LOS DEMONIOS RACIONALES
Artículo de Fernando Savater,
catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, en “El País”
del 21.04.06
Por su interés y
relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web.
Con un muy breve
comentario al final:
PERO EXISTE UN VACIO (L.
B.-B., 24-4-06, 11:30)
Ahora que
afortunadamente los ciudadanos italianos parecen haberse librado -¡aunque no
sin dificultades!- del ubicuo y omnimanipulador
Berlusconi, puede ser buen momento para examinar un documento que aglutinó
cierto apoyo intelectual a su candidatura: el Manifiesto por Occidente
promovido por el presidente del Senado, Marcello
Pera, y que aunó firmas tan conocidas como las de Rocco Butiglione
y el cineasta Franco Zeffirelli, numerosos
parlamentarios de la Alianza Nacional y dirigentes de Comunión y Liberación,
junto al menos tres diputados democratacristianos de UDC, entre bastantes
otros. Aunque por razones obvias no firmó expresamente el documento, podríamos
quizá mencionar como uno de sus apoyos al propio papa Benedicto XVI, citado en
él como mentor y que nueve días después de hacerse público el manifiesto
recibió oficialmente a Marcello Pera en una audiencia
particular.
El texto en cuestión no
es menos tortuoso y ambiguo que la trayectoria política de su promotor. Desde
una posición libertaria (en el sentido anglosajón del término) inspirada por el
pensamiento de Popper y próxima al Partido Radical
-incluida su defensa de la laicidad-, Marcello Pera
ha pasado a ser senador de Forza Italia y convertirse
en cabeza visible del movimiento teo-conservador,
exaltador de los valores cristianos, de las prohibiciones en materia de
bioética de la Iglesia Católica y de la batalla contra el mestizaje cultural,
criticando el mito de la posible integración republicana de todos los
inmigrantes. El Manifiesto por Occidente denuncia la crisis moral europea que
desemboca en una especie de vergüenza por nuestra prosperidad y nuestras
tradiciones. Se cuestionan así los valores consagrados de la vida desde su
origen y hasta su fin natural, de la persona, de la familia, del matrimonio
(¡bodas homosexuales!), entre otros rasgos políticos indelebles de nuestra
identidad. No es raro que la natalidad esté en caída libre... En una palabra, y
dicha nada menos que por Benedicto XVI, "Occidente hoy no se ama a sí
mismo". Es algo así como el "auto-odio" que achacaba un prócer
de ERC a sus convecinos menos nacionalistas, pero a escala continental...Y es
que sin duda no le faltarán en nuestro país al manifiesto de Pera defensores
locales que suspiran por una versión hispánica del mismo, que sería cierta y
literalmente la "Repera".
Lo levemente chocante
de este pasticcio de dogmas recobrados y reproches semi-verosímiles es que, como en tantos otros casos, más
que defender la tradición europea, la poda y recrea a su conveniencia. Asegura,
por ejemplo, que "el laicismo y el progresismo reniegan de las costumbres
milenarias de nuestra historia". Bueno, ningún tradicionalista podría
realmente quejarse de ello. Precisamente cuestionar incluso revolucionariamente
las costumbres milenarias, las creencias más veneradas, las jerarquías
institucionales de derecho divino, las limpiezas de sangre y las genealogías
mejor asentadas, los privilegios inamovibles, las doctrinas cosmológicas y
técnicas reputadas intocables, etcétera... es el rasgo más característico en la
evolución intelectual y política de la Europa que históricamente conocemos.
Octavio Paz caracterizó la modernidad como "la tradición de lo
nuevo", pero en nuestros países este desasosiego inventor viene de mucho
más atrás. Una comunidad aquietada en rutinas piadosas, dedicada a venerarse a
sí misma, incapaz de poner en cuestión sus fundamentos más sagrados y de
transgredir todos los límites, empezando por los hábitos de la representación
estética, será preferible o rechazable según los parámetros que aplique cada
cual, pero desde luego lo que nunca será es propiamente "europea". Estos conservadores con nostalgias
teocráticas de un Sacro Imperio que hoy suena más bien risible no defienden
nuestros valores, sino que los marchitan: empezando por el propio cristianismo
-díscolo desde sus orígenes- al que pretenden sumiso y fanático, es decir,
"islámico", en el peor sentido del término...
