EL PSC DE JOSEP M. SALA

 

 Artículo de FRANCESC DE CARRERAS   en “La Vanguardia” del  29/07/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

El formateado es mío (L. B.-B.)

Josep M. Sala imaginó un nuevo PSC en 1994 y diez años después, en el congreso celebrado el pasado fin de semana, ha visto culminada su vieja idea.

En efecto, en los años ochenta el PSC era un curioso partido en el que la gran mayoría de sus cuadros y de sus militantes hacían las sordas e ingratas labores del día a día, mientras en la foto sólo aparecía un elitista grupo de dirigentes investidos de su poder por un extraño designio de origen: tener patente de catalanidad. Sala, que pertenecía a este exquisito círculo, se ganó el puesto de secretario de organización del partido por su gran capacidad de trabajo, por sus conocimientos profesionales de ingeniero industrial y por la pasión y entusiasmo que demostraba en querer conectar a la dirección con sus militantes y con sus potenciales votantes.

Por su parte, los diversos comicios electorales ponían de relieve lo necesaria que era esta labor. En las elecciones generales, durante los momentos de auge socialista, siempre los resultados eran excelentes, solían alcanzar cerca del 40% del total del electorado catalán. Así sucedía también en las municipales, con cifras todavía superiores en el área industrial y metropolitana de Barcelona. En cambio, en las elecciones autonómicas el fracaso era una constante: casi nunca el partido socialista llegaba a alcanzar el 30%, debido sobre todo a la abstención de las zonas industriales urbanas, precisamente el granero principal de votos en las generales y municipales. Un electorado de raíces identitarias no catalanas era refractario a conectar con un discurso socialista autonómico muy teñido de nacionalismo y con unos candidatos de imagen no muy distinta a Jordi Pujol.

Esto sucedía a principios de los años ochenta y ha durado hasta estas últimas elecciones. Veamos algunos resultados. En las elecciones generales de 1982 el PSC obtuvo el 45,8% de los sufragios (1.575.601 votos) y en 1986 el 41% (1.299.733). Entre unas y otras, se celebraron las autonómicas de 1984: el PSC obtuvo el 30,1% de los sufragios y 866.281 votos. En todas las elecciones siguientes (a excepción de las autonómicas de 1999 y las generales del 2000) se produjo la misma rara oscilación entre unos resultados y otros, tanto en porcentajes (un 10%) como en votos (entre 450.000 y 700.000, aproximadamente). Así fueron también los resultados últimos. En las autonómicas de noviembre pasado el PSC obtuvo el 31,2 % de los sufragios (1.031.454 votos) y al cabo de cuatro meses, en las generales de marzo, obtuvo el 39,5% (1.586.748). Es decir, el PSC obtuvo un 8,3% y 555.294 votos más antre dos elecciones separadas por una distancia de cuatro meses.

La clave de estos extraños resultados debe encontrarse en la incidencia electoral del nacionalismo identitario y en el complejo de los socialistas catalanes en esta materia. No es normal que en la misma sociedad un partido gane en todas las elecciones generales y municipales y pierda siempre en las autonómicas. Esta anomalía fue detectada por Sala y los suyos a principios de los años noventa. Sus causas eran paralelas a la también extraña situación en el interior del PSC: la elite que ocupaba la ejecutiva del partido era la que dirigía la fracasada política autonómica y los cuadros subordinados a ésta eran quienes conseguían los triunfos municipales. Mientras, los mejores resultados se alcanzaban cuando se trataba de votar a Felipe González y al PSOE.
En definitiva, el partido socialista catalán era un extraño partido en el cual mandaban aquellos que hacían perder las elecciones y estaban arrinconados en la sombra quienes las ganaban. En el Congreso del año 1994, celebrado en Sitges, Josep M. Sala encabezó una conjura –el movimiento de los capitanes– para que se comenzase a invertir esta paradójica situación, para que el partido real estuviera estuviera representado como es debido en su dirección oficial. El proceso para este cambio no ha sido fácil y, sobre todo, ha sido lento. Finalmente, este congreso ha sido la puntilla: el cambio de personal dirigente en el PSC es prácticamente total y parece lógico esperar un partido con una mentalidad nueva y distinta. Maragall, el último resto de la antigua dirección, parece decidido a dedicar todas sus energías a su difícil labor de presidente de la Generalitat. Los Montillas, Corbachos y Manuelas, como decían con desdén clasista y étnico los políticos e intelectuales socialistas de la antigua dirección, ocupan hoy el poder. Otros más jóvenes, como Daniel Fernández y Carles Martí, están asomándose a éste.

Tras el último congreso, el PSC es un partido profundamente renovado en su dirección: falta saber si lo será en la táctica, estrategia e ideología, falta saber si sabrá conectar con sus bases electorales huérfanas de partido en las elecciones autonómicas. Es posible, aunque complejo, buscar el voto moderado ex convergente y el voto PSOE que se abstiene en las autonómicas. Sin embargo, es posible. Aunque para ello haya que hilar fino, haya que construir una visión de Catalunya todavía por definir, pero que muchos catalanes están esperando. Los capitanes del PSC han tenido una ideología municipalista, pero no han sabido ir mucho más allá. Les queda, pues, una gran tarea pendiente.

En todo caso, el sueño de Sala se ha hecho realidad y el Congreso ha reparado una injusticia judicial reincorporándolo a su dirección, una condición que de facto nunca había abandonado. El nuevo PSC comienza a ser el partido que Sala había imaginado y deseado hace diez años.

FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB