EL TERROR TOTAL
Editorial de “ABC” del 20/06/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Detrás del
brutal asesinato del rehén estadounidense Paul Marshall Johnson, se muestra toda
la complejidad de la doctrina criminal de Al Qaida, un entramado al que le
beneficia tanto el terror que causan sus asesinatos como la confusión de ideas
que aún persiste en algunos sectores de la sociedad occidental, anclados en la
teoría de que este terrorismo integrista es la respuesta a la pobreza del mundo
musulmán y a la arrogancia de Estados Unidos. Sin duda, ambos argumentos son
parcialmente ciertos como coartada para favorecer la comprensión del terrorismo
en las capas sociales más desfavorecidas y vulnerables a la propaganda
antioccidental, pero ni los orígenes de los grupos terroristas musulmanes -menos
aún el de Al Qaida- ni su objetivo fundamental de implantar una comunidad
islámica sin identidades políticas o nacionales autónomas avalan lo que
únicamente sigue siendo un síndrome antiamericano netamente europeo.
La reiteración de atentados en Arabia Saudí es coherente con la hostilidad de Al
Qaida hacia la monarquía reinante, a la que acusa, entre denuncias de
corrupción, de permitir la presencia de tropas extranjeras en suelo santo. Al
Qaida está empeñada en la desestabilización de la región, no dudando en atacar a
Turquía, incendiar Irak, amenazar a Jordania o aterrorizar en Arabia. El
entramado criminal de Bin Laden ha diseñado su estrategia para lograr un cambio
de civilización y no para alcanzar objetivos políticos concretos. Su plan de
guerra religiosa hace enemigos a millones de musulmanes -demócratas, laicos,
chiítas- y a los extranjeros infieles. El mapa de su «yihad» comprende desde
Marruecos a Indonesia y es incompatible con cualquier intento de democracia, con
los derechos individuales y con unas relaciones abiertas con Occidente.
Así están planteadas las disyuntivas entre el terrorismo integrista y las
sociedades democráticas, sin términos medios. No es un problema que se resuelva
con más multiculturalismo en las capitales de Europa, donde no hay ningún
déficit de libertades, a pesar de lo que sugiere el complejo de culpa que
arrostran algunos intelectuales y políticos, sino con menos fanatismo religioso
en el mundo musulmán. EE.UU., al margen de quien haya sido su presidente -Bush
padre, Clinton o Bush hijo- y con más o menos acierto, siempre ha percibido que
el terror islamista es una amenaza a la seguridad colectiva de las democracias.
Europa ha de asumir cuanto antes esta realidad. Puede que no exista el manido
choque de civilizaciones, pero es indudable que sí existe una civilización
amenazada que tiene que defenderse.