NAVIDAD LAICA
Artículo de Juan Manuel de Prada en “ABC” del 24.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Se discute en estos días si la
Navidad ha dejado de ser una fiesta religiosa, para convertirse en una mera
orgía consumista, aderezada con unas dosis de humanitarismo de pacotilla, que es
manifestación farisaica muy del gusto de nuestra época. Creo que este debate no
es sino una excusa o subterfugio que nos evita incursionar en otro mucho más
hondo y peliagudo, que es el debate sobre la naturaleza de la felicidad. El
hombre contemporáneo persigue la felicidad como si de una formula química se
tratase, algo así como un revulsivo o catalizador que actúa sobre nuestro ánimo,
infundiéndole una «sensación de bienestar». Naturalmente, esta búsqueda suele
saldarse con un fracaso, pues en el mejor de los casos esa sensación resultará
pasajera, apenas un analgésico que distrae por unos pocos días el dolor en
sordina que martiriza al hombre cuando decide amputarse, escindirse, renegar de
un elemento que le es consustancial. No hay felicidad sin una aceptación plena
de lo que somos; y lo que somos incluye una dimensión religiosa, o si se
prefiere trascendente, que no se puede extirpar sin un grave menoscabo de
nuestra propia naturaleza. El hombre contemporáneo, al expulsar a Dios de su
horizonte vital, se ha convertido en un ser demediado y, por lo tanto, infeliz;
y, como el manco que en los días que preludian tormenta siente un dolor
fantasmagórico en el brazo que le ha sido arrancado, el hombre contemporáneo
siente en las fechas navideñas esa amputación que ha infligido a su propia
naturaleza como una carcoma o una desazón angustiosa que trata de combatir
mediante lenitivos euforizantes. Una vez extinguidos sus efectos, vuelve a
sentir el dolor de la amputación, y otra vez vuelve a ensordecerlo con esos
lenitivos que, como la morfina, a la vez que lo alivian lo esclavizan y
embrutecen. A veces, entre los vapores de la morfina, brota en el hombre
contemporáneo la reminiscencia de una nostalgia, que confunde con alguna estampa
más o menos idílica de su niñez y que, a la postre, no es sino añoranza de aquel
estado originario en que aún no había renegado de su apetito de trascendencia y
espiritualidad.
Los lenitivos que el hombre contemporáneo ha ideado para acallar la protesta de
su naturaleza son de diversa índole: desde el consumismo desmelenado y bulímico
hasta ese humanitarismo falsorro que ,despojado de su requisito primordial (la
consideración del prójimo como recipiente sagrado), se queda en puro aspaviento,
pasando por la torpe satisfacción de placeres primarios, puramente fisiológicos.
Cuando se habla de «Navidad laica» se está designando, en realidad, esa
infelicidad que el hombre contemporáneo vive como una amputación y trata de
paliar mediante colocones de morfina. Pues la Navidad, antes que nada, es la
fiesta a través de la cual el hombre reconoce la presencia de Dios en la
aventura humana y, por tanto, la dimensión trascendente de su propia vida.
Cuando Dios nace, algo bueno y nuevo nace dentro de cada hombre, en su más
ensimismada esencia. Al asumir como propio ese ingrediente divino, el hombre se
siente más completo y conforme consigo mismo; y de esa conformidad brota, como
una irradiación que no declina su llama, la verdadera felicidad.
Despojada de esa significación honda y primordial, la Navidad se convierte en
una trágica búsqueda de lenitivos y analgésicos, un vagabundaje desesperado en
pos de una quimera. El hombre contemporáneo que celebra una «Navidad laica» es,
en cierto modo, como ese gallo descabezado que corretea poseído por la desazón
mientras se desangra; aunque no lo sepa, es tan sólo un muerto que camina, pues
ha extraviado la fuente de la que mana su felicidad.