EUROPA E IRAK FRENAN A ZAPATERO
Editorial de “ABC” del 14/06/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LA mínima
victoria del PSOE sobre el PP en las elecciones europeas no es, en absoluto, el
resultado al que aspiraba Rodríguez Zapatero para alcanzar el doble objetivo
estratégico que buscaba: empujar al PP a una crisis inhabilitante para el resto
de la legislatura y absolver de toda duda a la victoria que obtuvo su partido el
14-M. El efecto inmediato de este resultado es una deflación del proyecto
socialista, para cuyo éxito electoral no dudó Rodríguez Zapatero en desarrollar
una campaña de corte populista sin reparo, cuya rentabilidad ha sido muy
inferior a la prevista. El PP sale de estas elecciones reforzado como partido de
la oposición, con una dirección consolidada y una militancia redimida del
síndrome de culpa que sintió sobre ella tras el 11-M. Su tránsito desde el
gobierno perdido a la oposición va a culminar de una forma que hace sólo unas
semanas era poco menos que impensable. La brillante campaña del candidato
popular, Jaime Mayor Oreja, ha contrarrestado el pesimismo de los sondeos
previos y ha devuelto la ilusión a una militancia de ánimo precario. El PP ha
restado tres puntos a la diferencia que le sacó el PSOE el 14-M y ha ganado en
treinta y una provincias. Su capacidad de reacción ha sido espectacular.
EN esta circunstancias, el Gobierno socialista no puede juzgarse en las mismas
condiciones para afrontar una legislatura con pretensiones de reformas
constitucionales y estatutarias. Menos aún, teniendo en cuenta que las fuerzas
nacionalistas, en su conjunto, han obtenido sólo cuatro escaños y que, por
tanto, su presencia política nacional no justifica, en absoluto, una revisión
del modelo de Estado ni menos aún el desprecio al PP como interlocutor para
estas iniciativas. Los nacionalistas son los que son, y ni uno más. Para
Rodríguez Zapatero se plantea el grave problema del día después, de cómo encarar
cuatro años de compromisos asumidos sobre una previsión que no se ha cumplido.
En los dos meses de gobierno, Rodríguez Zapatero ha agotado el capítulo de sus
propuestas más benéficas, las que tendrían que haber dado al PSOE una victoria
más amplia. Pero la repatriación de las tropas, el aumento de las becas, el
incremento del salario mínimo o la promesa de miles de «soluciones
habitacionales» no han sido suficientes.
A Rodríguez Zapatero le esperan ahora socios impacientes, que además se harán
incómodos, a los que la clara e indiscutible inflexión del PSOE probablemente
empuje a exigir acciones concretas de cumplimiento de sus compromisos, empezando
por el socialismo catalán, factor fundamental de la victoria socialista,
nuevamente. Maragall sale reforzado con una victoria inapelable y que consolida
su fuerza condicionante sobre Rodríguez Zapatero, a quien, sin embargo, no le ha
producido ningún beneficio la política de entendimiento con las fuerzas
nacionalistas.
LA misma contrariedad interna se va a proyectar en la estrategia europea del
PSOE, porque los resultados de los Veinticinco demuestran que ni Chirac ni
Schröder, ni París ni Berlín, pueden seguir reivindicando el eje motriz de la
nueva Europa. Si la oferta del PSOE era volver a la Europa que representaban
ambos dirigentes, el fracaso es contundente y necesariamente obligará a
Rodríguez Zapatero a replantearse su posición en las negociaciones para una
Constitución que ayer se vio que carece de opinión crítica suficiente para ser
ofrecida a los europeos como su texto constituyente. Este panorama europeo
impugna directamente el análisis previo que venían haciendo los socialistas
sobre los efectos de la guerra de Irak en la unidad de los Veinticinco y
evidencia el profundo error de ahondar en la denuncia del vínculo con Estados
Unidos. Ha fracasado el empeño arrogante con que Francia y Alemania estaban
apostando por una Europa sometida a su directorio y que pretendían trasladar al
texto de la futura Constitución. En la próxima cumbre de Dublín, ningún Gobierno
europeo, tampoco el español, está en condiciones de dar por cancelado el
consenso de Niza, menos aún para sustituirlo por otro que, en beneficio
exclusivo de París y Berlín, no refleje la complejidad de Europa, tal y como los
europeos, con su abstención y con su participación, han expresado en las urnas.