SIMPLEMENTE UN PARTIDO
Artículo de FRANCESC DE CARRERAS , catedrático de Derecho Constitucional de la UAB, en “La Vanguardia” del 15/07/2004
El partido que dirige Artur Mas no está centrado en la sociedad sino sólo en sí mismo, quizás a un solo paso de ser enterrado en sus fundamentos
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Los partidos
políticos actuales son partidos de electores. ¿Qué queremos decir con ello?
Sobre todo dos cosas: primero, que su objetivo es captar el voto de amplios
sectores sociales, políticos y económicos; segundo, que los éxitos del partido
político se miden sobre todo en función de sus resultados electorales.
Es claro que esta situación supone un grado de democracia bastante imperfecta y
que hacen falta medidas y esfuerzos para mejorarla. Pero, hoy por hoy, es lo que
tenemos, probablemente también lo que nos merecemos. El proceso democrático no
puede quedar al margen de la sociedad del espectáculo: de la banalidad de los
gestos, los rostros y los vestidos. Zapatero, por ejemplo, es un triunfador
porque ha ganado: si hubiera perdido habrían salido a relucir de nuevo los
reproches del bambi y del sosoman. Reproches a la apariencia y no a la
substancia, a la manera de ser y no a la capacidad de Gobierno. Por tanto, al
decir que los partidos actuales, tan decisivos en nuestra Estado democrático,
son partidos de electores me limito a describir una realidad, no a sublimar un
modelo.
Ahora bien, estos partidos de electores tienen algún mecanismo de funcionamiento
claramente disfuncional: el partido se ha transformado y no se ha adaptado bien
a estas transformaciones. Estas disfuncionalidades se ponen de manifiesto, por
ejemplo, en los congresos. Aparentemente los congresos de los partidos son el
gran momento de su democracia interna. Sin embargo, para que ello sea así, en
los congresos falta un componente esencial obvio en los partidos de electores:
no participan, precisamente, representantes de los electores, sólo asisten
representantes de los militantes. O, como en el excepcional caso de ERC, forman
una asamblea en la que todos los militantes tienen derecho a participar. En
definitiva, se trata de partidos de electores pero, a pesar de ello, su órgano
máximo de gobierno es sólo expresión de sus militantes: sus electores no se
hallan representados.
¿Cómo se pueden evitar las disfunciones que puede ocasionar este déficit de
representanción? Sólo hay una manera: que quienes participen en los congresos
sean conscientes de su papel, sepan que no representan sólo a los militantes, su
núcleo más homogéneo, sino también a sus potenciales electores, un componente
del partido que es esencial al mismo, pero mucho más plural y diverso que el de
los militantes. Si se parte de estas premisas, es una muestra de
irresponsabilidad y de poca inteligencia política que los congresistas aprueben
sólo las resoluciones que les pide el cuerpo y no aquellas que también puedan
convencer a sus potenciales votantes.
Creo que tanto la dirección del partido como los militantes de Convergència
Democràtica de Catalunya que han participado en el congreso del fin de semana
pasado, han dado abundantes pruebas de su irresponsabilidad y de su poca
inteligencia política. La dirección porque ha planteado un programa de máximos:
nunca Pujol había propuesto como horizonte próximo el Estado confederal y cuando
este objetivo figuró en la famosa Declaración de Barcelona se desmarcó enseguida
diciendo, desdeñosamente, que eran “cosas de Pere Esteve”. Los militantes porque
se han pronunciado, contra los deseos de su dirección, a favor de una enmienda
encaminada, con todos los matices que se quiera pero claramente encaminada, a
propugnar el no o la abstención en el próximo referéndum sobre la Constitución
europea. El congreso no ha pensado en sus votantes catalanistas y europeístas.
La CDC que tan hábilmente ha sabido dirigir Jordi Pujol tenía claramente dos
almas: una férreamente nacionalista y otra moderadamente catalanista, una
socialmente más a la izquierda y otra más conservadora. Su apabullante éxito en
las eleciones autonómicas –y también sus discretos resultados en las demás
elecciones– era debido a la capacidad de Pujol para tener credibilidad
suficiente en ambos sectores. Pujol no era sólo el dirigente de un partido sino
el líder de CiU, un gran movimiento que aglutinaba el nacionalismo y el
catalanismo, el centro-derecha y el centro-izquierda. Una parte de los electores
votaban socialista en las generales y CiU en las autonómicas. Muchos votantes de
ERC, a pesar de que su habitual opción electoral no era la convergente, la
votaban cuando era preciso y se consideraban parte de ese gran movimiento cuyo
auténtico e indiscutido líder era, en último término, Jordi Pujol.
Hoy todo esto ha cambiado. CDC es sólo un partido y Artur Mas es sólo el
dirigente de este partido. Unió Democràtica es otro partido probablemente con
cada vez más dificultades de encaje con la nueva CDC. Finalmente, ERC ya cae más
lejos, con una opción estratégica muy distinta a los dos anteriores. Por ello,
electores hasta ahora relativamente fieles a CiU están dirigiendo sus miradas
hacia Maragall o hacia el PP. El movimiento que hasta ahora lideraban Pujol y
CiU se ha terminado: sólo quedan tres partidos, bastante mal avenidos. Quizás
era inevitable, la ambigüedad no puede durar siempre, probablemente Pujol es un
personaje insubstituible. Quizás. Pero esta es la realidad actual.
En todo caso, el congreso de CDC ha sido un paso que ha consolidado esta
situación. El partido que dirige Artur Mas es simplemente un partido, un núcleo
sin halo, no centrado en la sociedad sino sólo en sí mismo, quizás a un solo
paso de ser enterrado en sus fundamentos. Tras el último ciclo electoral, un
espacio electoral de Catalunya se ha quedado vacío: aquello que sabemos sucede
cuando un amigo se va.