LOS VERDADEROS MOTIVOS
Artículo de FRANCESC DE CARRERAS en “La Vanguardia” del 01/07/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
No parece que la demanda de un nuevo Estatut de Catalunya responda a deseos
profundamente sentidos por los ciudadanos, sino a los objetivos y a las
finalidades de determinados partidos políticos. No tengo a mano datos
actualizados hasta hoy, pero hace poco más de un año acceder a un mayor grado de
autogobierno sólo preocupaba a un 3,9% de los catalanes, mientras que para un
54,4% el principal problema era el desempleo, para un 32,8% la inseguridad y
para un 32,2% la inmigración. Es probable que los sondeos actuales hayan
detectado algunos cambios tras el reciente ciclo electoral, pero en la calle no
se vive nada parecido a un clamor social, a aquel clima ambiental de la
transición, cuando se pedía Llibertat, amnistia i Estatut d'Autonomia.
¿Por qué, entonces, la mayoría de los partidos catalanes –en realidad, todos
menos el PP– tiene como principal objetivo de los próximos cuatro años la
aprobación de un nuevo Estatut? A mi modo de ver, las razones de fondo son dos,
estrechamente vinculadas entre sí. Una primera razón es el carácter instrumental
que los partidos nacionalistas otorgan al Estatut. Una segunda, la necesidad que
tienen estos mismos partidos de diferenciar a Catalunya del resto de las
comunidades autónomas, a excepción del País Vasco y Galicia, es decir, a
excepción de las comunidades que ellos consideran auténticas naciones.
En efecto, todo partido nacionalista, por definición, debe tener como meta final
la plena soberanía de su nación, es decir, convertirla en Estado. Ahora bien, si
ello inmediatamente no es posible deben darse los pasos necesarios para
alcanzarla en el futuro. En este proceso, el Estatut d'Autonomia es un mero
instrumento, sólo útil en la medida en que permite facilitar el camino hacia
esta plena soberanía. Desacreditar el actual Estatut –y, por supuesto, la
Constitución– como un nefasto producto de las imposiciones de la transición y no
como el resultado de un consenso en lo básico –que es, precisamente, aquello que
ha dado solidez a nuestra democracia constitucional– forma parte de las
necesidades de un guión previamente trazado.
Los partidos nacionalistas, por su misma naturaleza, nunca pueden estar
conformes con lo obtenido a no ser que se alcance la meta final y, por tanto,
todo punto de llegada es, para ellos, inmediatamente, un nuevo punto de partida,
siempre en dirección hacia la soberanía plena. También el nuevo Estatut, si es
que se llega a aprobar, será considerado insuficiente desde el primer día,
porque estos partidos alegarán que tampoco resuelve el misterioso encaje de
Catalunya en España. El motivo de esta alegación es muy claro: si se resuelve el
falso problema de este famoso encaje los partidos nacionalistas se quedan sin su
principal objetivo, aquel que les da una identidad propia. Por tanto, el
victimismo, el agravio comparativo y la queja continua no cesarán nunca, porque
constituyen un elemento esencial de su ideología.
La segunda razón me parece que también está muy clara: todo partido nacionalista
debe rechazar un estatus de igualdad entre comunidades autónomas. Como es
sabido, la Constitución admite, con mayor o menor justificación, ciertas
diferencias entre comunidades atendiendo a razones diversas, como pueden ser la
tradición histórica, la diversidad de culturas o la insularidad. Son los
llamados por la doctrina hechos diferenciales: derechos históricos, lengua,
derecho civil, régimen local, fiscalidad, quizás alguno más. Ahora bien, aunque
no todas las comunidades autónomas son iguales, no debe existir discriminación
entre ellas ni, sobre todo, entre sus respectivos ciudadanos. Discriminación no
es simplemente desigualdad, sino diferencia de trato constitucionalmente no
justificada. Diversos preceptos de la Constitución (artículos 14, 138, 139 y
149.1,1ª, entre otros) establecen cláusulas que impiden jurídicamente
desigualdades injustificadas entre personas y entre comunidades.
Por otro lado, la evolución del Estado de las autonomías, debido al fundamental
pacto autonómico de 1992 entre el PSOE y el PP, se ha dirigido claramente a la
igualación básica de las competencias entre comunidades. Ciertamente, el camino
hubiera podido ser distinto pero el impulso inicial ya prefiguraba el resultado
al que hemos llegado: desde el punto de vista competencial somos un “Estado
federal con hechos diferenciales”, según la ya célebre precisión del profesor
Eliseo Aja, uno de los más grandes expertos en esta materia. Pero, precisamente,
el punto de vista nacionalista rechaza las fórmulas federales por la simple
razón de que son igualitarias. Los nacionalistas parten de que las comunidades
que ellos consideran naciones tienen mayores derechos –colectivos, por supuesto–
que aquellas otras que, según ellos, no lo son. Y tales comunidades nacionales
deben tener, por tanto, un Estatuto que las diferencie claramente del resto. La
política autonómica federalista –denominada popularmente café para todos– es en
estos momentos, por igualitaria, aquella que más combaten los nacionalistas.
Éstas son las dos grandes razones, los verdaderos motivos, por las cuales se
pretende impulsar un nuevo Estatuto. Se alegarán otros, pero éstos son, a mi
modo de ver, los verdaderos. Quizás usted, paciente lector, se pregunte: ¿qué
hace en este embrollo el Partido Socialista? La respuesta también me parece
bastante clara. Pero el espacio se ha terminado: dejémoslo para otro día.
FRANCESC DE CARRERAS, CATEDRÁTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL DE LA UAB