ANTIAMERICANISMO Y EUROPA
Artículo de RALPH DAHRENDORF en "La Vanguardia" del 16-2-03
EL PROBLEMA ES QUE muchos definen la identidad europea por
contraposición respecto de Estados Unidos: Europa como la Antiamérica
INTRODUCIR EL sentimiento antiamericano en la construcción europea no es
honrado; es moralmente sospechoso y peligroso
LA CARTA DE AZNAR, Blair y Berlusconi defiende los valores íntegros e
inequívocos occidentales, los valores de la ilustración y la libertad
R. DAHRENDORF, miembro de la Cámara de los Lores del Reino Unido, ex rector de
la London School of Economics y ex decano del St. Anthony's College de Oxford
La forma en que la comunidad internacional debería tratar a Saddam Hussein
constituye, con razón, la cuestión dominante del año. En cierto sentido, ya ha
sido respondida: las Naciones Unidas se hallan involucradas en ella y lo
seguirán estando, y Estados Unidos desempeña y desempeñará en ella un papel
destacado. La contención de Iraq mediante una intervención es el método que
actualmente parece contar con mayor probabilidad de prevalecer. Sin embargo, y
en el decurso del proceso hacia esta decisión, han empezado a destacarse varias
cuestiones que durante mucho tiempo han llegado a estar a punto de estallar.
Una de ellas, por supuesto, se refiere al supuesto "choque de civilizaciones":
¿cómo es posible diferenciar un conflicto entre las Naciones Unidas e Iraq,
restringido a sus estrictos límites, de la necesidad de mantener una relación de
diálogo entre las religiones del mundo? Otra cuestión, que a algunos puede
parecer de más estrechas miras, reviste idéntica importancia en el plano
internacional: ¿cómo vamos a abordar las diferencias entre Europa y Norteamérica
que se han manifestado tan claramente en el debate sobre Iraq? También ésta es
una forma específica del "choque de civilizaciones".
Es indudable que las diferencias entre Europa y Norteamérica actualmente
existentes son profundas y no se limitan a un enfriamiento temporal de las
relaciones entre Alemania y Estados Unidos o a un –entre bromas y veras–
intercambio de invectivas entre la "América del revólver al cinto" y "la vieja
Europa". De hecho, incluso las declaraciones de intelectuales están incurriendo
en connotaciones de carácter emocional.
Cuando el historiador británico Timothy Garton Ash, en "The New York Review of
Books", diferenció entre Estados Unidos y Europa parafraseando el título de un
libro éxito de ventas –"los norteamericanos son de Marte; los europeos, de
Venus"– algunos lectores norteamericanos rechazaron la caracterización sexual de
una Europa afeminada y una Norteamérica machista. Sin embargo, Garton Ash es uno
de los europeos más proamericanos y sus puntos de vista sobre una Europa unida
se hallan más próximos a los de sus numerosos amigos en la "nueva" y
poscomunista Europa que a los de Francia y Alemania.
No obstante, los puntos de vista acerca de lo que Europa es y debería ser están
en realidad en el núcleo del antiamericanismo actual. Los países europeos
avanzan inexorablemente hacia la "unión más estrecha" que exige el fundacional
tratado de Roma.
Hay un mercado único, coronado –al menos para la mayoría de los miembros de la
UE– por una moneda única; una Convención constitucional que propondrá un nuevo
tratado fundamental, tal vez a principios del próximo mes de junio; unos planes
ambiciosos relativos a una política extranjera y de seguridad común y otras
políticas comunes. En consecuencia, ¿cuál es el problema?
Uno de los problemas –tal vez el más esencial– es que la integración europea ya
no enardece la imaginación de los europeos. Quedan aún euroentusiastas, pero
entre los pueblos de Europa prevalece la indiferencia y, en algunos casos, una
moderada hostilidad. Incluso la moneda común no ha arraigado realmente hasta
ahora; es útil pero, en cierto modo, es "extranjera". Subyace a todo ello la
cuestión que persistentemente incomoda: ¿por qué hacemos todo esto? ¿cuál es el
irresistible argumento que proporciona la energía para aspirar hacia la "unión
más estrecha"?
En los años cincuenta, la respuesta era sencilla: los europeos no deberían nunca
ir a la guerra otra vez unos contra otros; por el contrario, habían de estar
unidos frente a la amenaza comunista. Cincuenta años después, estos objetivos
han perdido relevancia. La Unión Europea ha beneficiado a gran parte de la
población, pero no es la clase de motivación capaz de inspirar a la ciudadanía.
En fecha más reciente, la noción de una "identidad europea" ha estado en el
candelero y se da por supuesto que la Unión Europea la expresa. ¿Pero cómo hay
que definir esta identidad?
Éste es el punto con respecto al cual muchos comienzan a emplear un lenguaje
definitorio de Europa por distinción –en realidad contraposición– respecto de
Estados Unidos: Europa como la Antiamérica. En la guerra fría, la entonces Unión
Soviética proporcionó una "justificación" para la Unión Europea; en la era de la
globalización, Estados Unidos cumple tal función.
En materia de comparaciones y contraposiciones, ambos lados del Atlántico poseen
por descontado un largo historial. Cultura europea y economía norteamericana,
profundidad europea y materialismo norteamericano: se trata de temas ya antiguos
y agotados. La mayoría de la gente utilizaría hoy un lenguaje más sutil. Alude
en el fondo al que considera capitalismo americano sin freno, al que contrapone
la economía social de mercado europea. En el plano internacional, a Europa le
complacen los acuerdos multilaterales, mientras Norteamérica prefiere ir por su
cuenta.
Europa, desde otra perspectiva estereotipada, se halla sumida en la complejidad
propia de las cuestiones mientras que a Norteamérica le complacen las líneas
claras en los conflictos: o estáis con nosotros o contra nosotros. No es difícil
comprender hasta qué punto los convencimientos y enfoques existentes sobre tales
diferencias en los puntos de vista afectan al debate sobre Iraq.
El resultado es que muchos europeos destacados comienzan a definir sus objetivos
por contraposición a Estados Unidos. El euro debe mantener su posición contra el
dólar –y ¡viva!– ahora está por encima del dólar... La política exterior europea
debe proporcionar un contrapeso al de la superpotencia al otro lado del
Atlántico.
Si se examinan las cosas de cerca, las frases fáciles como éstas son muy
preocupantes. Los ocho (ahora nueve o más) gobiernos que han firmado la
declaración de Aznar, Berlusconi y Blair en apoyo de Estados Unidos lo han
comprendido. Han puesto el énfasis en los inequívocos e íntegros valores
occidentales, los valores de la ilustración y la libertad. Se trata de valores
compartidos por Europa y América –y algunos otros–, de valores que merecen ser
defendidos por aliados. Cuando de valores se trata, cualquier intento de dividir
las tradiciones americana y europea es equivocado y constituye un extravío.
Es posible que estos valores compartidos planteen una mayor dificultad para dar
con la tan deseada identidad europea. Sin embargo, introducir el sentimiento
antiamericano, aun sin pretenderlo, en la dinámica de la construcción europea no
sería honrado y sería en cambio sospechoso desde el punto de vista moral y
peligroso desde el punto de vista político para todos los europeos amantes de la
libertad.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa