FRANCIA, EUROPA, IRAK
Artículo de JOSÉ M. DE AREILZA CARVAJAL en "El Correo" del 4-3-03
Jacques Chirac está viviendo el momento más dulce de su larga
carrera política. Su postura contraria a desarmar a Sadam Hussein usando la
fuerza ha conseguido el apoyo masivo de casi todos los franceses, de muchos
europeos y de gran parte de la opinión pública mundial. El presidente galo es
portavoz de paz y pocos se acuerdan del contenido de sus relaciones con países
africanos o con el propio Irak. En la escena europea, el presidente de la
República Francesa pretende representar una actitud europea 'de verdad', en
contraste con el supuesto seguidismo yanqui de España o del Reino Unido.
Sin embargo, en pocas semanas, Francia, como el resto de la comunidad
internacional, estará ante el momento de la verdad. Jacques Chirac tendrá que
mantener o retirar su amenaza de veto a una nueva resolución del Consejo de
Seguridad que dé luz verde al ataque a Irak. Los países europeos que apoyan a EE
UU aseguran que las divisiones entre aliados occidentales ayudan a Irak a no
desarmarse en serio y que estas diferencias restan credibilidad a las Naciones
Unidas. Francia y sus seguidores, sin embargo, rechazan que la organización
internacional se convierta en un mero instrumento de política exterior de EE UU.
No obstante, conviene recordar que el pasado noviembre, la diplomacia gala votó
a favor de la resolución 1441, sin la cual no se habría desencadenado el pulso
para desarmar finalmente a Sadam Hussein. Al final, el líder francés podría
pactar con EE UU la aprobación de una nueva resolución que constate la violación
de la 1441, para no convertir al Consejo de Seguridad en un foro sin capacidad
de decisión en crisis futuras. Es lógico que Chirac, junto con muchos europeos,
no quiera que el fuerte unilateralismo de la Administración Bush sea premiado
con un multilateralismo forzado. Pero ningún político francés puede arriesgarse
a debilitar la privilegiada posición de su país en Naciones Unidas. De paso, es
previsible que Francia se apunte entonces al reparto económico de Irak, e
incluso haga méritos participando con sus soldados en la operación.
Si ocurre esta metamorfosis, su posición se verá como menos europea y más
francesa y la de Blair-Aznar se entenderá mejor. Pero incluso ahora Jacques
Chirac no tiene argumentos de peso para convencer que su postura es realmente
europea. Basta con fijarse en tres hechos: la independencia con la que actúa en
el Consejo de Seguridad, donde nunca cedería su sitio a la UE, su propensión a
formular la política exterior y de seguridad de Francia fuera de las
instituciones europeas, en tandem con el debilitado canciller alemán y,
finalmente, su peligroso ataque a la entrada en la UE de los países candidatos.
Los futuros socios se fían más en cuestiones de seguridad de Washington que de
París y Berlín, igual que siete Estados miembros actuales. El 17 de febrero
tuvieron que soportar que el presidente francés les insultase y amenazara con
vetar la ampliación de la UE, en contra de las decisiones históricas adoptadas
por las instituciones comunitarias hace tres meses.
Tal autonomía de hecho de Jacques Chirac contrasta con su retórica a favor de
una Europa potencia, con capacidades militares propias, una Unión que sirva de
contrapeso a EE UU. Mientras tanto, Francia y los demás miembros de la UE
disfrutan de una defensa atlántica pagada y llevada a cabo sobre todo por EE UU,
que cumplió medio siglo en la guerra de Kosovo.
Por eso sería más sincero admitir que a lo largo de estos meses no ha habido
posición europea sobre Irak, más allá del consenso de mínimos pactado en el
Consejo Europeo de Bruselas de febrero, un acuerdo sobre un desacuerdo nada
operativo. El enfrentamiento entre el eje franco-alemán y sus satélites y
dieciocho gobiernos europeos encabezados por Tony Blair y José María Aznar pone
de relieve la ausencia de voluntad común y de procedimientos e instituciones
europeas con peso en política exterior y de seguridad. También permite vaticinar
que durante mucho tiempo no habrá defensa europea autónoma.
La desunión en un asunto tan grave contrasta con los trabajos de la Convención
Europea presidida por Giscard D'Estaing, que en pleno fervor europeista
estudiaba la creación de la figura de un ministro de Asuntos Exteriores europeo
y el paso a la toma de decisiones por mayoría en política exterior y de
seguridad. Ironías aparte, sea cual sea el desenlace de la crisis de Irak, la
reconciliación europea posterior debe partir de una cura de humildad y de
realismo. Europa está llamada a moderar las formas y el fondo de la política
exterior de EE UU y no puede al mismo tiempo carecer de voz en la escena
internacional y perder la confianza de su mejor aliado.