DIVINO TESORO
Artículo de CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS en "ABC" del 22-10-02
NADIE quiere enfrentarse al drama -quizá tragedia- de la juventud española. Se rehuye la aproximación al problema en su totalidad y, desde luego, nadie se propone medidas de intervención. Es verdad que se hacen encuestas de carácter político y cultural, y que los sociólogos hacen su cometido. Precisamente los periódicos comentan estos días un par de investigaciones recientes pero yo echo de menos un estudio global, un Libro Negro: un «informe sobre la nueva barbarie».
El miedo a los propios jóvenes como mercado, un sentido de liberalidad equivocado, el pudor a adoptar aires de predicador trasnochado, la inexistencia de moral, es decir, el respeto a la inmoralidad como valor aceptado... todo esto está determinado que nadie tenga su propio discurso sobre la juventud. Nadie quiere comprometerse con el inmenso desastre que estamos viviendo, de forma escandalosa, agresiva. Se deja sola a la Administración ante la toma salvaje de los barrios céntricos de las ciudades hasta el amanecer o, incluso, se la critica por intervencionista. Es España la vanguardia del mundo en fatigar las noches de forma masiva, en plena calle, y en borrachera colectiva. En verano y en invierno. Masas entregadas a relaciones tan tediosas como primarias y a la más tonta de las transgresiones que es matar el tiempo. ¿Qué podrá salir de esta generación de buenos salvajes urbanos?
Por las encuestas sabemos que una inmensa mayoría de los jóvenes tienen el racismo a flor de piel, que no sólo desconocen las ofertas políticas sino que no sienten interés alguno por algún tipo de concepción del mundo, que estiman el centro en la medida que permite la indefinición, que sienten desprecio no sólo por los profesionales de la política sino por la res pública, que les abruma la palabra esfuerzo, que desconocen la Historia, la sagrada y la general, que apenas tienen sensibilidad religiosa, ni siquiera son atraídos por el lenguaje audiovisual aunque algo más que por la comunicación escrita y casi nada por la literatura... Hablamos de la guerra de las civilizaciones según Huntington cuando los chicos jóvenes no saben siquiera en qué lado están. Porque, admitámoslo, están instalados en la barbarie.
El espectáculo es tan desolador que ya ni siquiera los políticos se permiten en sus discursos hacer llamamientos a la juventud, aquellas cláusulas a las que obligaba la retórica tradicional. Pero ¿quién se atrevería hoy a decirles a los chicos de las litronas que representan el futuro, que son la esperanza del mañana, que la transformación del mundo pasa por ellos? Huestes de la noche, huéspedes del vacío, habitantes de la ignorancia, ni siquiera nihilistas, tal sería un elogio...
Desde los clásicos del regeneracionismo, a los del Noventa y Ocho y siguientes, desde una y otra parte de España, falangistas o socialistas, siempre hubo un discurso para la juventud. La última generación que conocemos en España con conciencia de tal fue la del 68 que fue importada y que por tanto poco tuvo que ver con nuestra realidad. Importamos a partir de entonces las «comunas» y el consumo de la hierba se adelantó a la legalización de los partidos. Como nos pasó con la economía, también la revolución de las costumbres se adelantó a la democracia pero sin pautas, sin cánones y precisamente en unos años de gran integración social, de un masivo ascenso social. ¿Qué saldrá de todo esto?
Quizá a más de un lector pueda parecerle un tanto apocalíptico el tono de esta columna... pero ¿acaso la Historia no nos sorprende periódicamente con ensayos del Apocalipsis? Porque puede suceder que estos chicos se conviertan de la noche a la mañana en los nuevos jinetes de otro ensayo apocalíptico.