¿Y SI 'NO MERECIÓ LA PENA'?
Artículo de ROGELIO ALONSO, Profesor en el Departamento de Políticas de University of Belfast, en "El Correo" del 15-12-02
La muerte del ex miembro de ETA Ramón Gil Ostoaga suscitó diferentes
interpretaciones acerca de los motivos que culminaron en su suicido. Para
algunos, la causa era evidente: «La presión del Estado, política y
mediática» tras su excarcelación. Si bien este veredicto no explicaba
convincentemente por qué el etarra había intentado en dos ocasiones previas
acabar con su vida, permitía acallar otros interrogantes sobre tan trágico
final. Aunque es obvio que sólo puede especularse sobre las motivaciones de sus
actos, existe otra posible causa que no debería despreciarse. Así lo sugieren
las palabras de un antiguo miembro del IRA que pasó doce años de su vida en
prisión recogidas durante una entrevista con el autor como parte de un proyecto
de investigación de próxima publicación: «Creo que si de pronto dijera 'no,
no mereció la pena' tendría un enorme impacto en mí. No me entiendas mal, a
menudo me siento y pienso: 'tengo cuarenta y dos años de edad, no tengo una
puta mierda que mostrar por lo que he hecho en mi vida'. Podría decir: 'no, no
ha merecido la pena'. Pero entonces el paso siguiente es: 'bueno ¿qué vas a
hacer? ¿Suicidarte?'».
Cuando los miembros de organizaciones terroristas se enfrentan a las
consecuencias negativas derivadas de las decisiones tomadas en el pasado es
habitual que se esfuercen en evaluarlas de forma positiva con la intención de
concluir que el sufrimiento mereció la pena. Esta dinámica no se manifiesta
exclusivamente en los integrantes de dichos grupos, pues, como demostraron
Aronson y Mills, es frecuente que las personas valoren de manera más benigna
las elecciones que generan consecuencias negativas, ya que de lo contrario se
genera un sentimiento de inutilidad difícil de afrontar. Así se aprecia muy
nítidamente en muchos de quienes han militado en el IRA, siendo probable que
también se dé en quienes asesinan por ETA.
Al ser preguntados sobre su participación en el IRA, algunos de los testimonios
de antiguos miembros del grupo revelan claros intentos por reducir las
inconsistencias que surgen cuando evalúan sus acciones y los resultados
obtenidos con ellas, tanto a un nivel político como personal. Como podría
haber ocurrido en el caso de Ostoaga, es común que se planteen de qué han
servido los asesinatos cometidos y los sacrificios personales realizados en el
nombre de una causa cuya materialización en absoluto se ve más cercana gracias
a los mismos y que en gran medida se sustenta sobre agravios de limitada o nula
objetividad. La muy real sensación de inutilidad y de haber desperdiciado toda
una vida, la propia, así como las arrebatadas a los seres asesinados,
constituye una peligrosa amenaza que los dirigentes de organizaciones
terroristas no desean que madure entre sus subordinados.
Ante la posibilidad de que se extiendan actitudes que cuestionen la idoneidad y
eficacia de la violencia, la organización proporciona certezas y dogmatismos
que el militante suele aceptar como parte de la exigencia de lealtad con la
causa y con quienes la propugnan. Asimismo, mediante esa aceptación, el
activista erige cómodas defensas cognitivas frente a los factores con el
potencial de llevarle a interrogarse sobre su propia implicación. Por ello se
admite la censura y la presión sobre los disidentes que amenazan la cohesión
del grupo, protegiéndose así los líderes de la crítica y de las dudas con
objeto de evitar cuestionamientos que desafíen su liderazgo. De ahí también
el interés en atraer al grupo a jóvenes en edades vulnerables y fácilmente
manipulables.
Las palabras de otro antiguo preso del IRA son reveladoras de la complejidad que
entraña cuestionar la trayectoria personal en semejantes organizaciones:
«Pasé por un periodo muy intenso de autoanálisis desde 1995 en adelante.
