CAMPUS UNIVERSITARIO ABANDONADO
Artículo de Josep Maria Montaner en “El País” del 10.03.06
Josep María Montaner es Arquitecto y Catedrático de la Escuela de Arquitectura de la UPC
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La experiencia de recorrer el espacio urbano del Campus de Letras de la Universidad de Barcelona (UB) y del Campus Sur de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), en la Zona Universitaria, en el lado sur de la avenida Diagonal, en bastante mal estado, sin aceras para los peatones -con un dominio total de la ciudad-asfalto- y con los inmensos aparcamientos de automóviles convertidos en descampados, con bastantes edificios que llevan años sin que se haya invertido en mejoras y que da la impresión de que están a la espera de ser abandonados, da mucho que pensar. Posiblemente sea todo un síntoma del estado de la Universidad pública.
El que escribe ha visitado en los últimos meses universidades en Argentina, Brasil e India, grandes países a los que consideramos más retrasados que nosotros, pero cuyos campus universitarios son realmente campus. En estos países, incluso en las ciudades menores, los campus universitarios, ya tengan potentes edificios o ya dispongan de modestos pabellones, disfrutan, por lo menos, de unos recintos propios, una frondosa vegetación y unos generosos espacios públicos, con estudiantes reuniéndose junto a los árboles o estirados sobre la hierba. Mientras, en nuestras depauperadas universidades sólo hay asfalto desgastado y aparcamientos a rebosar.
Esta situación de dejadez material es un reflejo de la situación de una Universidad que tiene una plantilla con profesores cada vez más envejecidos y de tal rigidez que no permite la diversidad de situaciones docentes que realmente se dan; con unos rectorados bienintencionados pero más preocupados en hacer política que en mejorar sus escuelas y las condiciones de trabajo de sus profesores y estudiantes; y con unos planes de estudio obsoletos y que se resisten a ser actualizados.
Una de las razones de la crisis de la Universidad pública radica en la endogámica estructura departamental creada por la Ley Orgánica de Reforma Universitaria (LRU), que ha ido empobreciendo, atomizando y anquilosando la vida universitaria, que obliga de por vida a que sus profesores sobrevivan en auténticos reinos de taifas o mundos predemocráticos, conviviendo entre fronteras y laberintos de rencillas y rivalidades, con trabajos e investigaciones que, cuando existen, están escasamente coordinados entre ellos. Mientras vivimos en unas sociedades cada vez más complejas, que exigen el aprendizaje y la cooperación multidisciplinar, especialmente para intervenir en las ciudades y los territorios, los departamentos siguen fortificados tras sus exclusividades, restricciones, compartimentos y especialidades.
Nuestras universidades públicas viven flagrantes contradicciones: las mismas actividades que dan prestigio, reconocimiento, sexenios y subvenciones, es decir, obras premiadas, publicaciones de gran impacto, relaciones e intercambios internacionales, participación en conferencias, cursos y congresos, son interpretadas por las estructuras funcionariales y reglamentistas internas como pequeñas traiciones a la que se considera la máxima misión de un profesor: la acumulación de horas en despachos y aulas. Se exige que los proyectos de carácter científico, técnico o artístico se hagan en los mismos edificios universitarios, pero en general no hay ni los medios ni los espacios adecuados para ello. Arquitectos, ingenieros y otras actividades politécnicas no disponen de espacios adecuados y suficientes para la docencia y no tienen otro remedio que recurrir a sus propios estudios o a despachos profesionales afines para realizar sus investigaciones, desarrollar sus proyectos y preparar su docencia.
Mientras espera la implantación de los planes de las carreras, nuestra Universidad pública, desde hace años dentro del corralito de Bolonia, se va debilitando tanto por su propia incapacidad como por la competencia desleal de las universidades privadas. En éstas se da entrada a los profesores que el sistema de las universidades públicas, en proceso de reducción de plantilla, va expulsando, y se incorpora a los profesores jóvenes que no pueden entrar en la pública. Y mientras se aprovechan de la Universidad pública, de unos profesores allí formados y de unas infraestructuras sobreutilizadas a las que también recurren los de la privada, dichas universidades van creciendo y se van haciendo nombre sin los mecanismos de control y de crítica genuinos de la Universidad pública.
Difícil futuro tiene una Universidad pública que, por mucha voluntad que pongan sus profesores, se va alejando de los estándares de las universidades de prestigio internacional. Sólo avanzará si rompe con las ataduras departamentales, si refuerza las competencias de cada escuela y facultad, si promociona y coordina las investigaciones de mayor calidad y si realiza una fuerte crítica y puesta al día, conceptual y tecnológica, analizando, reconociendo y superando su propia realidad. Lamentablemente, ni el Gobierno progresista del PSOE en Madrid ni el tripartito en Cataluña han puesto énfasis en intentar corregir este abandono de la Universidad pública. De momento, la prioridad ha sido la de intentar resolver el problema de la poca eficiencia de la enseñanza secundaria y no se ha hecho casi nada para corregir la tendencia marcada por los gobiernos conservadores anteriores, que favorecieron a las universidades privadas. Así las cosas, la Universidad espera, contemplando su horizonte de decadencia. Por esto, un paseo entre las escuelas que pueblan el Campus Sur de la Zona Universitaria puede ser revelador de una capacidad intelectual, científica y creativa que está latente en un presente paralizado por la falta de voluntad de salir de la mediocridad.