UNA IDEOLOGÍA PARA LA IZQUIERDA
Artículo de Justo Zambrana en “El País” del 20 de enero de 2011
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
Para existir necesitas una ideología"; quien esto
afirmaba no era ningún izquierdista peligroso. Fue la respuesta que Alan
Greenspan dio al congresista Henry Waxman, el 23 de
octubre de 2008, en su comparecencia ante el Comité de Reforma y Supervisión
del Gobierno cuando este le preguntó si su ideología le había influido en la
toma de decisiones. Años antes, el mismo Greenspan lo había explicado:
"Tengo una ideología. En mi opinión los mercados libres y competitivos son
un sistema para organizar las economías que no conocen rival. Hemos probado
regulaciones. Ninguna ha funcionado de manera significativa". La
rotundidad de la última frase posiblemente no la hubiera suscrito ni el propio
Adam Schmit.
Pero Alan Greenspan es solo un epígono de lo que ha
sido un largo camino. En 1975, Margaret Thatcher,
recién elegida líder del Partido Conservador inglés, visitaba el departamento
de investigación social de su partido. Dejando caer sobre la mesa una copia de
Fundamentos de Libertad, de F. Hayek, el más radical
ideólogo del liberalismo, les dijo: "Esto es en lo que creemos".
De un momento al otro, 30
años de prevalencia ideológica de la derecha que ha impuesto su ideología, es
decir, su "marco conceptual para abordar la realidad". Hasta el punto
de que hoy, en mitad de una virulenta crisis económica en la que los hechos han
negado la viabilidad del laissez faire, la mayor intervención de los Gobiernos
en economía que se recuerda, guerras aparte, no está sirviendo para replantear
el modelo fracasado, sino para hacerlo funcionar de nuevo, a costa del
contribuyente, sin apenas alterar su funcionamiento.
Se ha retornado a Keynes,
sí, y gracias a ello la crisis no se ha convertido en una depresión tipo años
treinta; pero usado el instrumento para taponar las vías de agua, se le ha
guardado de nuevo sin permitir ni pretender que a la crisis le sucedan varias
décadas de equilibrio social como los "30 gloriosos" que siguieron a
la II Guerra Mundial.
La rotundidad de las dos citas anteriores prueba que
la derecha sí tiene ideología. Lo que se echa en falta es una ideología
alternativa capaz de mover voluntades, un marco conceptual y una orientación
política que permita hacer las cosas de modo diferente a como se están
haciendo. Yo también pienso como Greenspan, que sin una ideología no se puede
existir. Estos podrían ser algunos componentes de esa creencia.
Uno: el equilibrio entre mercado y Estado, entre
economía y política, es la más completa fórmula para gestionar, a día de hoy,
las sociedades modernas. El mercado sin Estado conduce al precipicio y el
Estado sin mercado, a la ineficacia. En nombre de la política se cometen muchos
disparates, pero en nombre del mercado también. El capitalismo es biología
económica y la dinámica biológica, tan maravillosa en su esfera, se hace letal
cuando se apropia de la totalidad de la esfera social, por esto es necesaria la
regulación; es decir, la intervención de la razón. Esa es la raíz de la
civilización, ¿por qué en economía el único credo ha de ser el homo homini lupus?
En este equilibrio, el Estado, lo público, tiene que
operar bajo el principio de la eficiencia; primero, porque la eficiencia es un
valor en sí y, segundo, porque de lo contrario perderá legitimidad y será fácil
presa de quienes propugnan su minimización. Esta es una asignatura obligatoria
para la izquierda política. El mercado, por su parte, tendría que aceptarque, sin cortapisas que le inoculen equidad y
equilibrio, tiende al despeñadero. Ese es el problema de la derecha.
Dos: las sociedades solo son moralmente aceptables si
son igualitarias. En el largo plazo podría decirse más: solo son eficientes si
son equitativas. Los ciudadanos solo son libres si son mínimamente iguales.
Para lograrlo es necesaria la intervención política. El mercado hace
correctamente muchas funciones, pero entre ellas no está producir igualdad
social. Más bien hace lo contrario. Los sistemas de precios en equilibrio de Walras, Pareto o Marshall, tan
apreciados por economistas neoclásicos, pronto pusieron de manifiesto que,
salvo ser espléndidos ejercicios matemáticos, difícilmente se producían en la
práctica y para nada garantizaban la igualdad social. En las décadas pasadas,
manadas de economistas, cargados de ecuaciones en el monetarismo, las
expectativas racionales o el nuevo neoclasicismo, han apoyado la ideología más
liberal. No era verdad. Eran las matemáticas de la ficción. Una economía
utópica, ajena a la realidad, que servía de manto de cobertura a unas
desigualdades crecientes en el mundo desarrollado. Unas desigualdades
crecientes en el mundo desarrollado que impedían abordar los crecientes
desequilibrios de la economía mundial.
Tres: vuelta al internacionalismo. La economía actual
es global y el capitalismo financiero actúa globalmente. Cualquier intervención
política sobre la economía también debe ser global. Dotarse de instituciones
mundiales que regulen la economía es una necesidad. La izquierda debe volver a
una defensa activa de los marcos regulatorios internacionales y de las
instituciones mundiales. La izquierda, recuérdese el himno, nació entre
internacionales pensando que lo más internacional sería el trabajo y, en lugar
de eso, lo que se ha internacionalizado de verdad es el capital. Doble razón
para recuperar la única dimensión en la que puede lograrse una solución
duradera. El desequilibrio EE UU-China, o los que se producen en el interior
del euro, no aguantan; y lo razonable sería pactar la solución. La política
económica es hoy, más que nunca, política internacional.
Cuarto: luces largas verdes. Si la modernidad eliminó
el peso del pasado para fiarlo todo a la construcción del futuro, en las
últimas décadas el futuro también ha muerto y solo cuenta el presente. El aquí
ahora. Esta es una civilización cortoplacista que puede topar pronto con los
límites del planeta. El mercado capitalista no prevé, ni puede prever, los
costes externos que su funcionamiento produce. Urge poner en el horizonte los
bienes públicos que se agotan y proteger lo que es vital para la supervivencia.
La izquierda del futuro tiene que tener un fuerte componente "verde".
Unir en los intereses políticos de los ciudadanos lo que desde su marco
conceptual no le supone ningún problema: que hay muchos bienes que no pueden
ser entregados a la lógica de los mercados.
Quinto: alianza con las nuevas tecnologías. La nueva
tecnología es la más social y la menos depredadora de las hasta ahora
desarrolladas. Se incubó en esferas públicas no sometidas al pressing de la rentabilidad
inmediata aunque pronto fueron asimiladas por el mercado que, ciertamente, las
ha generalizado velozmente. Hasta ahora, estas tecnologías han revolucionado la
economía y no pocos aspectos de la sociedad, por lo general positivamente.
¿Cambiará también la política?
Un marco conceptual como el descrito vale para lo que
vale y no evita las contradicciones en las tomas de decisión inmediatas.
Ciertamente, lo primero es sobrevivir, rebus sic stantibus, y España, por ejemplo, tiene muy difícil no hacer
lo que está haciendo. Pero lo segundo es andar, sabiendo adónde se quiere
llegar.
Si hay dudas, léase por favor la declaración de
Greenspan o las obras de F. Hayek que hacían de
Biblia para M. Thatcher. Después, quizá, podamos
convenir que los seres humanos hacen lo que quieren hacer.