EL DESGUACE
INTELECTUAL DE EUROPA
Artículo de José M. De la Viña
en "El
Confidencial" del 26-1-12
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Todos somos responsables de la situación económica y
social actual. Por acción pero sobre todo por dejación. Vivimos en democracias
que pertenecen cada vez menos a los ciudadanos y más a los grupos de presión.
Es la difusión del Estado de Derecho a manos de intereses varios y grupos de
privilegiados denominados políticos, banqueros y comadrejas varias, convertidos
en vulgares sanguijuelas que no saben lo que significa el servicio al ciudadano,
ni siquiera el civismo. Tan solo saben cómo manipularlo y utilizarlo.
La educación o la falta de ella, la cultura en su versión
banal actual, tienen mucha culpa al fabricar individuos incapaces de discernir
ni de valorar lo que tienen. Y menos de identificar lo sublime. Ninguna
democracia se mantiene sin esfuerzo. Se construye día a día mediante ciudadanos
conscientes y educados, capaces de controlar su destino, en vez de ser
controlados por los intereses pecuniarios o ideológicos de unos pocos. A los
cuales les interesa poder succionar las pocas neuronas que habitan la mente de
borregos ineducados, nada críticos, susceptibles de ser manipulados para poder
hacer más caja y mejor.
Cómo la educación naufraga
Seguimos criando niños mimados, demasiados vagos (NiNi), ignorantes los más, no sea que se frustren si se
esfuerzan, abarrotados de títulos y poco más. Miríadas de grados, masteres, cursos de posgrado rellenos de superficiales
pinceladas de conocimientos deslavazados y mal estructurados que no enseñan
nada docto.
Porque los hemos vaciado de coherencia y de base, del
duro contenido que al menos tenían cuando fabricábamos diplomados, licenciados
o ingenieros. Huecos de rigor y de exigencia, huérfanos de saber. En el fondo, mileuristas bien pagados.
Hemos utilizado Bolonia malévolamente para destruir un
sistema que con todas sus carencias, que eran muchas, más o menos funcionaba.
Ahora fabricamos titulados, no profesionales y menos todavía individuos
ilustrados, conscientes y cívicos.
Seguimos mirándonos al ombligo ideológico de la supuesta
igualdad. Olvidándonos que la igualdad debe ser de oportunidades, compartir la
misma línea de salida; jamás de resultados, la meta no podrá ser igual para
todos. Porque las capacidades no son las mismas. El esfuerzo depositado,
tampoco. Y porque eso significa igualar siempre por abajo. En eso estamos
empeñados.
Ninguna sociedad que se precie sobresaldrá a base de una
generalidad de mediocres, y una mayoría de ignorantes, sin una élite
intelectual amplia. Algo que escasea cada vez más en la una vez culta y
refinada Europa y, sobre todo, en España.
Seguimos viviendo gracias a la inercia de dos siglos de
fastuosos avances en todos los frentes. A base de deuda y glorias pasadas, si
nos olvidamos de las tragedias que llevaron aparejadas.
Con lo que o nos armamos de humildad, rearmando la
sociedad de esa cosa tan escasa, denominada talento, que no suele salir de la
nada; fomentamos la creación, no solo de ciencia y aparatos sino sobre todo de
ideas, de ideales y de conceptos; o convertiremos estos lares en eriales,
humanos y no solo físicos, como los que estamos provocando.
En el que las joyas de la abuela acabarán siendo
malvendidas y nuestra alma entregada al mortífero diablo consumo, monstruo de
cuernos sucios y malolientes, armado de tridente climático fatal.
Primero habrá que recapacitar. Reconocer el estrepitoso
fracaso de nuestro sistema educativo. Para luego poder sembrar. Rehacer sus
cimientos, jubilando a los pedagogos malditos que han provocado tan lectiva catástrofe.
Restaurando los caducos valores tradicionales motor de
cualquier sociedad que se precie: belleza, honradez, tenacidad, educación,
honor, coherencia, orgullo, trabajo, superación, profundidad, esfuerzo,
generosidad, cultura, respeto, ,…
La vuelta a las disciplinas básicas de siempre sin
nombres camuflados: álgebra y cálculo, física y química, biología y geología,
historia y geografía, filosofía y derecho, escritura y declamación, música y
teatro, drama y comedia, lectura de los clásicos y buena literatura… La
reinstauración del humor y, por qué no, de la chanza. La resurrección del arte,
algo que una vez fue sublime y hoy vulgar espectáculo.
Evitando la sobreprotección, no sea que se traumaticen,
aceptando que niños y jóvenes puedan cometer errores ellos mismos y no lo hagan
padres y educadores por ellos. Educándoles de manera que sean capaces de
soportar arrobas de frustración e innobles injusticias en el camino hacia el
éxito.
Exito que no solo significará riqueza sino también dignidad,
conocimiento, cultura, capacidad de superación y, sobre todo, de discernimiento
y de elección. Como siempre ha sido. Como lo será en el futuro otra vez. El día
que dejemos de vivir de glorias pasadas, de un dinero que no tenemos y de un
planeta que pronto no dará más de sí. Cuando restauremos la decencia, la
honradez y el buen hacer. Cuando implantemos de nuevo la sobriedad, es decir,
la ciencia de la escasez.