CERO A LA IZQUIERDA
Artículo de David Torres en “El Mundo” del 10.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La realidad ya no es lo que era. Cuando yo usaba pantalones cortos, la realidad era como un tigre en una jaula: algo que daba miedo y donde, desde luego, sabías que no debías meter el brazo. Un muro físico, tangible, que se encarnaba en capones, castigos y ceros en el cuaderno de notas. Todos los chavales llevábamos las rodillas adornadas con costras que nos recordaban que la realidad hacía pupa. Hoy apenas hay chavales jugando por las calles y no hay más muros que los salvapantallas. Gracias a la educación moderna, sus rodillas y orejas están intactas. Y no es que defienda los capones ni los tirones de orejas de algunos sádicos con y sin sotana que tuve por profesores, pero siento un escalofrío cuando veo que un alumno puede pasar al siguiente curso con ocho suspensos en la mochila.
No tenía yo mucha idea de matemáticas, pero sabía lo que era un cero. Hasta ahí llegaba. Hoy un cero no es nada: un atavismo del pasado, un resto antipedagógico de una cultura obsoleta.En aquel entonces, una llamada del colegio a los padres ponía los pelos de punta. Hoy los que tienen los pelos como escarpias son los profesores cuando entran en clase, enfrentados a una guardería sin civilizar en crecimiento perpetuo. Una vez que me dio por enchufar el cable de la antena, puse la tele y vi a un chaval muy progre diciendo que los alumnos tenían derecho a elegir sus asignaturas y sus profesores. Pensé que, con aquella demagogia de orinal, aquel mendrugo (todo melena y rizos) pronto haría carrera política. Ni siquiera le habían explicado que un colegio no es una estructura democrática, sino jerárquica.
En el mundo feliz de los pedagogos, los chavales aprenden por ciencia infusa. El nivel de estudios queda al albur de la capacidad del más lerdo o al capricho del más tonto. Al alumno se le suponen los aprobados, igual que el valor al soldadito español. Fuera del colegio, los chavales juegan no en la calle, sino en las pantallas de los videojuegos, donde los héroes siempre vuelven a levantarse y las resurrecciones están a la orden del día. Sus películas favoritas son memeces donde un mago barbudo se cae a un abismo en la primera película y reaparece en la siguiente por arte de birlibirloque.
Normal que Zapatero piense que, con cambiar el nombre de un problema, el problema desaparece. También vive en la magia de las realidades virtuales: alianza de civilizaciones, identidad nacional... Puro Gandalf. Pero a un crío que no sabe lo que es un cero, que nunca se ha arañado las rodillas y que cree que la muerte se arregla cambiando de pantalla, a un chaval criado a los pechos de esas leyes donde las letras se van cayendo a pedazos (LOGSE, LOCE, LOE), vete a explicarle luego lo que es el paro. La realidad lo va a devorar de un bocado. Ni siquiera va a necesitar la excusa de una tajada para meter el brazo en la jaula del zoo, a ver si el tigre es de verdad o si está hecho de píxeles.