UN NACIONALISMO SIN NACIÓN
El PNV actúa convencido de que posee una voluntad soberana que le permite
actuar de espaldas a las instituciones y el ordenamiento jurídico que garantizan
la libertad de los ciudadanos vascos
Artículo de JOSEBA Arregi, exdiputado del PNV en “El Periódico” del 09.06.2003
Lo que mal empieza, dice el refrán que mal acaba. No se trata sólo de la
postura del Parlamento vasco ante la sentencia del Tribunal Supremo y de sus
normas de interpretación. Si se decide no actuar desde la responsabilidad
política, obedeciendo o desobedeciendo con claridad la sentencia, y en lugar de
ello se toma el camino de encargar informes jurídicos, de trasladar la cuestión
a un plano técnico, de pedir al propio Supremo concreciones para interpretar la
sentencia, se termina entrando en un laberinto de técnica jurídica en el que
todo y nada es posible, y sólo reina la contradicción.
Parece que la decisión pretende salvar al presidente del Parlamento vasco, pues
ha dictado una resolución para disolver a un grupo afecto por sentencia de
ilegalización de un partido político, pero que, aunque la mesa del Parlamento la
haya aprobado, la ha acabado rechazando la Junta de Portavoces. Quizá alguien
crea que así se ha encontrado el camino entre Scylla y Caribdis, y que se han
salvado todos los bienes jurídicos a salvar: la validez de la sentencia del
Supremo, la autonomía del Parlamento vasco y cualquier otro bien.
Pero esta situación absurda viene de dos malos comienzos, y no puede terminar
bien. El primer mal paso es la mala interpretación dada por el nacionalismo
vasco al pacto por las libertades y contra el terrorismo suscrito por el PSOE y
el PP. El preámbulo es criticable. Pero en política se debe ser capaz de captar
el significado de un pacto como ese por encima de problemas de sensibilidad: ese
pacto implica que la política contra ETA y su entorno es una cuestión de Estado,
que deja de ser una política que necesariamente debe contar con el beneplácito
del nacionalismo vasco, del PNV, con quien se contará siempre que esté dentro de
la política de Estado.
La consecuencia de ese mal comienzo radica en que lo más importante para el
futuro de la política vasca, el acorralamiento de ETA, la ilegalización de
Batasuna, su aislamiento internacional, la inhabilitación de algunos de los
mecanismos más importantes para su reproducción social, se está llevando a cabo
sin el nacionalismo vasco, y con su oposición.
El segundo mal comienzo es la aproximación exclusivamente voluntarista a la
política, la interiorización del principio de soberanía en el sentido de que
para el soberano no existe ninguna limitación fuera de sí mismo. Para una
voluntad soberana, las instituciones, el derecho, el ordenamiento jurídico, la
Constitución, el Estatuto, las palabras, el lenguaje, todo es mero instrumento
manipulable a su antojo.
Para una voluntad soberana, que es la psicología desde la que parece actuar el
nacionalismo vasco en los últimos tiempos, la Constitución española se puede
leer desde la disposición adicional, haciéndole decir que Euskadi es tan
soberana como el pueblo español. Para una voluntad soberana el Estatuto de
Gernika también se puede interpretar desde su disposición adicional para hacerle
decir todo lo contrario de lo que dice en el resto del articulado. Para una
voluntad soberana todo está sujeto a cambio, vale como máximo para una
generación, nada hay permanente, menos, eso sí, la propia voluntad soberana, el
propio nacionalismo.
Cuando se ha decidido vivir en un limbo jurídico, cuando se ha decidido poner en
duda todo el ordenamiento jurídico, cuando se ha decidido cuestionar las
instituciones realmente existentes, cuando se ha decidido que vale lo que existe
e igualmente su contrario, entonces se cumplen las sentencias del Tribunal
Supremo, o no se cumplen, o se interpreta la autonomía del Parlamento vasco como
si no estuviera su capacidad legislativa y su potestad inserta en un sistema
jurídico e institucional que le da sentido.
Si el amor a la patria que sustenta a la república, según Maurizio Virolli, es
el amor a las normas, reglas e instituciones que posibilitan la libertad de sus
ciudadanos, un ciudadano vasco puede empezar a preguntarse si no se estará
quedando sin patria, sin país y sin sociedad. Y el nacionalismo, sin nación.