LO QUE SE JUEGAN
Artículo de FRANCESC DE CARRERAS en “El País de Cataluña” del 31.07.2003
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
Justo antes de entrar en el mes de agosto, la Cataluña política, que tiene poco que ver con la Cataluña real, no parece, como acostumbra, un oasis, el famoso oasis catalán: los políticos se insultan. Se podría decir que la razón está en que ya ha empezado, desde hace unas semanas o unos meses, el periodo electoral. Se podría decir y en parte sería verdad: pero no toda la verdad.
Porque si hay que decir toda la verdad y nada más que la verdad, debe señalarse que estas próximas elecciones autonómicas tratan de algo más: más inciertas de lo habitual, los dos potenciales partidos ganadores se juegan mucho, mucho más de lo normal. ¿Qué se juegan en estas elecciones convergentes y socialistas?
Empecemos por los primeros, que son quienes más arriesgan. Convergència se juega nada más y nada menos que su existencia como partido o, por lo menos, como partido básico de la política catalana. No creo exagerar y hay ejemplos en nuestra actual democracia: UCD pasó de ser un partido mayoritario en España a desaparecer, el PSUC pasó de ser un partido central en Cataluña a seguir luchando, simplemente, para subsistir.
Recordemos, además, que CiU no llegó a ser un partido -o coalición o federación- sólidamente implantado hasta después de 1980: creció desde el poder, ocupando ya el Gobierno de la Generalitat. Los resultados de las anteriores elecciones le situaban entre el tercero o cuarto partido de Cataluña. Un año antes de acceder Pujol a primer presidente de la Generalitat estatutaria, CiU había obtenido menos votos que UCD, la cual, dos años después, quedaría disuelta. Por tanto, los partidos nacen, viven y mueren, como los humanos. A partir de las próximas elecciones, CiU puede seguir en el poder, puede morir o puede, simplemente, malvivir.
No olvidemos que la fuerza electoral del partido que ha sabido construir Pujol proviene de la unificación del centro político catalán. Hasta 1980, este centro estaba profundamente dividido entre CiU, UCD y ERC. Ciertamente, el nacionalismo es, por su ambigüedad y fluidez, la ideología que mejor convenía para saldar con éxito esta unificación. Pujol, además, la ha sabido manejar con tiento y prudencia: más suave o más radical, según convenga y a quién se dirija, durante años muchos han quedado convencidos que no había alternativa. "¿Derechas? ¿Izquierdas? ¡Cataluña!". Este engañoso mensaje caló profundamente en las capas medias y altas y bajas catalanas. Cataluña, naturalmente, era Pujol.
Desde 1984 a 1995, Pujol lo tuvo todo controlado y bien controlado. Tres mayorías absolutas consecutivas fueron la consecuencia. En aquellos tiempos había desaparecido la UCD, ERC estaba bajo mínimos, el PP apenas asomaba cabeza y el PSC no sabía -y todavía no sabe- solucionar su contradicción entre el voto dual y la abstención diferencial. En las autonómicas, el amplio centro político era casi todo de CIU.
Pero a partir de 1995, a CiU empezaron a surgirle las dificultades y a aumentar sus contradicciones. Si daba apoyo en Madrid al PSOE, en Cataluña le crecía el PP. Precisamente fue en las elecciones autonómicas de 1995 cuando CiU perdió 10 diputados y el PP ganó otros 10. En las siguientes, de 1999 -dando apoyo parlamentario al PP en Madrid-, perdió tres más. Pujol se dio por advertido: su tiempo había pasado e inició un cambio generacional: pasó los bártulos a Artur Mas.
Como decíamos, si CiU pierde corre el riesgo de desaparecer. ¿Por qué razón? Porque su fuerza -ahora más que nunca- está únicamente concentrada en el Gobierno y la Administración de la Generalitat. Más allá de todo ello, CiU no cuenta con casi nada: sólo algún mediano y una infinidad de pequeños ayuntamientos y los parlamentarios de Madrid que sin Generalitat tendrán escaso peso en el juego de las alianzas. En esta situación, toda su red clientelar, que tan profundamente ha calado en la sociedad catalana, desaparecerá o se pasará a los nuevos gobernantes de la Generalitat. CiU habrá perdido, quizá definitivamente, el voto que le dio fuerza en 1984: moderado, conservador y catalanista de ocasión. Si no desaparece del todo, puede pasar a compartir con ERC un espacio electoral puramente nacionalista que, en total, apenas alcanza al 20% de los votantes, y en el cual Carod tendrá mayor credibilidad que Mas. Con tan escasas fuerzas, podremos contemplar el penoso espectáculo de ver cómo las ratas abandonan el barco.
Por su parte, el PSC, si no gana, tiene menos que perder, ya que le queda la poderosa fuerza de sus ayuntamientos y las opciones estatales ligadas al PSOE. Es decir, se puede quedar, aparentemente, como en la actualidad. Ahora bien, en el interior del partido la correlación de fuerzas experimentará serios cambios. Si Maragall no alcanza la presidencia, toda una generación de socialistas que han ocupado puestos de poder desde sus inicios pueden empezar a hacer las maletas y prepararse para su jubilación. El vuelco está fraguándose desde 1994, aunque no acaba de cuajar por la escasa personalidad de los nuevos y la férrea resistencia de una antigua élite, más nacionalista que socialista, que no se deja arrebatar fácilmente el poder. Maragall es, en la actualidad, su última baza.
En estos últimos cuatro años, con Montilla en la primera secretaría y una ejecutiva cuajada de capitanes, se podría haber esperado otra política en el PSC. Pero a menos de tres meses de las elecciones, parece difícil que se produzca un cambio de estrategia. La reunión semanal de Maragall con unos empresarios que difícilmente le van a votar y la poca atención que presta a fieles socialistas que se abstienen en la autonómicas, acentúa todavía más esta impresión.
Por el momento, insultos. Por una parte y por otra, seamos claros. Quizá los ciudadanos esperamos argumentos. Quizá si no se plantean opciones concretas y diferenciadas, muchos ciudadanos no acudirán a las urnas u optarán por otras alternativas. En esta misma semana, en una página de propaganda electoral del PSC, por cierto de pésimo gusto, Maragall decía a Pujol: "Gràcies per aquests 23 anys". Un amigo socialista me comentaba: "¿Gracias? ¿Por qué?".