ARAFAT ES SIEMPRE EL PROBLEMA
Artículo de RAFAEL L. BARDAJÍ en “ABC” del 23/07/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Los europeos
siempre han sentido una especial debilidad por Arafat. En la izquierda, por el
romanticismo hacia las causas perdidas y su oposición al supuesto militarismo
opresor de Israel; en la derecha, por la incomprensión hacia lo judío y por un
carpetovetónico antiamericanismo que sólo ve en Israel el instrumento en el
Oriente Medio de la dominación americana y la quiebra de la influencia europea.
El resultado: que Arafat no sólo ha sido recibido siempre con los máximos
honores sino que se le ha financiado generosamente al ser considerado la
solución indispensable de los problemas del Oriente Medio, a pesar de que ha
habido -y hay- signos evidentes de que Arafat no es la solución a nada sino la
causa de muchos males. La rebelión de su propia gente en los últimos días, como
rechazo al nombramiento de su sobrino Moussa Arafat como jefe de seguridad de la
Franja de Gaza, ha puesto de relieve, una vez más, el grado de corrupción e
impunidad política de la actual Autoridad Nacional Palestina. Y debería servir
para comprender que la hora de Arafat, en tanto que líder e interlocutor del
pueblo palestino, ha llegado a su fin.
La protesta suscitada en Gaza con el nuevo intento de Arafat de controlar hasta
el más mínimo detalle de la vida institucional de la Autoridad Nacional
Palestina no es sino un capítulo más de su lucha por preservar y controlar por
sí mismo todo el poder. Si hoy existen en Gaza y Cisjordania trece diferentes
organizaciones de seguridad palestinas, se debe a que Arafat, en su momento,
decidió que eso le era más conveniente, para contentar a trece personas que
aspiraban a ser importantes y como plasmación de su tradicional estrategia de
divide y vencerás. El único intento palestino por tener un Gobierno con
competencias y una distribución de poderes como cualquier otro, duró apenas tres
meses, lo que tardó Abu Mazen en ser designado y destituido por el propio
Arafat. «Arafat ha expropiado el derecho del primer ministro, despreciado el
papel del ministro de seguridad, y designado a sus lacayos para encabezar sus
organizaciones. Se ha colocado a él mismo encima de todo y ha transformado su
cuartel general en el mando conjunto de toda la seguridad palestina». Y esta
descripción no sale de la boca de ningún neocon americano o analista judío, sino
que la acaba de escribir el columnista del diario Al-Sharq Al-Awsat, Ahmad
Al-Rab´i, decidido partidario de un Estado palestino independiente y nada
complaciente con Israel.
Arafat pasará a la Historia como un auténtico fenómeno de engaño masivo, muchas
veces de autoengaño, como en Europa. Es curioso leer en la biografía realizada
por la organización de los premios Nobel que «al igual que en otros regímenes
árabes de la zona, el estilo de mando de Arafat ha tendido más a lo dictatorial
que a lo democrático». Con todo se llevó su ansiado premio. El jurado debió de
estimar que los crímenes de Arafat (que jalonan toda su biografía, desde la
incitación al secuestro de aviones en los 70, la desestabilización de Jordania,
el colapso de Líbano, al pago de compras ilegales de armas para los palestinos,
por no hablar de la intifada y los ataques suicidas contra Israel) no eran tales
en la medida en que la motivación de los mismos podía ser falsa y
tranquilizadoramente moralizada. La lucha por la existencia de un pueblo
oprimido lo puede justificar todo.
Pero la realidad es que Arafat no era ningún liberador, sino uno de los peores
opresores que los palestinos han podido sufrir en sus propias carnes. Es posible
que Arafat de verdad persiga la creación de un Estado palestino, pero lo que es
claro es que no quiere un Estado palestino libre y democrático. Una de sus
primeras medidas tras su retorno a Cisjordania y Gaza fue ordenar la detención
de los periodistas palestinos independientes o no lo suficientemente leales a su
persona. Su visión de lo que es y debe ser la libertad de opinión y de prensa se
reduce a la financiación directa, al control de la práctica totalidad de los
periódicos palestinos y a la intimidación de todos aquellos que muestran signos
de debilidad hacia su autoridad.
En el terreno económico la realidad no es menos devastadora. En 1997, uno de los
principales donantes financieros de la Autoridad Palestina, la agencia del
Gobierno sueco para el desarrollo, encargó a unos de sus expertos en Oriente
Medio una auditoría sobre las ayudas cedidas. Sus conclusiones fueron
contundentes: «Ningún dinero sueco debería darse a una Autoridad Palestina
corrupta. Los fondos concedidos han servido para promover la construcción de
otro Estado-policía». La UE le ha regalado a Arafat en los últimos años miles de
millones de euros porque se ha negado a ver el mal uso que hacía de esas ayudas.
No se trata ya de probar que parte del dinero que le entraba a Arafat iba a
financiar a grupos terroristas, sino de algo mucho más simple: una mínima
contabilidad y el control de que se utilizaban apropiadamente para los fines
especificados. Pero nada de eso ha sido posible. Un informe del Fondo Monetario
Internacional de hace ahora un año concluía que en torno al 8 por ciento del
presupuesto anual de la Autoridad Palestina lo gastaba Arafat discrecionalmente,
y que del presupuesto de las instituciones de seguridad, en torno al 60 por
ciento quedaba bajo el control directo y personal de Arafat, lo que le dejaba
cerca de 400 millones de dólares al año para gastar como él quisiera. Igualmente
el FMI advertía que del estudio de las cuentas de Arafat que, entre 1995 y el
2000, unos 200 millones de dólares al año habían desaparecido y era imposible
justificar su destino, y que del presupuesto de 2003, casi el 50 por ciento del
presupuesto de la oficina de Arafat había sido cedido a organizaciones e
individuos no identificados. El FMI basó su estudio en documentación original
que también obra en poder de los responsables de la UE, aunque las conclusiones
de éstos discrepan radicalmente. Como dijo Hannes Swodoba, líder del grupo de
trabajo del Parlamento Europeo sobre ayuda a la Autoridad Palestina,
refiriéndose a la corrupción económica y a la posibilidad de que se estuvieran
financiando grupos terroristas indirectamente, «sólo si el ADN de un terrorista
suicida coincide con el ADN de un palestino que haya recibido euros lo
aceptaríamos como evidencia».
Arafat nunca ha estado dispuesto a dar lo que prometía en las negociaciones con
Israel ni a aceptar concesión alguna de su parte. Pero tampoco parece ahora
capaz de contener las fuerzas que él mismo se ha encargado de desatar en la
comunidad palestina. La vieja guardia está en entredicho, acomodada en sus
prácticas abusivas, y la nueva guardia se ha formado en la violencia terrorista
inspirada por la intifada, la mayoría de sus miembros involucrados en actos
violentos y poco inclinados a la negociación. Hay un grupo intermedio,
experimentado en el activismo político pero no relacionado directamente con el
terrorismo, como simbolizan Dahlan en Gaza y Rajoub en Cisjordania. Pero gracias
a los maquiavelismos primarios de Arafat no hay ninguna figura aceptada por
todos los palestinos. Ahora que los israelíes se retiran unilateralmente de
Gaza, el epitafio político de Arafat no sólo podría ser «el hombre que engañó a
los europeos», sino «el hombre que impidió el nacimiento de un verdadero líder
reformista para un Estado palestino libre, próspero y democrático». Ese y no
otro es su legado.