LA ESPAÑA PURA
Artículo de Ignacio CAMACHO en “ABC” del 24/08/04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Lo mejor de
Iñaki Anasagasti es que se trata de un nacionalista al que, a diferencia de
otros correligionarios, maestros de la ambigüedad, se le suele entender casi
todo. Va por derecho, y se le ve venir; quizá por eso anda ya en vías de
prejubilación, en ese Senado al que los partidos mandan a sus viejas glorias
para irlas apartando poco a poco de la escena. En el PNV soplan vientos más
versátiles, y los discursos de Anasagasti acostumbran a enseñar el cartón con
demasiada transparencia.
Así, el veterano parlamentario vasco acaba de situar el debate sobre el diseño
territorial del Estado en los términos más clarificadores posibles, que Maragall
y otros nacionalistas intentan camuflar con superestructuras semánticas y
artificios dialécticos. En declaraciones al «Diario Vasco», Anasagasti ha dejado
sentados dos criterios muy útiles. Uno, que Ibarretxe no debe acudir a la cumbre
de presidentes autonómicos que Zapatero proyecta convocar en otoño, porque eso
supondría aceptar que Euskadi es una Comunidad «a la misma altura que Murcia». Y
dos, que de lo que se trata es «de volver al 78 (sic): Cataluña, Euskadi y
Galicia son naciones, y el resto es la España pura». Se puede decir más alto,
pero no más claro.
Para quienes, por edad o desmemoria, carezcan de información histórica precisa,
conviene recordar que ese modelo de 1978 quedó roto porque el pueblo andaluz se
levantó en indignación ante el proyecto de un Estado de dos velocidades, y
quebró en el referéndum del 28 de febrero de 1980 el modelo prediseñado al gusto
de los nacionalismos periféricos. A partir de ese instante, con la autonomía de
Andalucía en la misma vía rápida que las tres «históricas», el desarrollo
estatutario quedó marcado por los mecanismos de solidaridad que han mantenido, a
través de transferencias de renta, una cierta cohesión territorial.
Tras el fracaso de la Loapa felipista, un intento fallido de reconducción del
proceso mediante una ley orgánica con freno y marcha atrás, el pacto autonómico
del 92 cerró las transferencias con un criterio unificador que, efectivamente,
ha convertido a Murcia o Cantabria en pequeñas Comunidades cuasifederales, con
cotas de autogobierno que envidiarían los nacionalistas del Ulster. Un modelo
que ahora los nacionalismos quieren subvertir para establecer a su favor las
diferencias no consumadas. A un lado la vieja «Galeuska», y en el escalón de
abajo el resto de Comunidades. El carro del pescado, el furgón de cola, la clase
turista. La «España pura», como dice Anasagasti con inevitables connotaciones de
desdén.
Al frente de ese proyecto está Pasqual Maragall, porque Ibarretxe permanece
testimonialmente agarrado al mástil cada vez más quebrado de su plan
soberanista, que sólo soltará cuando esté listo el Plan B de la reforma
constitucional. Y en frente, desarticulada la resistencia andaluza mediante la
hegemonía clientelar de un Chaves que mira para otro lado, y neutralizado Bono
mediante su sillón ministerial y su gorra de plato, sólo quedarán los exabruptos
de Ibarra y la resistencia del PP y sus nueve millones de votos, que le
convierten en fuerza de bloqueo pero le acabarán configurando como una especie
de Don Pelayo orgánico y españolista. La España pura tiene mala prensa, y los
ciudadanos beneficiarios de las transferencias de renta de los últimos 25 años
están anestesiados por el clima del talante y no perciben que alguien anda a
punto de birlarles la cartera.
Con este modelo que Anasagasti ha tenido el detalle de explicitar, lo único que
falta es que ZP dé con la tecla nominal para definir a ese conglomerado de
regiones que no va a gozar del privilegio de ser consideradas nacionalidades,
naciones o comunidades nacionales. La España pura. Visto lo visto, habrá que
recurrir para la revisión constitucional a la chuscada de Romanones en la
República: son españoles aquellos que no pueden ser otra cosa.