IDENTIDAD NACIONAL Y MEMORIA

 

 Artículo de ÁNGEL CASTIÑEIRA Y JOSEP M. LOZANO  en “La Vanguardia” del 06/10/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

Por qué atribuimos una identidad a colectivos como naciones, pueblos u organizaciones? Los científicos sociales consideran que las naciones son realidades cuya existencia no depende de su condición física o extensa,sino que son comunidades imaginadas; dependen de las actitudes proposicionales o de un tipo de creencias compartidas por un colectivo humano que nos permite afirmar "somos catalanes".

Las naciones necesitan continuidad, reconocimiento interno y externo, dar coherencia y diferencialidad a las vivencias de sus miembros y construir e interpretar narrativamente su identidad a través de su propia memoria biográfica: la memoria colectiva. Hablamos de mecanismos sociales, de objetos materiales o inmateriales presentes en el imaginario social que realizan una función rememoradora: la de permitir que los grupos nacionales consigan integrar la multiplicidad de experiencias y recuerdos representados individualmente en la unicidad de un recuerdo común. El miembro de una comunidad está en relación con los recuerdos de su generación y de las anteriores y futuras en una sucesión de transiciones que se proyecta en el tiempo: como herencia (pasado), como compromiso (presente) y como proyecto (futuro).

La forja de la tradición consiste en la gestión del recuerdo, en los itinerarios de memoria escogidos, en la manera de seleccionar, de enmarcar, de interpretar y de valorar los enlaces de los recuerdos y en la manera de dramatizar los relatos, de disponer los centros históricos emblemáticos y también los lugares de muerte y de humillación reconquistados después simbólicamente como monumentos a la vida. Algunos de estos lugares (como por ejemplo la estatua dedicada a Rafael Casanova) conforman verdaderos itinerarios de procesión cívica dentro del espacio urbano con una alta concentración simbólica.

En los procesos de identificación nacional sólo seleccionamos aquellos acontecimientos que consideramos relevantes para nosotros y, en la medida en que determinan hitos en nuestra trayectoria, persistimos en la voluntad de preservarlos y de recordarlos. No se niega que determinados hechos pasaron, sin embargo algunos quedan excluidos porque no forman parte relevante de la historia que la nación se cuenta a sí misma. Ésta es la razón por la cual algunos (como los norirlandeses o los catalanes) nunca han dejado de recordar determinados hechos, y otros (como los ingleses o los españoles, por ejemplo) nunca han hecho nada para recordarlos o para interpretarlos de la misma manera. Se atribuye al obispo norteamericano Fulton Sheen la siguiente frase: "Los ingleses no lo recuerdan, los irlandeses no lo olvidan". El olvido social y sobre todo institucional de la violencia primitiva fundadora está presente en la creación de la mayoría de estados nación.

El lema de la matrícula de los coches de la provincia canadiense de Quebec, Je me souviens que el resto de Canadá acostumbra a no querer tener presente. Todorov recogía también, hace poco, el caso de un estudio de 1995 del historiador John Dower sobre las diferentes maneras en que Estados Unidos y Japón recuerdan los hechos de la bomba atómica de Hiroshima. Dower demostró que la memoria no es moralmente neutra. Los mismos hechos y una selección y combinación de los mismos datos daban lugar a dos versiones totalmente diferentes: "Hiroshima como una victimización" (Japón) e "Hiroshima como triunfo" (Estados Unidos).

Lo importante en la memoria nacional del pasado no se juega, por tanto, en la descripción de la verdad, sino en su significación. No es la historia rigurosamente descrita, sino la percepción subjetiva de los episodios (re)vividos, recuperados o emotivamente transmitidos lo que acaba siendo relevante en la formación y continuación de las naciones.

Ello no obsta para que, en muchos casos, la memoria colectiva oculte diversos peligros o patologías. Algunos AVALLONE de ellos son bien conocidos: 1. el caso de la memoria borrada (aquellos que pretenden negar la existencia del genocidio judío); 2. el caso de la memoria manipulada (la clásica historia escrita por los vencedores, generalmente en la fundación de estados); 3. el caso de la memoria herida (la situación de aquellos que viven oprimidos por el dolor de los recuerdos, como los supervivientes del holocausto, o que padecen un exceso o abuso de memoria, caso de los actuales conflictos en Oriente Medio), y 4. el caso de la memoria reprimida por miedo a asumir las responsabilidades (como en la Francia de Vichy o la España del franquismo y la Guerra Civil).

Episodios aparentemente tan banales como la discusión sobre la manera de conmemorar la Diada son, a nuestro parecer, un síntoma de otro tipo de patología, una profunda herida en nuestra capacidad de autorepresentación. Determinadas naciones sin Estado, como Catalunya, sufren todavía hoy un proceso de nacionalismo melancólico,fruto de una memoria traumática que oscila entre el largo purgatorio resistencial y la amenaza de asimilación y colonización mental. Una conmemoración (y la manera concreta de celebrarla) siempre es una reconstrucción de la memoria y, por ello, una redefinición de los compromisos y los proyectos. Frente a la imagen actual de una España normalizada con una autopercepción complaciente y optimista, parece que los catalanes seguimos sin saber qué vínculo queremos construir entre memoria, compromiso y proyecto.

À. CASTIÑEIRA y J.M. LOZANO, profesores de Esade