MEDIO SIGLO DESPUÉS
Artículo de
José María Carrascal en “La Razón” del 22.09.07
Por su interés y
relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web.
Con un
breve comentario al final:
OTRA
VEZ ALEMANIA (L. B.-B., 23-9-07, 10:00)
(Para
el primer viaje, vean "Se avecina un curso denso, duro y difícil")
Se cumplen los 50
años de mi primera llegada a Alemania. Un aniversario a celebrar o, al menos,
meditar. Mucho hemos cambiado los dos en este medio siglo. Sobre todo,
Alemania. En 1957, era un país en ruinas, ocupado y avergonzado de las
tropelías cometidas bajo el nazismo. Yo, poco más que un mozo español que
apenas sabía nada, pero quería saberlo todo.
Alemania se volcó, con
la intensidad que la caracteriza, en su refundación, lejos del imperialismo del
Kaiser y del delirio criminal nacionalista de Hitler, en busca de la democracia
y el entendimiento con los vecinos, con el último objetivo de la reunificación,
que entonces parecía un sueño. Alemania ha cumplido sus deberes con tanta
aplicación como talento. Se levantó de las ruinas, hizo las paces definitivas
con Francia, que iba a ser la base de la Unión Europea, financió ésta con generosidad
sin límites, se convirtió en el principal aliado de los Estados Unidos para
abrirse luego al Este de Europa. Ante las crisis políticas y económicas, sus
dos grandes partidos, CDU y SPD, formaron gobiernos de coalición.
Todo ello sin alardes
ni pretensiones expansionistas, construyéndose hacia dentro y hacia fuera,
teniendo más en cuenta el futuro lejano que las próximas elecciones. Digno de
destacar en este cuadro es que últimamente estudia reducir las competencias de
los «länder», los gobiernos regionales, para hacer frente al desafío de la
globalización. Un milagro no sólo económico fundado en una idea muy luterana de
la política. «¿Qué entiende usted por democracia?»,
pregunté a uno de los diseñadores de la Alemania actual. Ante mi sorpresa
respondió: «¿Democracia? Responsabilidad,
naturalmente». En efecto, democracia es responsabilidad individual y colectiva.
Los españoles, en cambio, creemos que democracia es libertad, que cada uno,
individual y colectivamente, haga lo que quiera. Es como Alemania va hacia
delante y nosotros, en el mejor de los casos, nos hemos quedado estancados como
nación y como estado. Pero yo quería celebrar aquí mis bodas de oro con
Alemania.
Breve
comentario final:
OTRA
VEZ ALEMANIA (L. B.-B., 23-9-07, 10:00)
Tenía muchos deseos de volver con calma y tiempo, así que este
verano cogimos el coche y nos fuimos a pasar unos días a una granja en los
Alpes bávaros, con nuestros amigos suizos. Por allá, por los alrededores de
Füssen y el castillo de Neuschwanstein, el paisaje es bellísmo, con
bosques de pinos y praderas verdes que se contraponen al cielo
intensamente azulado y las abruptas cimas grises-marrones de los Alpes.
Pero esta vez yo deseaba dos cosas prioritariamente: bosques
variados y contacto con la población. Así que, después de una semana con los
amigos y de visitar Munich, comenzamos a viajar hacia el norte, en dirección a
Turingia, por la ruta romántica. Y decidimos pasar unos días en el Frankenwald,
en la frontera entre Turingia y Baviera. Y allá, en "el León de Oro",
en la cima de una montaña, encontramos lo que buscábamos: bosques densos y
variados y contacto con la gente del pueblo.
Los bosques de aquella zona son hermosísimos: allí hay castaños,
robles, hayas, tilos ---que bien huelen en Julio los tilos alemanes--- abedules
y otras especies de árboles a los que ya no consigo poner nombre. Pero además
contactamos con personas: en aquella pequeña pensión de las montañas cerca de
Kronach los siete u ocho matrimonios de jubilados que recalaban allí en el
verano se conocían y pasaban algunos ratos juntos, desayunando en el comedor o
charlando al sol en unos bancos exteriores durante algún tiempo cada día. Y
aunque nuestro alemán era muy escaso, y también su inglés, conseguíamos esbozar
una mínima comunicación. Y siempre es muy grato encontrarse con personas muy
civilizadas y amables, que son las características predominantes del pueblo
alemán, además de la disciplina y la conciencia cívica.
Este es un rasgo de la cultura alemana contrapuesto a la
española: mientras que allá todos se preocupan ---y vigilan, lo mismo que en el
Japón--- de mantener las calles y el paisaje en estado de revista, con un
urbanismo que embellece el paisaje, aquí lo que es de todos no es de nadie, y
estamos destruyendo nuestros recursos naturales por irresponsabilidad,
especulación y corrupción.
Después de pasar tres o cuatro días en las montañas decidimos
bajar a las ciudades históricas al sur de Berlín, y visitamos Leipzig ---y la
tumba de Bach en la iglesia de Santo Tomás---, Jena, Gotha, Weimar y Erfurt,
dejando para la próxima vez Dresde, Berlín y toda la zona norte costera. La
visita a estas ciudades medias nos dió la oportunidad de conocer muchos retazos
de la historia de Alemania y contactar con mayor intensidad con la población.
Leipzig y Weimar me gustaron especialmente, la primera por sus monumentos
históricos, y la segunda por su ambiente ilustrado, construido sobre la memoria
de Goethe y Schiller, creadores del autoconocimiento de la ciudad.
Finalmente decidimos bajar hacia el suroeste, hacia el Rhin y el
Mosela. Fijamos base en Coblenza y desde allí fuimos haciendo la hermosísima
ruta de los viñedos de ambos ríos, plena de laderas plantadas de vides, y
castillos y ciudades medievales bellísimas.
Aprovechamos uno de los últimos días para visitar Colonia y su
bellísima e impresionante catedral. Es tan inmensa que no se pueden hacer fotos
completas de ella: no te cabe en la cámara, y no puedes alejarte lo suficiente
como para abarcarla toda. Por eso, las postales están compuestas con fotos
hechas desde helicópteros.
En fin, cuatro mil y pico de kilómetros en veinte días de
carretera. Pero volvimos satisfechos y alegres, por haber conocido más a fondo
un país admirable. Aunque la próxima vez iremos en avión y alquilaremos coche
allí: no se puden imaginar la tortura agotadora de la vuelta por la A7 y la A9
francesas, plagadas de roulottes con matrícula NL en dirección al Sur. Aunque
siempre es muy grato detenerse en Beaune, la capital de la
Borgoña, y disfrutar de sus vinos y su "fondue" de buey.
Una experiencia gastronómica grata es tomarse una salchicha con
cerveza en la calle mayor de Erfurt, o un helado italiano de casi quince
centímetros en Oberammergau, la ciudad de las tallas en madera de los Alpes.
Nos falta el Norte. Volveremos.