LA SOCIEDAD RESPONSABLE
Artículo de JORDI PUJOL en “La Vanguardia” del 23-5-05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Nuestra sociedad
ha hecho durante los últimos veinticinco años un progreso formidable. Ahora
somos una sociedad democrática. Una sociedad donde imperan los derechos humanos.
Donde impera el derecho a la plena libertad individual.
Somos una sociedad que ha progresado muchísimo económicamente, y que ha hecho
una considerable distribución de la riqueza creada. Una sociedad con un Estado
de bienestar de buen nivel. Una sociedad, finalmente, con una buena convivencia
y una notable cohesión social.
A pesar de todo esto, tenemos bolsas de pobreza y desequilibrios. Pero el
sistema de valores de la sociedad exige luchar contra ello y eliminarlo. No de
hoy para mañana, no es posible, pero lo más deprisa posible. Es decir, es un
sistema de valores humanamente positivo.
También es cierto, que incluso entre gente muy favorecida por la evolución de
estos años y por la situación actual hay insatisfacción.
Y también es cierto que hoy en día hay que ver cómo mantenemos y mejoramos
nuestra sociedad y nuestro Estado de bienestar. Algunos dicen, incluso, que
nuestro modelo empieza a estar agotado. Que hay que definir un nuevo horizonte.
Y sí que es necesario definir un nuevo horizonte. Sí que hay que plantear
propuestas nuevas. Pero no sólo las que se suelen hacer. Porque se hacen
propuestas. Propuestas para mejorar nuestra enseñanza superior, progresar en
tecnología, introducir reformas en nuestro Estado del bienestar, reformar
nuestro sistema de pensiones, etcétera. O bien para compatibilizar el trabajo
con la atención a la familia. O bien para mantener la calidad ambiental.
Etcétera.
Todo esto está bien. Pero no será suficiente si de verdad queremos realizar un
cambio cualitativo importante de nuestra sociedad.
Tenemos una sociedad satisfecha, pero al mismo tiempo muy insatisfecha. Una
sociedad en conjunto opulenta (de una opulencia de la cual, en formas diversas,
goza un porcentaje alto de la sociedad), pero que por decirlo en términos
caseros no llega a final de mes, o tiene la sensación de que no alcanza. Una
sociedad que vive en la comodidad, pero que no puede padecer el más pequeño
contratiempo (es lo que los italianos llaman insofferenza).
Una sociedad educada en el ejercicio y la reclamación de los derechos, de toda
clase de derechos, pero no en la asunción de los deberes. Una sociedad, como
consecuencia de todo esto, dominada por la moral de la desvinculación, es
decir, por el no sentirse vinculado a nada que no sea el propio interés personal
y la propia realización personal.
Esto no pasa solamente en Catalunya. Pasa en toda Europa. Pero todos los
problemas y todas las crisis en Catalunya comportan más riesgo. Porque no
tenemos suficiente poder político, porque tenemos algunas fragilidades añadidas.
Muchos dicen: "Si hay que hacer algo de interés general, que se haga, pero no
cerca de casa". Se entiende que la gente defienda su entorno, pero esto llevado
al extremo -y en Catalunya cada vez se lleva más- desemboca en una obstrucción
muy general y en una parálisis. Forma parte de la cultura del no,de la
actitud de la oposición muy generalizada amuchas iniciativas positivas y
necesarias, pero que tienen algún coste, algún inconveniente.
Otro ejemplo es la actitud de muchos padres que traspasan mucho más de lo que
deberían la atención de los hijos a la escuela y a la Administración. Que no
aceptan que el responsable principal de sus hijos no son los maestros ni el
Ayuntamiento o la Generalitat, sino ellos.
Hay multitud de ejemplos de cómo necesidades urgentes y de más entidad, incluso
humanas, son postergadas por reclamaciones del todo secundarias, populistas y a
menudo pseudoprogresistas. Muy a menudo los partidos priorizan mal porque son
sensibles a esta clase de reclamaciones egoístas e insolidarias.