Claro que para recibir
lecciones de una religión desconcertantemente desligada de la modernidad en
ebullición que ha decidido condenar sin entender no hace falta remitirse a la
compota teórica de Pera. El pasado Jueves Santo, monseñor Carlos Amigo,
cardenal arzobispo de Sevilla, publicaba un artículo titulado El coro de las
tinieblas (ABC, 13 de abril de 2006), un nombre que parece el de la próxima
novela de Dan Brown. Incluía serias admoniciones: "De vez en cuando
aparecen unos demonios racionales que son como apagaluces
de pensamiento de amplios horizontes. Avalistas de todos esos submundos pseudointelectuales de la autosuficiencia, el egocentrismo
y la cerrazón. Suelen vencerse con el estudio, la investigación, el diálogo, la
honestidad intelectual y la esperanza". Dejando aparte la esperanza, a la
que conocemos de antaño como lo último que suele perderse, no deja de
sobresaltarme aprender que la honestidad intelectual es la virtud que defienden
aquellos cuyas doctrinas carecen de ninguna posibilidad objetiva de
verificación frente a los "demonios racionales" empeñados en apagar
las luces de los pensamientos de amplios horizontes. Dados los progresos del
pensamiento occidental debidos en los últimos cuatrocientos años a la firma
espiritual que representa el cardenal Amigo, me encantaría que me detallase los
temas de estudio e investigación a los que debemos dedicarnos ahora para no
quedar indebidamente mutilados. Respecto al diálogo, no necesito preguntarle
nada, porque nos lo está explicando a los españoles con empeño y detalle el padre
Alec Reid. Estamos de
suerte: después de disfrutar tanto tiempo de los incomparables curas vascos,
ahora importamos uno de Irlanda para degustar otra variedad aún más exquisita
del mismo molusco.
La parte más
racionalmente polémica (perdón por la alusión satánica) del manifiesto
supuestamente occidentalista de Marcello
Pera es la que se refiere a la integración en nuestras comunidades de los
inmigrantes deotras culturas. Ni el modelo
multicultural a la inglesa o a la holandesa ni el republicano francés cuentan
evidentemente con su beneplácito. El documento se alza contra la prédica del
valor igual de todas las culturas, planteamiento que no carece de sensatez. El
problema es que tan preciada característica no le vendrá, desde luego, de la
facundia biliosa de Oriana Fallaci o de historiadores
como Giorgio Rumi y Ernesto Galli
della Loggia, fiscales de
los vicios según ellos inerradicables del oportunismo
foráneo que nos invade. Es decir, lo malo es que tras haber denunciado que
efectivamente no todas las culturas son iguales, el manifiesto parece incapaz
de señalar con un mínimo de precisión qué es lo que hace a una de ellas -la
democrática socioliberal- preferible a sus
competidoras teocráticas o comunitaristas. Y tal
habría sido precisamente el punto más digno de ser subrayado.
