidense, pero desde las
nobles posiciones de defender de verdad unos valores de la cultura occidental,
que hoy son más teóricos que reales, y de regenerar una democracia sin
ciudadanos que sólo subsiste porque beneficia al poder establecido.
Desde
su nacimiento en la historia, la izquierda se ha debatido siempre entre dos
obsesiones: la ética y el poder. Pero la tentación del poder siempre ha sido
más fuerte que la ética.
Lamentablemente,
la izquierda está equivocando de nuevo el camino y está dejando huérfanos a los
millones de ciudadanos que siguen esperando que la izquierda lidere el rearme
moral del mundo y la lucha real por la libertad, la justicia y la paz.
Lamentablemente, el camino elegido está contaminado por el vicio autoritario y
por un elitismo que la historia demuestra que desemboca siempre en el drama
totalitario.
La
regeneración de la democracia y la recuperación de viejos valores que, aunque
universalmente aceptados y presentes en la mayoría de los textos
constitucionales, hoy nadie respeta, habría sido la opción ganadora de una
izquierda que parece haber sido maldita por los dioses para que siempre esté
buscando su camino, sin encontrarlo jamás. Entre esos valores figuran la
implicación de ciudadano en la política, las listas abiertas y la lucha por
derechos que no se cumplen, como la libertad, la igualdad, la cooperación, la
solidaridad, la justicia y la paz.
De
haber elegido esa ruta ética y democrática, la izquierda se habría fortalecido
y garantizado un siglo de hegemonía política frente a una derecha que entiende
la política sólo como un ejercicio de eficacia. Pero optar por la ética habría
sido casi una "misión imposible" para partidos acostumbrados a vivir
en el poder, la vida en partidos con estructuras internas autoritarias, la
ventaja, el privilegio y, en muchos casos, la corrupción.
La
Libertad, la Igualdad, la Fraternidad, la Paz y la Justicia seguirán
abandonadas en el desierto político de este nuevo siglo, también por una
izquierda que es la única que podría defenderlos con solvencia y credibilidad.
La
incorporación de los ciudadanos a una democracia que, de hecho, es una oligocracia dominada por los grandes poderes, es otra de
las opciones abandonadas por la izquierda, que de nuevo se ha dejado seducir
por su gran debilidad: el placer de contemplar el mundo desde las alturas.
El
recién comenzado siglo XXI, que muchos pensadores definieron como el de la
derrota del concepto pervertido del poder, producto de la lucha del hombre por
la libertad y por los grandes valores, amenaza con convertirse en otra
experiencia frustrada para una Humanidad empeñada en ignorar que el verdadero
Progreso es el que pasa por los valores y por una democracia auténtica, de
ciudadanos en convivencia, en la que los poderes políticos estén férreamente
controlados y en la que el gobierno y el Estado (Leviatán) permanezcan
encerrados en una jaula de acero templado con siete candados.