Un punto de la máxima trascendencia donde la moral de la desvinculación se pone
de manifiesto es en el tema de la familia. La familia es la principal
infraestructura social de un país. Pero en Catalunya nunca ha conseguido acceder
a la cima de la política. Siempre ha sido expulsada por las propuestas de
rendimiento individual e inmediato y tratada de una manera desconsiderada por
buena parte del mundo político, intelectual y mediático. La idea, que algunos
países europeos ya han asimilado, que sin familias sólidas la sociedad entra en
crisis e hipoteca gravemente su porvenir aquí aún no ha cuajado.
El común denominador de todo esto es la insuficiente asunción de
responsabilidad. Personal, pero también colectiva. Hacia el presente, y más aún
hacia el futuro.
No es fácil explicar qué significa sentirse responsable o no. A ello puede
ayudar el análisis de algunos aspectos concretos.
1. - Ante todo de sentido del bien común (o del interés general). Es necesario
advertir que el individualismo tiene aspectos positivos. Finalmente, uno es
responsable de sí mismo. Y para realizarse, uno necesita hacerlo en primer lugar
a través de uno mismo. Pero sólo afirmarse personalmente lleva al ahogo personal
y a la disgregación colectiva. Y que en la mentalidad de la gente y en la
respuesta a los problemas hace falta un componente comunitario de mucho peso. Y
esto significa que la gente tenga sentido del bien común o del interés general.
¿Somos realmente educados en esto? Por ejemplo, en hacer entender que el interés
general a veces entra en contradicción con el particular?
2. - Es difícil tener sentido del bien común y del interés general sin una
visión global de las cosas. ¿Somos educados en esto? Dando por sentado que a la
satisfacción personal también tenemos derecho, y que es motor poderoso de la
actividad humana. Y que es compatible con la generosidad.
3. - Todo esto sólo es viable si se tiene una idea clara de los derechos y de
los deberes de cada cual. En un tiempo como el nuestro, en el que la predicación
de los derechos se efectúa mucho más que la de los deberes, la pedagogía de la
responsabilidad se ha hecho difícil.
Se hace necesaria una reacción contra el predominio muy acentuado de la
predicación y reclamación de derechos y de silenciamiento de los deberes. En
parte se explica porque en el pasado hubo épocas con un desequilibrio inverso.
Pero la situación de hoy es la que es, y no es buena.
Lo que estoy diciendo se puede decir de una manera diferente, y también se puede
decir mejor. Pero es del todo necesario que se diga. Y que se haga pedagogía.
¿Quién puede hacer esta pedagogía?
En primer lugar todo el mundo que ejerza magisterio: los padres, los maestros,
las entidades cívicas, la Iglesia, los medios de comunicación... También deben
hacerla los partidos políticos y los sindicatos. Ya sé que es difícil, y que por
ejemplo de los partidos políticos muchos no lo esperan. Pero deben hacerla.
Es urgente construir la sociedad de la responsabilidad, o la sociedad
responsable. Es decir, una sociedad donde las cosas no funcionen sólo por
imperativos externos a las personas o a la colectividad -por ejemplo, por el
poder político y administrativo o económico-, sino por propia iniciativa, por
autodisciplina y por sentido del interés general. Es decir, por responsabilidad
cívica y ciudadana.
Hace poco, yo mismo, comentando el libro de Jeremy Rifkin El sueño europeo,
hacía notar que Europa tiene activos y pasivos, como los tiene Catalunya. Y que
en la lista de los pasivos había un bajo sentido de la responsabilidad, tanto
individual como colectiva. Y que esto podía hacer que Europa como comunidad y
como modelo fracasara.
Es evidente que si esto puede hacer fracasar a Europa con más razón puede hacer
fracasar a Catalunya. Que todo el mundo está de acuerdo en que se halla en una
encrucijada. El Estatut, la financiación, la acción de las instituciones -tanto
las nuestras como las españolas y las europeas- conllevarán que a partir de esta
encrucijada nos orientemos bien o no, y con más o menos éxito. Pero seguirán
siendo decisivos del todo el estado de ánimo de la sociedad, su ambición y la
capacidad de actuar en términos de responsabilidad personal y colectiva.
JORDI PUJOL, ex presidente de la Generalitat de Catalunya