LA ESPAÑA PLURAL
Artículo de Jaime Ignacio del Burgo en “La Razón” del 27/02/2004
Hasta la confusión provocada por la irrupción nacionalista del socialismo
catalán, era valor entendido hablar de la pluralidad de España. Todo el mundo,
en el campo del constitucionalismo español, estaba de acuerdo en resaltar la
armoniosa conjunción entre los conceptos de unidad y de diversidad. España, se
decía, es una y plural. Los nacionalistas catalanes ¬salvo Esquerra¬ aceptaron
esta idea constitucional de España. Los nacionalistas vascos nunca lo hicieron.
Pero desde la declaración de Barcelona todos los nacionalistas decidieron aunar
esfuerzos para provocar un cambio sustancial en el modelo constitucional pactado
en 1978 y allanar el camino hacia el objetivo final de la independencia. Para
ello es imprescindible como paso previo la conversión de España en un Estado
plurinacional.
Tanto en el Plan Ibarreche como en el de Artur Más, pendientes de discusión
en los Parlamentos vasco y catalán, se reivindica el derecho a la
autodeterminación y no se renuncia a la independencia, ni aunque el País Vasco
consiga convertirse en un Estado asociado con España o Cataluña logre un nuevo
status de relación con el Estado para su configuración como nación soberana. En
ambos casos el Estado plurinacional quedaría reducido a una especie de
cooperativa de servicios comunes, como la defensa y la diplomacia.
El pacto constitucional de 1978 configuraba un modelo de organización
territorial basado en el reparto del poder político entre el Estado y las
Comunidades Autónomas. El grado de autonomía constitucionalmente permitido es
realmente extraordinario. España se ha convertido en uno de los países más
descentralizados de la Unión Europea. En los últimos años, bajo el impulso del
Partido Popular, injustamente tildado de involucionista, el proceso autonómico
ha dado pasos de gigante hacia la culminación del modelo diseñado en la
Constitución. No debe olvidarse que la clave del actual modelo territorial es
afirmar la autonomía junto con la reserva al Estado de un importante haz de
competencias dirigidas a garantizar al pueblo español en su conjunto el disfrute
de los derechos y libertades fundamentales y la consecución de un marco común
económico, social y cultural presidido por los principios de cooperación y de
solidaridad.
Si el PP y el PSOE mantuvieran en estos momentos el consenso básico que ha
presidido hasta ahora sus relaciones en materia autonómica, la estabilidad
institucional de España estaría garantizada.
Pero Maragall ha destrozado el discurso constitucional del PSOE. Y no sólo
porque su proyecto de federalismo asimétrico, su idea de llegar a un acuerdo
«con Castilla», (porque a su juicio hay en España cuatro naciones: Cataluña,
País Vasco, Galicia y el resto castellano), y sus propuestas para superar el
marco constitucional en el futuro Estatuto de autonomía, impiden a los
socialistas mantener un discurso homogéneo en toda España, sino sobre todo
porque ha pactado un programa de gobierno para Cataluña imposible de satisfacer
sin promover un nuevo y temerario proceso constituyente en España.
Maragall actúa ya como presidente del Estado catalán y ha entregado la
dirección de su gobierno a ERC que no oculta su antipatía por España y que en
todas sus acciones (y tiene a su cargo departamentos clave como la educación)
manifiesta su voluntad de aprovechar esta oportunidad histórica para acabar con
el actual modelo constitucional.
Como español me siento muy preocupado por la pérdida por parte del PSOE de la
E de España. Tener divergencias internas tan profundas en un asunto tan esencial
como la propia idea de España no es síntoma de vitalidad democrática sino de una
grave crisis capaz de acabar con el partido como proyecto nacional.
Resulta patético contemplar a Zapatero en el balcón de la Generalidad,
flanqueado o, mejor, secuestrado por Maragall y Carod Rovira, y luego proclamar
a los cuatro vientos que él garantizará la unidad de España, cuando ha sido
incapaz de imponer su autoridad al presidente catalán. El episodio de Carod
Rovira, proporcionando a ETA el pretexto para dejar fuera a Cataluña de sus
acciones criminales, es sin duda muy grave, pues ha roto la unidad frente al
terrorismo y ha dado a la banda un balón de oxígeno cuando se encuentra en una
situación agónica.
Hace bien el PP catalán en no acudir a una manifestación dirigida única y
exclusivamente a salvar la cara del irresponsable negociador y la del propio
Maragall con un lema donde se empieza por descalificar subliminalmente a los
populares al tocar a rebato al pueblo catalán, sustituyendo la palabra España
por la de «Estado», para que se manifieste en primer lugar por la democracia y
el autogobierno de Cataluña como si estuvieran en grave peligro y no por ETA
precisamente, a la que se cita en último lugar de manera vergonzante. Pero todo
esto, con ser muy grave, no es más que un episodio efímero. Lo peor está por
venir y será consecuencia del pacto entre los socialistas y los separatistas
catalanes. Un pacto cuya expresión plástica en estas elecciones generales es la
presentación de listas conjuntas para el Senado.
El fragor de la batalla electoral impide el debate sereno en un asunto tan
trascendental para España. Por eso, me parece muy oportuno el ofrecimiento de
diálogo formulado por Rajoy a Rodríguez Zapatero, que para bien de España espero
continúe siendo líder de la oposición tras el 14 de marzo, para fortalecer
nuestro actual modelo constitucional. Es verdad que la Constitución permite
algún espacio para un mayor desarrollo autonómico. Pero una cosa es discutir
sobre el alcance de ciertas competencias y otro, bien distinto, dinamitar la
idea de España en aras de la construcción de un Estado plurinacional,
disgregador e insolidario, incompatible con la España plural fruto de nuestra
historia, de nuestros sentimientos y del interés general de los españoles.