LA APUESTA DE MONTILLA
Por César ALONSO DE LOS RÍOS en “ABC” del 04/07/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
JAIME Gil de
Biedma soñó por los años cincuenta que un buen día los chavas del sur bajarían
de la periferia, romperían la pax burguesa que reinaba en los hogares y en las
fábricas y tomarían Barcelona:
«Que la ciudad les pertenezca un día / Como les pertenece esta montaña, / este
despedazado anfiteatro / de las nostalgias de una burguesía».
No hubo revolución. Tan sólo la integración de algunos, muy pocos, casos
excepcionales como el de Montilla. Este cordobés ha sido capaz de romper el
cerco de clase y cultura de uno de los mundos más cerrados para los emigrantes,
como es paradójicamente el del socialismo catalán. Ni un solo charnego había
conseguido entrar en uno de los reductos políticos más cerriles, más
coherentemente racistas, como ha sido la dirección del PSC, donde no resultaba
imaginable un apellido que no fuera Serra, Reventós, Maragall, Obiols, Molas,
Rubert de Ventós. Dentro de la izquierda sólo en el PSUC -y como herencia de la
guerra civil- había sido posible la mezcla y el multiculturalismo. Quizá también
por eso fracasó enseguida. Aquí se daban la mano Gregorio López Raimundo y Peré
Ardiaca, Antoni Gutiérrez y Rafael Ribó, Manuel Vázquez y Miquel Riera. Pero el
PSC era otra cosa. Este partido se había propuesto construir la «nación
catalana» sobre las espaldas de los electores charnegos, cosa que no podían
hacer con la misma eficacia ni los convergentes ni los comunistas, y para
alcanzar ese objetivo había que cumplir dos condiciones: por un lado, ser muy
coherentes en la dirección desde el punto de vista de la pureza de sangre y, por
otro lado, tener una gran base popular, cautiva.
Montilla es el representante de estos costaleros de la burguesía catalana, de
«els altres catalans», es decir, de aquellos que ascenderán a la ciudadanía
gracias a sacrificar su personalidad cultural en el altar de Cataluña.
LA ascensión de Montilla a la dirección del socialismo catalán no ha sido el
resultado de una conspiración, sino el signo de la adaptación. La pureza del PSC
era ya tan escandalosa que podía ser contraproducente. Había que meter a un
chava del sur en la dirección del partido y de ese modo poder manejar con
autoridad a las bases. Montilla era el hombre y se le ha pagado con generosidad.
Lo han metido en el Consejo de Ministros, donde podrá defender «en castellano»
el derecho del PSC a tener un grupo parlamentario propio.
MONTILLA da perfectamente la figura política y psicológica del «traidor», esto
es, del nuevo tipo de lerrouxista que renuncia a los intereses de su clase y de
su cultura en favor de un grupo extraño e incluso contrario. Pero la operación
no termina en este emigrante cordobés, desarraigado y aculturizado. Desde el
socialismo, Chaves y Rodríguez Ibarra representan el sacrificio de Andalucía y
Extremadura a la hegemonía catalana, y desde fuera del socialismo, nacionalistas
vascos y republicanos como el también charnego Pérez Rovira Carod... Estos son
los mimbres con los que Zapatero prepara el cestillo confederal e ibérico, los
nuevos Estatutos y el Senado nuevo. Todo ello sin rupturas.
La clave del arco de este proyecto será -se quiera o no se quiera- este charnego
cordobés.