UN GOBIERNO CONTRADICTORIO
Editorial de “ABC” del 19/09/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LA
democracia es tan generosa que a los partidos que llegan al poder les concede un
«periodo de gracia» para localizar los despachos, leer informes y formar
equipos. También para disculpar los primeros deslices, propios de la
inexperiencia. En el caso del Gobierno de Rodríguez Zapatero, las trágicas
condiciones que concurrieron, como mínimo, en su victoria electoral del 14-M y
el buen estado general en el que el PP dejó a España redujeron desde el
principio sus márgenes de error. De estrecharlos aún más se encargó la ministra
de Agricultura, que estrenó al Gobierno con los malos resultados de su
negociación en Bruselas para defender el tabaco, el aceite y el algodón de los
agricultores españoles. El error ocasional sería, en todo caso, disculpable. El
problema de este Gobierno es su contumacia en las contradicciones, los
incumplimientos, la precipitación y la descoordinación entre sus integrantes, lo
que viene a poner de manifiesto la ineficacia de la cadena de mando. Desde que
tomaron posesión en el mes de abril, no ha habido semana en que los ministros
-que deberían hacer caso de la máxima de Lao-Tsé: «El hombre que sabe no habla;
el hombre que habla no sabe»- no hayan protagonizado anuncios de reformas,
seguidos de matizaciones, prueba de que la gestión del Ejecutivo socialista
pivota más sobre las ruedas de Prensa que sobre el Parlamento o el BOE. Cabría
disculpar esta sucesión de errores y torpezas con cargo a la juventud política
del equipo de Rodríguez Zapatero, pero tampoco es posible recurrir a este trato
amable con un Gobierno en el que se encuadran políticos curtidos en la escena
internacional -como el ministro de Asuntos Exteriores-, europea y nacional -como
los dos vicepresidentes- o en la autonómica -como los ministros de Defensa,
Cultura o Fomento. Éstos no son los «jóvenes nacionalistas» de 1982, sino
políticos que desde hace años han asumido tareas de gobierno. A pesar de todo,
no hay prácticamente asunto de la política nacional que haya quedado al margen
de la indefinición del Ejecutivo, como demuestra el hecho de que ayer mismo el
ministro de Justicia se viera obligado a matizar su promesa del día anterior
sobre los «divorcios en diez días». A favor del Gobierno juega el que los planos
solapados de la Comisión del 11-M y la otra travesía en sentido inverso -del
poder a la oposición- que está recorriendo el PP le van permitiendo al Gabinete
de Zapatero regatear el juicio de la opinión pública. Sus promesas sobre los
astilleros de Izar han sido recibidas con graves incidentes de orden público.
Aznar no iba a aportar nada en la Comisión del 11-M hasta que Zapatero decide
que sí puede aportar algo. Cada día hay una versión nueva de la política
inmigratoria, creando y deshaciendo expectativas para decenas de miles de
extranjeros. En el Sahara, el Gobierno desahució el Plan Baker el día antes de
resucitarlo a conveniencia. De ampliar inmediatamente el aborto y regular la
eutanasia se ha pasado únicamente a promover debates sociales, en ambos casos
una acertada rectificación que, sin embargo, revela precipitación e impericia.
La mitad del Parlamento -el Senado- iba a quedar en manos del veto autonómico,
hasta que alguien del PSOE cayó en la cuenta de que esa reforma negaba la
soberanía nacional del pueblo español. Los horarios comerciales, las 180.000
viviendas -luego «actuaciones», después «soluciones habitacionales»- el copago
sanitario, el Plan Galicia, Kioto y los límites de velocidad en carretera, la
reducción imposible del IVA en «productos culturales» o el precio fijo de los
libros de texto son sólo algunos ejemplos de una acción de gobierno
invertebrada.
Zapatero tendría que acometer una seria autocrítica sobre la coordinación
interna de su Ejecutivo porque cada comparecencia pública de sus ministros se ha
convertido en una caja de sorpresas.