EUSKADI DEPENDE DE CATALUNYA

  Artículo de KEPA AULESTIA  en “La Vanguardia” del 16.09.2003

 

Desde hace un año, la eventualidad de que el proceso soberanista se abriera paso en Euskadi a través del plan Ibarretxe ha suscitado cierta inquietud en la política catalana. Las formaciones nacionalistas y catalanistas comenzaron a temer que el País Vasco acabara distanciándose de la España autonómica, dejando atrás a Catalunya anclada en el Estatuto del año 1979. Pero, en vísperas de que el lehendakari exponga ante el Parlamento vasco la versión actualizada de su proyecto, los factores parecen variar de orden. Quienes se jactaban de haberse visto obligados a acelerar su marcha –el nacionalismo gobernante en Euskadi–, han optado por encarrilar su plan hacia una vía lenta. Mientras que las próximas elecciones autonómicas en Catalunya se convierten, paradójicamente, en la oportunidad más tangible con que cuentan Ibarretxe y su partido para recuperar la verosimilitud de un proyecto bloqueado por la propia realidad.

La ralentización de la agenda nacionalista obedece sin duda a una constante en su estrategia: evitar los riesgos políticos que pudieran incomodar el ejercicio cotidiano del poder que ostenta el PNV y que cuestionarían su continuidad. Dicha ralentización responde también a la coyuntura general que condiciona la viabilidad del proyecto soberanista. La proximidad de unas elecciones generales que difícilmente desembocarán en la alternancia al frente del Gobierno central constituye un argumento suficientemente disuasorio para el nacionalismo. El lehendakari expondrá el próximo día 26 las líneas generales de una iniciativa legislativa que no tomará cuerpo en el seno del Gobierno vasco hasta la segunda quincena de octubre. Será entonces cuando el registro del Parlamento vasco dé entrada al plan articulado; y es muy probable que su tramitación se prolongue a lo largo de todo el curso político. Al final de tan parsimonioso recorrido, los promotores de la iniciativa se encontrarán con que no cuentan con la mayoría parlamentaria necesaria para aprobarla. Únicamente podría dársela el envenenado apoyo de los diputados de Batasuna.

A medida que han ido vislumbrando el final probable de su camino, los nacionalistas vascos han comenzado a revisar –incluso públicamente– el sentido último del plan Ibarretxe. Hoy por hoy su utilidad no es otra que la de servir de elemento de cohesión interna y de ampliación de las bases del nacionalismo gobernante hasta integrar en su seno a un número creciente de voluntades provenientes de la izquierda abertzale. Es decir, el plan Ibarretxe sirve al PNV en tanto en cuanto pueda propiciarle el logro de la mayoría absoluta en las autonómicas del 2005. Porque el nacionalismo gobernante precisa ver aprobada su propuesta de libre asociación con el Estado con cierta holgura para poder confrontar la “legitimidad vasca” con la “legalidad constitucional”.

Es ahí donde el PNV acaba topándose con los límites de su unilateralismo. Porque sólo un movimiento insurreccional a favor de un estatus de libre asociación sería capaz de pasar por alto los requisitos de la legalidad constitucional para dar cauce a tan drástica reforma. Y es impensable que el conservadurismo de los vascos permita al partido fundado por Arana fomentar tan arriesgado movimiento. El eventual logro de la mayoría absoluta en el 2005 por parte de un nacionalismo deudor de sus sectores más radicales podría dar lugar a la vivencia de la libre asociación en la actitud política de las instituciones encabezadas por él y en el seno de la comunidad nacionalista. Pero, al mismo tiempo, se encontraría con la imposibilidad de dar carta de naturaleza legal a dicho estatus ante la voluntad contraria de las Cortes Generales y en relación con el diseño de la propia Constitución europea.

Es por ello que el nacionalismo vasco necesita algo que antes nunca ha precisado, y que tampoco estaría dispuesto a reconocer hoy: que las cosas se muevan en Catalunya. De igual forma que sólo la perspectiva de una tendencia ascendente del PSOE de Rodríguez Zapatero podía haber llevado a Ibarretxe a acortar los plazos de la agenda soberanista, la victoria de Maragall y el ascenso de ERC aparecen como las únicas novedades que podrían reanimar las ilusiones que el tótem del plan Ibarretxe suscitó hace un año en el seno del nacionalismo.

El proyecto soberanista del nacionalismo vasco depende, en lo inmediato, de que los comicios al Parlament de Catalunya desemboquen en la inexorable apertura del debate autonómico. Pero cabe afirmar que el futuro del autogobierno vasco y la convivencia en Euskadi dependen también de Catalunya. Dependen de que el debate autonómico se aborde en Catalunya con el ánimo de consenso que no existe en Euskadi, y dependen de que nadie ose convertir su victoria electoral en argumento legitimador de una vía trazada unilateralmente más allá del Estatuto de 1979. El nacionalismo soberanista vasco necesita que las cosas se muevan en Catalunya porque ya se encargará él de interpretar ese movimiento a su favor. Pero a la sociedad vasca le vendría bien que las propuestas de cambio y reforma presentes en la campaña catalana fuesen acompañadas de los matices necesarios para que quedaran claras las diferencias con el plan Ibarretxe.