Implicó rabia, amargura, resentimiento, todo tipo de emociones que te puedas
imaginar, porque tuve que examinar mi implicación personal (en el IRA) así
como cosas en las que había tomado parte y cosas que había hecho... No sé si
la mayoría de los republicanos llegarán a hacer ese autoanálisis, no te puedo
decir. Creo que algunos sí que lo han hecho y creo que es lamentable que no sea
de dominio público... Sí, los republicanos son muy reacios a llevar a cabo un
autoanálisis del camino andado. Pero a lo mejor llega un día en el que se
sientan y consideran con seriedad y honestidad el camino andado. Porque
personalmente cuando yo miro al camino recorrido, en especial en el contexto de
la prisión... aunque a mí me encarceló el Estado británico por mi
resistencia contra el Estado británico, el trato que recibí por parte de la
gente que deberías considerar como camaradas fue mucho peor que el trato que me
dieron los 'screws' (funcionarios de prisiones)».
Este activista expone cómo la divergencia del pensamiento grupal genera serios
problemas para el individuo que disiente, pues al hacerlo no sólo se está
cuestionando la coherencia del comportamiento propio después de haber
justificado el uso de la violencia, sino además la autoridad del grupo y la
cohesión del mismo, desafiando la unanimidad en la que descansa su
racionalización de la realidad. Como consecuencia de ello se puede llegar a
dudar de que realmente la militancia 'mereciera la pena' y que la lucha armada
fuera la única alternativa, demasiados interrogantes para una organización que
exige sumisa obediencia pues, como explicaba otro ex integrante del IRA, «si
piensas demasiado cuando eres un soldado confundes las cosas».
Por tanto, como se desprende de las siguientes palabras del citado militante del
IRA, el cuestionamiento de la utilidad de la violencia se identifica como una
amenaza: «Durante ese periodo del que hablo, cuando me sumergí en ese
autoanálisis sobre de dónde venía, experimenté mucha rabia y amargura y todo
lo demás, y en medio de una conversación con unos amigos uno de ellos me dijo:
'Lo que estás diciendo suena como si no hubiera merecido la pena'. Y no le
contesté. No podía contestarle. Y después me puse a pensar sobre ello. Y en
realidad me cabreé de que me hiciera esa pregunta... Tenía el atrevimiento de
preguntarme o echarme en cara que estuviera sugiriendo que no había merecido la
pena. Me han preguntado muchas veces si mereció la pena y la forma en la que
respondo es la siguiente: 'Cuando sumas el sufrimiento, las muertes, los
asesinatos, no... realmente no pienso que haya merecido la pena».
En algunos casos, los activistas evitan esa dolorosa dosis de realidad
recurriendo a una especie de moralidad subjetiva. El cuestionamiento de la
eficacia o utilidad de la violencia se resuelve con evasivas afirmaciones como
«pensaba que era lo correcto». De ese modo se intenta eludir la
responsabilidad por los actos violentos perpetrados y por las repercusiones de
éstos. No obstante, es claro que una violación no deja de ser delito porque el
agresor argumente que 'pensaba' que nada había de malo en su agresión.
En absoluto es extraño que quienes formaron parte del IRA entrelacen variables
políticas, emocionales y morales cuando surgen interrogantes sobre sus
conductas, como muestra el testimonio de uno de ellos: «Siento de veras que la
gente haya tenido que morir, porque si no tuvieras sentimientos entonces no
tendrías una motivación política detrás de ti, sería inmoral y serías
simplemente un psicópata, lo estarías haciendo simplemente por gusto, no
habría principios, no habría principios políticos, ni moralidad, ni nada».
Por ello, tanto ETA como el IRA insisten en atribuir a sus crímenes una
motivación política que desde su mentalidad los legitima y los hace necesarios
a pesar del sufrimiento que provocan. ¿Pero qué sucede cuando un terrorista
considera que esa supuesta motivación política es insuficiente para justificar
los sacrificios personales y los crueles daños infligidos a las víctimas? En
ese momento la lógica con la que se ha racionalizado la violencia se muestra
incapaz de dar respuesta al dolor generado y éste deja de ser tan soportable,
con las consecuencias que sugiere otro ex preso del IRA: «La gente utiliza
diferentes mecanismos para hacer frente a las cosas y a lo mejor hay quien es
capaz de darse la vuelta y decir: 'Lo siento de veras, he hecho esto y
aquello'... Pero hay otras personas que piensan: 'Bueno, si empiezo a hacer eso,
todos esos años que he pasado en el movimiento republicano... ¿para qué han
servido?' Empiezan a cuestionarse a si mismos y ese es el problema».
¿Había Ramón Ostoaga empezado a cuestionarse a sí mismo?