LAS VÍAS CATALANAS
Editorial de “ABC” del 12.09.2003
LA campaña de las elecciones catalanas es el escenario donde se dirime qué idea del Estado va a gravitar sobre la política nacional durante los próximos años. Por una parte, el modelo de la estabilidad constitucional, que admite retoques o puestas a punto, pero bajo la premisa del valor de la Carta Magna como marco de la paz, la convivencia y la concordia. En cierto modo, la imagen de Jordi Pujol junto a José María Aznar, en lo que bien se podría denominar la «secuencia de Vandellós» , simboliza esta idea, pues tras años de reivindicaciones, de aportaciones y también de críticas, las relaciones institucionales se basan en unas formas que refuerzan los vínculos. En este sentido, el PP catalán lleva unos cuantos años ya bajo la bandera originaria del catalanismo, la Cataluña grande dentro de una España grande, mientras que CiU, bajo el liderazgo de Pujol, nunca ha cuestionado los consensos gestados no sólo en torno a la Constitución y el Estatut, sino sobre la lógica histórica.
El otro modelo apuesta por el desanudamiento de los pactos, la revisión de los marcos legales y, en el mejor de los casos, la actualización, más superficial que otra cosa, de la simbología nacional para otorgar más peso a las Comunidades. La incertidumbre, la inestabilidad y en determinados casos la supeditación de las libertades básicas a vagas leyendas de carácter colectivo son los riesgos de esta tesis, de tan amplios márgenes que puede hacer coincidir en ese espacio a tradicionales defensores de la Constitución (Maragall podría ser un ejemplo) junto a partidos que han hecho del independentismo la única fórmula para satisfacer su coherencia ideológica, como ERC. Los resultados electorales y las configuraciones parlamentarias sólo presentan, ahora, tres alternativas posibles, pero dos de ellas significan lo mismo: un acuerdo de CiU con ERC o un pacto entre PSC, ERC y la testimonial Iniciativa per Catalunya -entidad desgajada de Izquierda Unida-. La otra posibilidad es un pacto de amplio alcance entre el PP y CiU.
En este momento, con la última Diada del Onze de Setembre en la que Jordi Pujol es el «president», es complicado calibrar si los gestos de Mas, el delfín de Pujol, y sus mensajes en favor de un nuevo Estatuto -equiparable al proyecto de Ibarretxe sólo en cuanto al espíritu de la letra-, constituyen un nuevo ejemplo de la doble vía convergente o se trata de un intento sin demasiados compromisos de cosechar votos útiles en el espacio radical y exclusivamente nacionalista, con escasos componentes de izquierda. Lo que es obvio es que Pujol ha lanzado una notoria recomendación a quienes aspiran a encarnar la ortodoxia convergente al darle a su encuentro protocolario con Aznar una evidente trascendencia gráfica. No deja de ser significativo este hecho en tanto contrasta con la tensión institucional, por decirlo en términos constructivos, que provoca el Gobierno vasco con notorios desafíos; y se produce, en el plano catalán, cuando vuelve a cobrar fuerza la posibilidad de que Unió y el PP confluyan en un espacio de acuerdo y estrategia conjunta.
Esa operación política no se va a verificar, para entendernos, pasado mañana, pero es una de las grandes vías que se abren en las hipótesis poselectorales, tanto tras el 16-N como después de las próximas elecciones generales. El líder de Unió, Josep Durán Lleida, emprendió la vía del nuevo catalanismo hace ya algunos años con un discurso en el que acentuaba que el reto de las fuerzas nacionalistas no era el de enrrocarse en el esencialismo, sino el de dar respuestas universales a retos sociales como el de la emigración, la seguridad y la economía, entre otras muchas asignaturas. Algo muy parecido es lo que sostiene Josep Piqué, también desde un catalanismo que parece de nuevo cuño pero que a grandes trazos es una adaptación a los tiempos de las fuentes primigenias. Sin embargo, el debate parece haber abandonado la senda más constructiva de la política para encallarse en una peligrosa reedición de las discrepancias en torno a dos o más Españas. Por eso resulta clave para la estabilidad la conjunción de la vía más pragmática del nacionalismo con la defensa de todo aquello que no disgrega.