LA GENERACIÓN NADA

 

 Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 25.04.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

LOS cambios de costumbres que antes se cocían a fuego lento hoy toman vida poniendo a tope el mando del microondas ultrarrápido. De un soplo pasamos del sexo comunal a casarnos por la Iglesia con un «piercing», del «after hours» al chateo, del botellón al sabor a jarabe frutal del «Bellini». Ya casi está pasada de moda la subcultura «gótica» cuando llega la generación «nada». Nada más fácil que pasarse de la extrema izquierda a la extrema izquierda. Mundo galopante: algunas jóvenes del Euro-Islam reclaman el derecho a ponerse el velo mientras las jóvenes del Irán pre-nuclear son perseguidas por la Policía si no llevan el velo, como rige la ley islámica. Extraña Europa en la que los estudiantes franceses repudian un primer contrato de trabajo mientras llegan por el sur las pateras llenas de africanos en busca de un puesto de trabajo cualquiera. Los sistemas del deber se disolvieron hace ya tiempo en el embate de la moral emocional.

En las galerías comerciales de la Europa postsocialista ha crecido esa generación que -por ejemplo, en Varsovia- se llama «generación nada». Ya tiene sus escritores, sus antros, su desencanto, sus formas de beber y alterar la noche. Sazonan su hastío con la antipolítica. Razones o excusas: el desempleo, la dureza de la economía de mercado, la confrontación entre generaciones. Donde estaba la disidencia que resistió con tanta entereza moral al totalitarismo ahora navegan con cierto despiste los beneficiarios de una libertad que llegó acompañada de otra noción de seguridad, de otras formas de autoridad.

En la época del gel de baño con aromas imaginarios, los jóvenes «góticos» -«cuervos» o «siniestros»- llevan ya años con las uñas negras y el cabello como escarpines. Festonean los valores con gasa negra de melancolía profesionalizada y un suspiro de desesperanza pendiendo del cuello en forma de abalorio fúnebre. Dicen no esperar nada sino la muerte. Adolescencia de tanatorio, de goticismos oscuros, de gárgola con maquillaje de quita y pon. Contra el lenguaje articulado, el cine mudo; contra la piel desnuda, el vinilo. Contra la acción, el mal al que no hay quien se resista. Sienes rapadas a lo «punk» para una mirada pasiva, una cruz colgando de la oreja y un amanecer psicodélico en la lontananza. La placenta de esta mitología palpita en la caverna de Batman.

Un estudio sobre la juventud gótica de Escocia, más allá de la escenificación, identifica ese talante de luto «sine die» con la autolesión y con el intento de suicidio. Cuanta más identificación con la tribu, más recurrencia del afán de dañarse a uno mismo físicamente. El ser o la muerte, todo o nada: fronteras de una y otra generación, con sus músicas y sus tatuajes. Estéticas del miedo frente a la voluntad de existir. Según la investigación, son más propensos al daño infligido los muchachos que, con alguna fragilidad mental, han asumido a ciegas las leyes de la subcultura «gótica».

En toda esa gama y fracciones de la generación «nada», la culpa de todo siempre corresponde a los demás. No cabe hacer nada porque la inminencia del desastre es el día a día. Luego resulta que eso también transita por los «blogs», aparece en novelas, ya tiene su filmografía, sus poetas macilentos. También por ahí anda Osama bin Laden, amenazando a Occidente por vídeo. Dice que nunca habrá paz entre Occidente y Al-Qaida. Resulta casi de estremecimiento cotejar ambas realidades, con su envés de ficción. Chocan la cantinela de las madrasas del islamismo radical y los ritmos de la música cibergótica, los sintetizadores y las voces de la mezquita. Extasis a prueba de nihilismo de barrio, de cruce genético entre la Familia Adams y Los Morancos. Cutrez postromántica. Reaparece la noche de los muertos vivientes, en versión «afterpunk», un bocata teñido de negro y un botellón con sabor a nada.