EL SOBRENTENDIDO DE BUSH
Artículo de CARLOS NADAL en "La Vanguardia" del
21-1-03
El atentado de las Torres Gemelas de Nueva York elevó
hasta cotas muy altas la popularidad, el crédito de Bush. En Iraq, este crédito
está en juego. Puede ser su tumba política. Depende fundamentalmente de varios
supuestos. Si el presidente se decide por la guerra, será decisivo su curso. Si
éste es rápido y claramente victorioso, le será favorable. Si largo y con graves
daños humanos, no.
Atacar abriría posibilidades inciertas. No hacerlo, entrar en una prolongada
dilación o, simplemente, dar el toque de retirada sin ni llegar al combate le
valdría una mala nota al presidente ante la opinión norteamericana. Un enorme
Ejército empantanado en las bases militares del Golfo o en los buques de guerra
durante meses, mientras se espera que los inspectores de la ONU encuentren
alguna arma de destrucción masiva, supondría un gasto enorme y el aumento de las
discrepancias respecto a la guerra que ya empiezan a ser embarazosas, no sólo
entre los aliados europeos y los países árabes, sino también en Estados Unidos.
La espera inquietante de una guerra tan anunciada ya le ha costado a Bush un
descenso considerable de la popularidad en su propio país, y no digamos en el
exterior. Llegó a un 80 por ciento la opinión favorable norteamericana en los
días posteriores a los atentados del 11 de septiembre del 2001. Hoy, alcanza
hasta un 56 por ciento. Todavía es una cifra considerable, pero darle más largas
al asunto con un Ejército pudriéndose en la canícula medioriental le saldría
mucho más caro al presidente en descenso de su prestigio y autoridad. Las
condiciones externas podrían volverse francamente adversas, como es de ver en la
actitud de distanciamiento concertada entre Francia y Alemania y el hecho de que
Turquía, aliado imprescindible para la operación iraquí, convoque una reunión de
varios estados árabes de la zona, iniciativa que igual puede ser provechosa que
negativa para los propósitos norteamericanos.
Desde que Bush, a raíz del atentado de las Torres Gemelas, puso a Estados Unidos
en pie de guerra contra el terrorismo islámico e incluyó inesperadamente en ella
una ofensiva militar contra Iraq, vivimos en vilo. ¿Habrá guerra?, ¿no la habrá?
El presidente ha estado jugando con un malentendido. O, mejor, con un
sobrentendido. Especialmente desde que se vio obligado a llevar el asunto al
Consejo de Seguridad de la ONU y el Gobierno de Bagdad aceptó el envío de
inspectores para comprobar si posee armas de destrucción masiva.
El malentendido consiste en si Estados Unidos piensa atenerse de verdad a lo que
resulte de la inspección de la ONU. Es decir, atacar a Iraq sólo en el caso de
que los inspectores informen de que las armas químicas, biológicas y nucleares
existen o se fabrican en Iraq. El sobrentendido está en que para Bush y sus
consejeros la misión de la ONU es únicamente formularia y, sea como sea, EE.UU.
intervendrá militarmente si lo cree oportuno.
En el filo de esta doble intención, el mundo está balanceándose desde hace más
de un año, deshojando los pétalos de la duda. ¿Habrá guerra?, ¿no la habrá? La
oscilación pendular va del sí al no de una manera que ya resulta sofocante. El
caso es que la Casa Blanca mantiene un lenguaje desconcertante sólo en
apariencia. Cada vez que Bush o alguno de los suyos dicen que la guerra no es
inevitable, a continuación se anuncia el envío de más unidades militares al
golfo Pérsico. Esto crea una situación esquizofrénica. Van a ser ya unos 150.000
hombres los dispuestos para el ataque. Y se habla de que pueden ser pronto unos
250.000. Demasiados para sólo mantener bajo presión exterior a Saddam Hussein y
su régimen en la espera de que se produzcan algunas de las tres hipótesis
formuladas con sobrado optimismo: una, que el dictador acepte exiliarse; otra,
que sea derrocado desde el interior; finalmente, que los inspectores de la ONU
encuentren la aguja en el pajar, el escondite donde Saddam Hussein tiene sus
armas de destrucción masiva. O sea, dos supuestos más que improbables y uno en
el que seguramente está la respuesta.
Volvamos al principio. Hay un malentendido que entraña un sobrentendido. Y
existe la sospecha de que el malentendido lo fomenta Bush de cara al exterior y
que el sobrentendido guía sus pasos en una única dirección: atacar. Basta seguir
el hilo de sus más comprometidas declaraciones. Enero del 2002. Discurso en el
Congreso sobre el estado de la nación. Exposición de la teoría del eje del mal.
Junio del mismo año. En el recinto militar de West Point: "Debemos enfrentarnos
a las peores amenazas antes de que surjan", enunciado de la teoría de la guerra
preventiva. Parlamento en Fort Hood (Texas), el pasado día 7. "En el mundo debe
haber una sola voz." "El Ejército norteamericano es el mejor ejército del mejor
país."
Por un lado, el mensaje de la prudencia, tranquilizador: la guerra es evitable,
sólo la última opción. Por otro, el ruido de las armas, la movilización del más
poderoso ejército del mundo y de la historia. Por si fuera poco, la gran prensa
norteamericana va poniendo negro sobre blanco todo el guión de la Casa Blanca
para la guerra: el número de soldados, las unidades que han de intervenir,
cuántos tanques, aviones, buques de la Navy; desde dónde se empezará el ataque,
los objetivos que alcanzar uno por uno, como si informaran desde el mismísimo
Pentágono. La guerra preventiva contada paso a paso.
Como hay voces que se preguntan sobre el día después del fin de la guerra,
también la prensa ha adelantado lo que se pretende: ocupación militar de Iraq y
tutela del Ejército ocupante. A la aplicación de la guerra preventiva sucedería
la tutela bajo un mando militar, recuerdo de la figura de Mac Arthur.
Hasta ahora era previsible que la resolución 1441 del Consejo de Seguridad y la
aceptación iraquí de la inspección de la ONU se interpusieran en los planes de
Bush. Los inspectores pidieron más tiempo y la Casa Blanca necesita ganarlo. El
día 27 presentarán un primer informe al Consejo de Seguridad. Y el día 28 Bush
pronunciará ante el Congreso norteamericano su discurso sobre el estado de la
Unión. Entre estas dos fechas se podrá entrever hasta qué punto el malentendido
y el sobrentendido de Bush le han salido a cuenta o, por el contrario, se le han
convertido en una madeja difícil de desenredar.
En este sentido las más recientes informaciones empiezan a despejar la
incógnita. Hans Blix, jefe de la misión inspectora, se quejó muy pronto de que
el Gobierno iraquí prestaba a su tarea una colaboración pasiva, no activa y de
que en el informe presentado por Bagdad había sospechosas lagunas. El jueves
anunciaba que se habían encontrado ojivas en buen estado, susceptibles de llevar
carga de destrucción masiva. Siguiendo este hilo las cosas se le pueden poner
francamente mal a Saddam Hussein. Y, según cómo, en el tiempo que necesitan la
Casa Blanca y el Pentágono. Por algo Bush viene repitiendo que se le acaba la
paciencia, que está harto del dictador iraquí.
El ministro de Asuntos Exteriores británico, Jack Straw, utilizó la imagen de la
botella medio llena o medio vacía, según se mire, para explicar la posible
guerra contra Iraq. Dijo que se había pasado del 60 por ciento de posibilidades
de que la haya a un 40 por ciento. Excusado es decir que de un día para otro los
porcentajes pueden invertirse.