CARRILES BICI Y BOMBAS LAPA
Artículo de ANTONIO ELORZA, Catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense, en “El Correo” del 1-6-03
He visto a Odón Elorza una sola vez en mi vida. Fue hace
dos años, cuando me concedieron el Premio José Luis López de Lacalle, en el
primer aniversario de la muerte del veterano militante de la izquierda vasca. En
un momento del acto celebrado en Donosti, al salir de la sala donde se reunían
familiares, amigos, socialistas guipuzcoanos y otros políticos demócratas, di
con Odón, que se encontraba en el quicio de la puerta. Nadie le podía reprochar
su ausencia, pero se las arregló para no estar entre los asistentes propiamente
dichos, ni entonces ni en la comida que siguió, como si quisiera escenificar la
equidistancia de que hace gala en sus actuaciones públicas y en los escritos
recogidos en el librito 'La ciudad que nos une'. Es el hombre que se encuentra
de viaje en la primera gran manifestación de ¡Basta ya! o que, cuando los
concejales de Batasuna sacaron sus cromos de presos en un pleno tras el
asesinato de un concejal del PP, se limita a pedir un informe jurídico sobre la
cuestión. Lo suyo es desarrollar una eficaz política municipal en la capital
guipuzcoana, lo que está muy bien, pero sobre un telón de fondo en que las
declaraciones contra la famosa crispación o a favor del diálogo, y de paso
contra el 'frentismo' de abertzales y constitucionalistas puestos en pie de
igualdad, se resuelve una y otra vez a favor de los primeros.
No hay otra salida, ya que en principio se supone que un socialista, por muy
reformador que sea, ha de ser un defensor de la Constitución. Si cada vez que se
refiere a ella, lo que hace es denunciar el «inmovilismo», resulta evidente la
elección de campo. Por lo mismo acaba siendo lógico su alineamiento con la
perspectiva de una alianza municipal con PNV-EA, tras denunciar el «regalo
envenenado» del apoyo anunciado por el PP y calificar una coalición con este
último partido, no de regresiva, lo que sería explicable, sino de «contra
natura». Como en tantos otros casos, la equidistancia es una máscara.
Pasqual Maragall ve en Odón Elorza al político español de «mayor coraje». No
será, desde luego, porque nuestro alcalde asuma el riesgo de un atentado obra de
los feroces constitucionalistas, a quienes comparó en una ocasión con las tropas
lusobritánicas que en 1813 quemaron la ciudad. En términos políticos y humanos,
mayor coraje tienen o tuvieron Ana Urchueguía, Rosa Díez o Maite Pagazaurtundua.
Más bien, al lado de su labor de gestión digna de elogio, lo que representa su
política de alcance general es todo lo contrario: negarse a afrontar la dura
realidad del país, apoyándose en un par de generalidades del 'constitucionalismo
útil' para proponer una vía de supervivencia al socialismo vasco donde su
'autonomía' es el pasaporte de la subalternidad respecto del PNV. Basta saber
sumar para entenderlo. Está bien que defienda con uñas y dientes su 'txoko'
municipalista; es mucho más discutible que pretenda proponer desde el mismo una
política ciega ante el soberanismo de PNV-EA. Al parecer, Madrazo causa envidia.
Porque en vez de declamar contra la intransigencia, los frentes y quedarse
satisfecho al consagrar un parque a las víctimas del «terrorismo y la
violencia», conviene recordar que el terror sigue existiendo, como nos recuerda
trágicamente el atentado del viernes en Sangüesa, y que a estas alturas
conformarse con el llanto y los gestos es simplemente obsceno. Porque estamos
ante un terrorismo político, llevado a cabo por ETA y sustentado en una trama de
organizaciones sociales y políticas a las que es preciso combatir. Y, sobre
todo, pensando en la postura de los defensores de un socialismo entreguista,
porque en estos últimos meses venimos asistiendo a una actuación decidida por
parte del nacionalismo democrático, en todos los campos y muchas veces contra
todas las normas e instituciones del Estado, para proteger de la destrucción con
que les amenaza la Ley de Partidos a esos grupos que desde la legalidad venían
sirviendo de correas de transmisión al centro de decisiones etarra. De nada
valen los rituales públicos con minutos de silencio por las víctimas ante el
ayuntamiento si luego te asocias a aquellos que hoy se dejan la piel en la
defensa del brazo políticos de los criminales.
