EL PACIFISMO DE ZAPATERO

 

 Artículo de Edurne URIARTE  en  “ABC” del 21/09/04

 

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

La posición en política internacional que defiende esta semana en Naciones Unidas José Luis Rodríguez Zapatero contiene todos los ingredientes del pacifismo más políticamente correcto. Y la simplificación mitinera que realizó José Blanco sobre sus objetivos en la ONU resume en realidad su filosofía más profunda: «El presidente sustituirá las guerras preventivas por la guerra contra el hambre». Es decir, no a las guerras, y, contra la violencia, soluciones políticas que combatan las causas; frente al militarismo de Bush o de Aznar, pacifismo.

Si unimos la proclamación de Blanco a las declaraciones de Zapatero de los últimos meses, insistencia en que hay que luchar contra el terrorismo con medidas políticas, énfasis en las causas, crítica a las medidas militares, negativa a utilizar los términos de terrorismo fundamentalista o islamista o sugerencia de que la retirada de las tropas extranjeras facilitará la pacificación de Irak, tendremos el cóctel completo de las soluciones pacifistas de este Gobierno y, sobre todo, sus limitaciones.

Zapatero insiste en las medidas políticas contra el terrorismo porque considera que su origen principal está en la pobreza y la opresión. Evita el término de islamismo porque piensa que el fanatismo es una consecuencia de lo anterior y no una causa con vida propia. Y, en la línea del pacifismo más correcto, rehuye las medidas de fuerza; el concepto de militar, o no está en su discurso, o tiene un sentido negativo. En su horizonte, no hay soldados, no hay disparos, no hay sangre.

El problema de esta interpretación es que el objeto interpretado, el terrorismo fundamentalista, es totalmente indiferente a la receta pacifista. No es sensible a las medidas sociales o de liberalización política porque su motivación fundamental, el islamismo, es independiente de las causas sociales y políticas con las que algunos lo quieren asociar. Y, en su horizonte, sólo hay crimen y sangre.

Por eso la política exterior amable que Zapatero desea contraponer a la agresividad americana o a la del anterior Gobierno contiene muchas medidas complementarias positivas en sí mismas pero ninguna útil para enfrentarse al núcleo de la violencia fanatizada. Porque en ese punto es preciso hablar de las medidas de fuerza y del militarismo que tanto evita Zapatero. Y los excesos militaristas de otros se convierten en los defectos pacifistas de nuestro presidente.

Pero, además, no está muy claro el lugar de España en sus consejos sobre multilateralismo y soluciones políticas. Y me refiero al lugar en la amenaza. Porque temo que, a pesar del 11-M, Zapatero ofrece líneas de acción contra la violencia sin haber asumido que también para España, y no sólo para Estados Unidos, el terrorismo constituye la amenaza principal. Su pacifismo minusvalora la causa central y, probablemente, confunde la dirección y las dimensiones de la amenaza y la inevitable imbricación de España en una guerra que el fundamentalismo ha declarado, a pesar del pacifismo.