EL MODELO TERRITORIAL DE ZAPATERO
Editorial de “ABC” del 08/09/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LAS
condiciones en que se acordó la reunión que ayer mantuvieron Rodríguez Zapatero
y Rajoy en el Palacio de la Moncloa presagiaban un nuevo desencuentro. La cita
venía forzada por el emplazamiento público del líder popular al presidente del
Gobierno por su absentismo en el debate sobre el modelo de Estado, a pesar de
que él mismo lo promovió en su debate de investidura. Después, el tacticismo del
PSOE desnaturalizó el encuentro entre los dos políticos que representan a más
del 80 por ciento de los electores, al convertirlo en el primero de una ronda de
contactos con las demás fuerzas políticas. Transformado en un trámite para
diluir la iniciativa de Rajoy, de este encuentro sólo cabe subrayar tanto la
falta total de sintonía entre Gobierno y oposición, como el hecho de que, cinco
meses después de tomar posesión y de anunciar que esta sería la legislatura de
la reforma del Estado, Rodríguez Zapatero no haya sido aún capaz de ofrecer a la
oposición ni a la opinión pública una propuesta perfilada de su modelo
institucional. Mariano Rajoy no ha podido arrancar al presidente del Gobierno de
su silencio, que no es, sin embargo, sinónimo de pasividad, porque Rodríguez
Zapatero está dejando hacer y mucho, lo suficiente para poner en duda la
sinceridad de sus propuestas de diálogo y de consenso con la oposición. Mientras
el Gobierno se recrea en ofertas inconcretas de buen talante y el PP espera
pacientemente, la realidad sigue su curso y, por la vía de hecho, se están
viendo cuáles son las intenciones del Ejecutivo, porque las anunciadas reformas
de la organización política del Estado empiezan a ejecutarse, adoptando la forma
de negociación bilateral entre el Gobierno y el tripartito sobre los
Presupuestos Generales del Estado, o de retirada de recursos interpuestos ante
el Tribunal Constitucional por invasión de competencias atribuidas al Estado
-delegaciones en el extranjero, administración de justicia- o, simplemente,
escenificando la asimetría territorial -es decir, el agravio con las restantes
Autonomías- en el tratamiento privilegiado que se está dispensando al Gobierno
autonómico catalán. Es un error de diagnóstico seguir insistiendo en que
Rodríguez Zapatero no tiene un modelo de Estado.
El mayor reproche que merece el Gobierno es la opacidad de su acción política,
lastrada por la sensación -muy tangible, por otro lado- de que se mueve
impulsado por pactos secretos y objetivos estratégicos que no son de interés
general para todos los españoles. Rodríguez Zapatero puede legítimamente
defender un modelo federal asimétrico, al que se están remitiendo los hechos,
pero debe decirlo públicamente, sin tapujos, asumiendo la responsabilidad
política de su elección y aclarando con quiénes quiere pactar ese modelo. Y,
sobre todo, exponiendo las razones por la que está sometiendo al sistema
constitucional a un revisionismo que sólo satisface a quienes, desde postulados
secesionistas, nacionalistas y federalistas, lo animan como un primer paso para
llegar a cotas mayores. Hay motivos para que la preocupación expresada ayer por
Rajoy, a la salida de la reunión, sea compartida por amplios sectores de la
sociedad española. El más grave es que el Gobierno, cuando habla de la reforma
del Estado, no está transmitiendo la idea de un proyecto nacional, integrador y
común, sino de un proceso político de Estado a la carta, conflictivo e impuesto
por la «tensión territorial» provocada por los nacionalismos y las estrategias
endógenas del socialismo catalán; un proceso político en el que, al final y tal
y como se están planteando sus premisas, se llamará Estado Español al sobrante
que no hayan querido las comunidades autónomas.