POR AHORA, SIN ACUERDO
Editorial de “ABC” del 25/05/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
La primera
reunión de Rodríguez Zapatero con Mariano Rajoy, que ayer tuvo lugar en el
Palacio de la Moncloa, inaugura el nuevo estilo que el presidente del Gobierno
anunció para sus relaciones con la oposición. En medio de tanta contradicción
entre ministros y tanta rectificación urgente, el cumplimiento del compromiso
electoral por Rodríguez Zapatero debe ser puesto debidamente en valor, porque sí
puede ser una contribución sustancial para crear un nuevo clima político, sin
tener que rebajar el nivel de las diferencias ni la firmeza de las posiciones.
Zapatero dijo que se reuniría con Rajoy en cuanto éste se lo pidiera y lo ha
hecho puntualmente. Además, falta hará que se reúnan a menudo (lo previsto son
dos veces al año) porque las ofertas recíprocas de diálogo y acuerdo no han
cuajado en este primer asalto, a pesar de que están sobre la mesa reformas
constitucionales y estatutarias. Zapatero ha de hacer de la necesidad virtud
porque sin el PP no se puede tocar una coma de la Constitución y Rajoy tiene la
responsabilidad de hacer oír a sus casi diez millones de votantes en un proceso
de confrontación política con propuestas que pueden afectar al núcleo del
consenso constitucional.
Las diferencias reconocidas por ambos líderes al término de la reunión no son
menores, porque afectan a prioridades y métodos. En la discusión, el PP apuesta
por situar a las instituciones centrales del Estado -el Gobierno y el
Parlamento- al frente de cualquier iniciativa. Dejarlas a la espera de que, como
pretende Zapatero, las asambleas autonómicas hagan sus propuestas de reformas
estatutarias puede ser una actitud de respeto meramente burocrático por el
procedimiento, pero políticamente no es lo más aconsejable. En el PP y el PSOE
están concentrados el 78 por ciento del electorado y cerca del 90 por ciento del
Congreso de los Diputados. Semejante control del devenir de cualquier proyecto
de reforma estatutaria debe concretarse anticipadamente en lo que, con sentido
común, pide Rajoy: contenidos, límites y plazos. La vaporosa apelación a la
Constitución, mensaje monocorde de Zapatero, no es, en las actuales
circunstancias, una garantía que no precise de mayor concreción, precisamente
por parte de un partido que no puede presentar una voz homogénea sobre los
límites constitucionales al modelo territorial del Estado. En el PSOE conviven
el centralismo, el autonomismo y el federalismo -con últimas tendencias
confederales-, y todos sus partidarios dicen moverse dentro de la Constitución.
Así es difícil que Zapatero tranquilice las futuras tensiones de las reformas
estatutarias con la simple invocación de la Carta Magna, pues, realmente, en su
partido es complicado saber a qué se está refiriendo. El PP poco tiene que hacer
ahora distinto de recordarle a Zapatero que el Estado no es lo queda después de
que las Comunidades Autónomas se hayan servido y eso exige comprometer al
Gobierno socialista en una mayor precisión de sus objetivos y de sus criterios
de actuación. El método de la ambigüedad no es rentable, ni siquiera para buscar
pareja en el Parlamento, pues sería ilusorio que el Gobierno y el PSOE pensaran
en aliados asimétricos para cada reforma, unos para retocar la Constitución, y
otros, para modificaciones estatutarias y aprobación de leyes orgánicas, para
las que no es necesario el concurso del PP. Los socialistas no deberían intentar
ninguna aventura constitucional -aunque no implique la reforma de la
Constitución- sin buscar y alcanzar el acuerdo del PP, porque todo es cuestión
de Estado, consenso fundamental para el sistema político, y la satisfacción de
grupos nacionalistas minoritarios -en el conjunto nacional- o de facciones
federalistas del PSOE no compensaría la ruptura política con el primer partido
de la oposición.