En efecto, lo que debe
ser defendido y reforzado en nuestros países europeos no es el "derecho de
las comunidades", sino el de cada uno de los individuos en cuanto
ciudadanos. Y la diferencia entre uno y otro estriba en que el primero consiste
en un ser (basado en la etnia, en la religión, en la identidad sustentada por
cualquier idea esencialista de la comunidad nacional) mientras que el segundo
configura un estar bajo instituciones y leyes que aúnan lo diverso. El
"ser" atiende a sustancias inconmovibles y se define por el origen
mientras que el "estar" organiza la convivencia a partir de
convenciones aceptadas y se orienta hacia el futuro. La identidad de lo que
cada cual prefiere íntimamente ser queda a cargo de la administración subjetiva,
pero la forma de estar juntos -en la que todas las subjetividades, salvo las
totalitarias y excluyentes, pueden encontrar acomodo- es el logro
constitucional de una fórmula laica y por tanto radicalmente democrática
compartida. De aquí que ningún "ser" hipostasiado pueda resultar
factor actual de progreso (muy atinado el chiste de Caín en La Razón: "En
cuanto hablan de derechos históricos aparecen los deberes prehistóricos"),
o sea, que considerar a estas alturas que hay clericalismos o nacionalismos
"progresistas" resulta un oxímoron, como hablar de "marcha de
los parados" o "nieve frita". Y, por supuesto, el futuro del
País Vasco sin violencia se habrá de parecer más a la Constitución que allí han
defendido Rosa Díez o Pilar Elías que al miserable retroceso
nacional-oportunista amañado por Gema Zabaleta y otras señoras.
Claro que si ustedes
han decidido emprender junto a Marcello Pera o
monseñor Amigo su propia cruzada contra los "demonios racionales",
entonces no me queda más remedio que retirar todo lo dicho...
Muy breve comentario final:
PERO EXISTE UN VACIO (L.
B.-B., 24-4-06, 11:30)
Estoy
deseando poder dedicar mis energías a algo que merezca la pena, en lugar de
tener que luchar por lo obvio, como hacer entender que nuestro Gobierno está destruyendo
el Estado y metiéndonos en un lío demencial. De momento, en este país, no
podemos salirnos del debate sobre lo obvio, por desgracia.
Pero
aparte de esta desgracia, me gustaría poder dedicar tiempo y esfuerzo a la
reflexión sobre Europa y la necesidad de construirla de una vez, lo cual tiene
relación con otro tema complicado que es el que apunta Savater
hoy: la construcción de una ética de la libertad. Y en esto creo que los
"demonios racionales" están verdes todavía, porque existe un vacío
muy peligroso, que impulsa a los cristianos a defenderse frente a él y a los
islamistas a acusar al mundo occidental de corrupto y a mantenerse en el
fundamentalismo.
Plantearé
hoy este tema y entraré en él más a fondo cuando este país me deje algo de
tiempo disponible para lo importante: creo que el racionalismo laico todavía no
ha conseguido formular una ética en positivo.
Avancemos
en esto mediante ejemplos: se debe defender la posibilidad del aborto, pero
abortar no produce ningún bien... es el mal menor, en un juicio moral
individual de una persona que se ve obligada a sopesar diversos males
potenciales como dilemas de sus posibilidades de opción, en muchos casos;
el divorcio es un fracaso de la convivencia estable de pareja; el que la gente
se divierta no es un mal, salvo que se transforme en la única o principal
preocupación de las personas entregadas a una vida de discoteca, botellón y
drogadicciones diversas; la homosexualidad debe ser el resultado de la libre
elección sexual de las personas, pero no es positivo si se fomenta como un
valor a desarrollar por los que se sientan libres... etc,
etc, etc.
En fin,
planteo el problema y dejo su elaboración para más adelante: a mi juicio, los
laicos racionalistas han elaborado una teoría de la ruptura de los límites
éticos del comportamiento, una teoría de la ética discursiva o deliberativa
como mecanismo para resolver las contradicciones, pero todavía no han
conseguido formular unos principios o valores en positivo, y la gente necesita
orientación de este tipo, no le basta con disponer de libertad y vacío
definitorio nihilista, pues se va al hedonismo inmediato y se destruye.
Los
"demonios racionalistas" no han sido capaces de construir un
"Decálogo" ---por concretar un término numérico--- de valores que los
seres humanos debemos realizar con nuestro comportamiento, si queremos
desarrollar nuestra naturaleza y potencialidades positivas. Afirmar que nada es
bueno salvo el debate ya no basta para salir del paso. Conduce a una deriva
nihilista y hedonista que pudre a la sociedad.
Ahí queda
eso. Es algo que siento como trascendental y vital para la Humanidad, pero
todavía no cuento con elementos suficientes para ser más concluyente.