UN MAR DE MEDIOCRIDAD
Artículo de XAVIER SALA I MARTÍN en “La Vanguardia” del 17/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Tres, dos, uno... Empieza
la última prueba de estas olimpiadas: ¡el maratón! Los corredores ponen en
marcha sus cronómetros de muñeca y empiezan a mover lentamente las piernas en
dirección al estadio olímpico. Súbitamente, el representante español (parece que
lleva boina) sale disparado, corriendo como si estuviera loco, y deja muy atrás
a todos sus adversarios. A los 100 metros cae al suelo, destrozado y exhausto, y
abandona la prueba. Se abraza jubiloso a su mánager porque, aunque no ha ganado
la carrera, ha conseguido el objetivo para el que se entrenó durante cuatro
años: ¡salir por la tele liderando el pelotón a los 100 metros!
Me ha venido esta imagen a la cabeza después de las muchas críticas que nuestras
escuelas, profesores y estudiantes han recibido a raíz del informe Pisa que
evalúa la capacidad matemática, de lectura y de resolución de ejercicios de
miles de jóvenes de países de la OCDE. El problema, dicen, es que nuestros niños
no quedan demasiado bien. Lejos de representar un fracaso, yo interpreto los
resultados como un éxito espectacular: nuestros estudiantes y educadores han
conseguido exactamente lo que los legisladores, hechizados por el papanatismo
progre que invadió España durante los ochenta, buscaban con la Logse. Como el
cómico corredor descrito en la cabecera, la Logse no ha servido para ganar la
carrera importante, pero ha conseguido los absurdos objetivos que buscaba.
Nuestros líderes políticos quisieron un sistema en el que los niños más listos o
más trabajadores no destacaran por encima de los demás -supongo que para no
herir sensibilidades con injustos agravios comparativos- y eso es exactamente lo
que se ha conseguido: un sistema educativo en el que todos los niños son
igual... de mediocres. Cuando se busca simultáneamente la educación universal y
la igualdad de resultados, se consigue la homogeneización a la baja. ¡Sí! Es
cierto que debemos garantizar la escolarización para todos, pero no al precio de
bajar niveles e impedir que los más brillantes destaquen, progresen o
sobresalgan. El fracaso escolar es malo, pero el fracaso del sistema escolar es
todavía peor.
Nuestros legisladores quisieron que los niños no tuvieran que pasar por esos
supuestos traumas llamados exámenes y evaluaciones, y eso es lo que tenemos:
niños incapaces de aprobar exámenes..., y por eso quedan de los últimos en los
rankings internacionales. Las evaluaciones deben ser una parte importante de la
educación. Primero, porque sirven para ver si el niño aprende lo que se le
enseña. Segundo, y más importante, porque el sistema educativo debe preparar
para el futuro, un futuro que, nos guste o no, ¡estará lleno de exámenes! En el
mundo de evolución constante en que vivimos, los jóvenes tendrán que cambiar de
trabajo en infinidad de ocasiones y cada una de ellas representará un exhaustivo
examen de sus capacidades y conocimientos. No sólo no ayudamos a nuestros niños
a prepararse para ello, sino que hacemos exactamente lo contrario.
Nuestros representantes quisieron que el aprendizaje estuviera ligado al juego,
a la diversión y a la falta de esfuerzo y que se eximiera a los niños de toda
responsabilidad..., y eso es exactamente lo que hemos obtenido: niños
irresponsables, incapaces de hacer algún esfuerzo que no tenga gratificación
inmediata y que no dominan herramientas tan esenciales para ir por el mundo como
las matemáticas o la lectura. Un buen sistema educativo debe enseñar que la vida
no es una gran casa de Gran Hermano donde analfabetos y vagos pueden
ganar fama y dinero sin trabajar, esperando simplemente que se produzca un golpe
de suerte. Los niños deben aprender que, en la vida real, no se pasa de curso
sin hacer un esfuerzo.
Todo esto es lo que han querido los políticos y todo esto es lo que han
conseguido. El problema es que, ahora que cada vez es más patente que los
maestros y los estudiantes hacen exactamente lo que les encargaron los que
diseñaron la Logse, resulta que los responsables de aquella patraña sacan
pelotas fuera y culpan a las televisiones, al profesorado, a las propias
familias o incluso a las consolas Nintendo. Y no sólo eso: muchos tienen la cara
dura de pedir un ¡aumento del gasto público en educación!
Pero no, señoras y señores ministros, consellers, parlamentarios, senadores y
demás comensales del erario público: nuestra educación tiene un grave problema,
y su solución no implica dilapidar más dinero en un sistema que no funciona. La
solución implica, primero y ante todo, que ustedes se den cuenta de que los
experimentos progresistas con los que han castigado a toda una generación de
chavales inocentes han sido un ostentoso fracaso. Una vez admitida la derrota,
dense cuenta de que el verdadero progreso sólo se puede alcanzar con una
educación que permita a las futuras generaciones vivir con garantías en el mundo
real y no en el país de las maravillas que dibujan las escuelas
lúdico-sostenibles. Acepten que la verdadera justicia requiere que todos los
ciudadanos tengan garantizado poder correr y empezar la carrera en igualdad de
condiciones. La justicia no consiste en que todos lleguen a la meta al unísono y
en que todos tengan medalla aunque no se la merezcan.Yfinalmente, percátense de
que la vida es un maratón y que si ustedes insisten en seguir preparándonos para
los 100 metros, no sólo seguirán siendo ustedes unos irresponsables, sino que
seguirán condenando a nuestros jóvenes a seguir sumergidos en un mar de
mediocridad.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Umbele, Columbia University y UPF. www.umbele.org