EL MIEDO AL TERRORISMO
Artículo de EDURNE URIARTE en “ABC” del 28.05.2003
Hay un factor central en cuestiones relativas al
terrorismo que tendemos a olvidar habitualmente y que, si embargo, explica una
parte de las actitudes ciudadanas, de las posiciones intelectuales y, en
ocasiones, también de las decisiones de las propias instituciones políticas. Se
trata del miedo al terrorismo. El miedo explica una buena parte de lo que ha
sido la respuesta a ETA, y sin duda jugará un papel relevante en las
consideraciones que se hagan si se produce una tregua. Lo mismo ocurre en
relación con el terrorismo internacional, y lo hemos comprobado en la guerra de
Irak y ahora de nuevo tras los atentados de Marruecos.
Porque, repentinamente, todas las sofisticadas consideraciones sobre la
legitimidad de la guerra de Irak, sobre el papel de Estados Unidos o sobre la
lucha contra el terrorismo internacional han sido sustituidas por Rodríguez
Zapatero y por Llamazares por un solo criterio de valoración, la mayor o menor
probabilidad de que España sea objetivo del terrorismo fundamentalista. Dicho de
otra forma, la alianza de España con Estados Unidos en cuestiones de seguridad y
defensa sería cuestionable porque los asesinatos de Marruecos han demostrado que
ha aumentado el peligro de atentados contra los españoles.
Los dos pilares en los que debe basarse la lucha contra el terrorismo, la
defensa de los principios democráticos y la defensa de la libertad de las
personas, han pasado a un segundo plano. Y es que tras los atentados de
Marruecos algunos líderes no han resistido la tentación de agitar una reacción
ciudadana muy habitual provocada por el miedo que es la tendencia a sustituir
toda consideración sobre los principios por la obsesión y esperanza de la
seguridad más inmediata y cercana.
Realmente, todos los debates sobre la guerra de Irak y sobre el terrorismo
fundamentalista han estado imbuidos por un potente factor de miedo que tendemos
a olvidar demasiadas veces. Según una encuesta de Gallup sobre la guerra en Irak
publicada hace unos días, la mayor parte de ciudadanos de numerosos países
considera que el mundo es un lugar más peligroso tras la guerra de Irak.
El problema es que esa respuesta no está determinada tanto por la valoración de
las estrategias más adecuadas para combatir el terrorismo, sino por el simple
miedo. Y el miedo suele llevar a pensar que la utilización de la fuerza contra
los terroristas aumentará su agresividad y los hará más peligrosos. O, lo que es
lo mismo, aumentará las probabilidades de que los países occidentales sufran
atentados.
El miedo a un recrudecimiento del terrorismo en nuestros propios países ha
influido de forma muy importante en el rechazo a la estrategia de una parte de
los países occidentales en la persecución del terrorismo internacional. Se
trataría de «no provocar» y alimentar la esperanza de que los terroristas se
olviden de nosotros, e incluso sufran alguna transformación mágica producto de
la exposición de las bondades de los países democráticos. Los últimos atentados
en Arabia Saudí y en Chechenia, y ahora los atentados de Marruecos, han
provocado de nuevo la consideración de que «el mundo es un lugar más peligroso
debido a la estrategia agresiva de Estados Unidos», y, entre nosotros, «debido a
nuestro apoyo a Estados Unidos». Como si todos esos atentados, también los de
Marruecos, no se hubieran producido igual con o sin Afganistán o con o sin Irak,
o como si el 11-S hubiera sido provocado en realidad por Estados Unidos. O como
si la colaboración con otros países en la lucha antiterrorista debiera depender
del mayor o menor peligro que supone para nosotros mismos.
La idea de que un enfrentamiento con el terrorismo provocará su exacerbamiento
suele ir acompañada de la consideración de que el terrorismo es un tipo de
violencia política y que, por lo tanto, tiene causas sociales y sólo acabará
definitivamente cuando se aborden esas causas. Y ni siquiera una experiencia tan
esclarecedora como la de ETA ha servido en España para evitar la persistencia de
ambas falsedades en relación ahora con el terrorismo internacional.
Además, los anteriores razonamientos se ensalzan más en la medida en que más
amenazados y vulnerables se sienten los ciudadanos y los estados. Un buen
ejemplo es el caso colombiano donde el terrorismo sanguinario de las FARC es
respondido con constantes llamadas al diálogo tanto por parte de los ciudadanos
como, al menos hasta el gobierno anterior, por el Estado. La última vez, ante la
intervención del ejército para liberar a varios secuestrados, intervención que
acabó con el asesinato de los secuestrados por parte de las FARC y que culminó
con críticas de los familiares al Gobierno, y no a las FARC, y con una petición
de negociación. Lo anterior, con ser una reacción comprensible en los
familiares, tiende a ser asumido por importantes capas de la población que
interiorizan la situación de secuestro y chantaje que persiguen los terroristas.
El miedo al terrorismo explica una buena parte de las reacciones que se producen
en España frente a ETA, y es seguro que ante la posibilidad de una tregua de ETA
las manifestaciones del miedo se multiplicarán. De hecho, una parte de la
capacidad de influencia y control que los nacionalistas tienen en el País Vasco
se basa en ese miedo al terrorismo. Y no me refiero tanto a la protección que
una integración en el entorno nacionalista puede ofrecer. Me refiero a la
estrategia de pactos y aceptación del chantaje que los nacionalistas proponen.
Esa estrategia se ha basado tradicionalmente en dos elementos, la inacción
policial de las instituciones controladas por el nacionalismo y la búsqueda de
acuerdos con los terroristas.
Y lo inquietante es que ambos elementos, tan contrarios a los principios
democráticos y a la defensa de la libertad, son percibidos por muchos ciudadanos
como mucho más tranquilizadores que lo que proponen los partidos
constitucionalistas, es decir, el combate al terrorismo. Porque el miedo provoca
la aceptación del chantaje. Todo es válido con tal de que la amenaza terrorista
desaparezca. Y la pureza democrática que la injustamente ensalzada sociedad
civil tiende a exhibir en los periodos fáciles y poco problemáticos, se trastoca
en cobardía, rendición y plegamiento a todas las condiciones del secuestro
terrorista.
El miedo provoca una fatal atracción hacia la aceptación del chantaje terrorista
en todas las sociedades. Y los ingredientes de esa reacción se repiten de la
misma forma, se trate de ETA o de Al Qaeda. Al menos, años de experiencia
práctica y la propia debilidad actual de ETA hacen pensar que la sociedad
española está preparada para evitar ese chantaje en el caso del terrorismo
nacional. El problema es que ahora nos enfrentamos a un terrorismo internacional
mucho más difuso, más fuerte y peligroso que el de ETA. El miedo se ha disparado
y muchas de las actitudes que se desplegaron frente a ETA, la inacción, la
huida, la negociación, vuelven a florecer. Cualquier cosa a cambio de una
salvación que los terroristas, por su propia naturaleza, nunca han garantizado
ni garantizarán.