A muchos nos gustaría volver hacia atrás las agujas del reloj de la historia,
con la posibilidad de unas coaliciones más o menos amplias entre PSOE y PNV, y
tal vez los mismos o más deseamos que la presión del terror desaparezca y sea
posible plantear unas elecciones frente al PP con la reforma de la Constitución,
de sentido federal, sobre el tapete. Pero aquí y ahora seguimos bajo el imperio
de la muerte, protegido en el plano político por un tripartito consagrado a la
nueva carlistada del enfrentamiento a muerte con Madrid. Y la política no es
solamente compromiso o razones de partido, sino en primer término ponderación de
los factores que actúan sobre una realidad y establecimiento consiguiente de
prioridades de cara a una elección racional. Pensar, llegados a este punto, que
más vale pactar con el PNV por ser más favorable a los parques o a los carriles
bici no es simplemente un error. Constituye una dejación del deber que obliga a
todo político leal al concepto de libertad: otorgar una prioridad absoluta a la
defensa de la democracia ante quienes intentan destruirla, y también ante los
que han convertido en estrategia el encubrimiento y la defensa de sus agresores.
Sean éstos 150 ó 170.000.
El regreso de las 'ekintzak', con el aval inmediatamente proporcionado por los
nacional-socialistas (Sozialista Abertzaleak) deja las cosas bien claras, por lo
que a las intenciones políticas de ETA se refiere, y descubre de forma no menos
diáfana el significado de la resistencia numantina, con toques de tragicomedia,
decidida por el Gobierno vasco y el tripartito frente a la ilegalización de
Batasuna y de sus disfraces políticos. Atutxa ha mencionado la palabra
«dignidad» al justificar la insumisión del Parlamento vasco frente al mandato
del Tribunal Supremo. ¿No cree que la única dignidad residiría en probar que
Batasuna no es ETA, si de veras piensa oponerse por todos los medios a su puesta
fuera de la ley? ¿Hasta cuándo son soportables despropósitos como los de
Anasagasti al decir que estamos ante un recurso al «pase foral», con el 'se
obedece pero no se cumple' amparado por la Constitución?
Todo esto nada tiene que ver con la retórica españolista de Aznar. Apenas
celebradas las elecciones, ETA ha reabierto su sendero del crimen político y una
vez más el comportamiento de sus servidores en la legalidad confirma que nada ha
cambiado. La muerte en Navarra supone una advertencia encubierta a PNV y EA: si
son buenos, es decir, si siguen en el papel de encubridores políticos, les
mantendrán fuera del coto de caza. Ibarretxe y los suyos lamentarán las muertes
y acusarán indirectamente al Gobierno por 'crispar' la escena política vasca con
la Ley de Partidos y su aplicación.
Sólo del plan soberanista, convertido de disparate político en bálsamo de paz,
vendrá la solución. El eco logrado en las urnas aconseja seguir con el engaño, y
seguir hasta el fin, con la pugna artificial con Madrid, en vez de con ETA, a
modo de resorte para mantener la necesaria tensión. Volviendo la vista hacia
atrás, con el 13-M de 2001 en el punto de mira, cabe apreciar un cansancio entre
los constitucionalistas y un avance de los que ven en el plan Ibarretxe la
salida del túnel, por usar la misma expresión de la que se sirviera el
lehendakari. Así las cosas, a favor de la ofensiva montada desde Ajuria Enea,
ETA tiene todas las razones para volver a matar, y a hacerlo con la máxima
intensidad posible. Pocos reconocerán que el único freno a la escalada de la
muerte no ha venido de las concesiones permanentes del nacionalismo democrático,
sino de las leyes y de los recursos empleados por el Gobierno central. Ante el
crimen de Sangüesa, sería bueno que los socialistas vascos, por encima de su
guerra particular con el PP, lo tuvieran en cuenta a la hora de elaborar su
política.