¿LA CUARTA OLA?
Artículo de XAVIER BATALLA en “La Vanguardia” del 13.04.2003
Joshua Muravchik,
un optimista del neoconservador American Enterprise Institute –un laboratorio de
ideas al servicio de George W. Bush–, se ha declarado convencido de que la
invasión de Iraq “desatará las fuerzas del cambio en el mundo islámico”, es
decir, de la democracia y la modernización. Otros analistas menos entusiastas de
los experimentos sociales en Oriente Medio, como Rachel Bronson, del Council on
Foreign Relations, han preferido preguntarse si “el caos será bueno o malo para
la región”.
Sanmuel P. Huntington escribió un libro en los años noventa, “La tercera ola”
(Paidós Ibérica, 1994), que no suscitó las polémicas de su “Choque de las
civilizaciones”. Huntington considera que en el mundo moderno se han dado hasta
ahora tres olas democratizadoras. La primera ola, dice, tiene sus raíces en las
revoluciones norteamericana y francesa, y su inicio lo sitúa en 1828 y en
Estados Unidos, desde donde se expandió a Gran Bretaña y sus dominios de
ultramar, parte de Europa y una estrecha franja latinoamericana. La segunda ola
habría comenzado con la Segunda Guerra Mundial, cuando la ocupación aliada
promovió la instauración de instituciones democráticas en Alemania occidental,
Italia, Austria y Japón. Y la tercera ola arrancó, según Huntington, veinticinco
minutos después de la medianoche del martes 25 de abril de 1974, en Lisboa,
cuando una estación de radio transmitió la canción “Grandola Vila Morena”. Esta
tercera ola democratizadora alcanzó, en el plazo de quince años, a una treintena
de países de Europa (incluidos los satélites soviéticos), América Latina y Asia.
Huntington, que ha logrado que su “Choque de las civilizaciones” no cayera en
saco roto entre la Administración Bush, seguramente contempló el pasado
miércoles la caída de la estatua de Saddam Hussein como la versión iraquí de la
canción “Grandola Vila Morena”. Es decir, como el inicio de la cuarta ola que
llevará la democracia a los países de Oriente Medio. ¿Una fantasía? Ahmed
Chalabi, el líder del opositor Congreso Nacional Iraquí, lo escribió en 1991 en
las páginas de “The Wall Street Journal”.
Para Chalabi, el favorito del Pentágono para suceder a Saddam, Iraq tiene una
educada clase media para convertirse en la primera democracia de la región
islámica. Y a partir de aquí, como en el cuento de la lechera, Chalabi considera
que el ejemplo democrático cundirá, como con las fichas de dominó, en Irán,
Arabia Saudí y entre los palestinos.
¿Un Oriente Medio feliz? Puede ser. Pero, de momento, aunque Saddam ha
desaparecido del mapa, la guerra no ha terminado y después de la dictadura se ha
instalado el caos. El desafío de quienes dicen querer cambiar Oriente Medio no
es una cuestión entre Saddam y la democracia. El dilema está entre el riesgo de
mantener el statu quo, como Washington ha hecho durante decenios, y el peligro
de provocar un desorden generalizado. Los amigos de Bush se apoyan en los
ejemplos democratizadores de Alemania y Japón. Los más escépticos, como ha
subrayado la Carnegie Foundation, simplemente se limitan a señalar con el dedo a
Afganistán.