536 KILOS
Artículo de Iñaki Ezkerra en “La Razón” del 01/03/2004
Con 536 kilos de explosivos pensaban al parecer volar este diario en el que
colaboro ¬y para el que ahora hilo estas líneas¬ los dos etarras que ayer fueron
detenidos por la Guardia Civil en la provincia de Cuenca. Cuando conocí la
noticia no supe ni qué decir. Sólo me vinieron a la cabeza imágenes de los
amigos que hacen diariamente este periódico, imágenes de los despachos y las
naves que ellos recorren, imágenes de la máquina del café ante la que se paran a
coger gasolina para seguir trabajando y hacer posible lo que es un verdadero
milagro: estos pliegos de papel donde nunca me han censurado ni una coma desde
que empezaron a imprimirse hace cinco años, estas páginas donde escribo con una
libertad que no he conocido en los veinticinco años que llevo escribiendo en el
País Vasco. Pensé en lo que habría ocurrido de no haberse producido esa
detención y me acordé también de la «Brunete mediática», esa expresión que usan
por consigna los políticos nacionalistas y los que escriben en el «Deia» o en el
«Gara», esos que no corren peligro de que ETA les prepare un «bombardeo» de esas
características, todos esos que forman lo que podríamos llamar no de modo
figurado sino literal la «Cóndor mediática», la que precede a las bombas
auténticas de ETA y la que señala sus objetivos, los Guernicas que van teniendo
lugar no ya en la Guerra Civil ¬que cae un poco lejos, la verdad¬ sino en
nuestra etapa democrática.
Siempre he pedido con orgullo en los quioscos de Bilbao este diario que ha
sido mi terapia y el gran responsable de que no me haya vuelto loco o de que no
me haya salido una buena úlcera de estómago durante estos últimos años en los
que las mordazas de la censura se hacían más insoportables que nunca en Euskadi
porque han sido los años en los que Arzalluz y Otegi se han empleado más a fondo
contra la libertad de los ciudadanos vascos. Siempre he disfrutado al reparar en
los reojos de odio o de miedo cuando lo compraba, la mala cara de alguna vieja
del PNV, que son las peores. Esa gente me da marcha, lo admito. Me gusta mirarla
de frente como espetándole «sí, todavía estoy aquí y sigo diciendo en este
diario lo que me da la gana sobre vosotros, lo que me da la gana, sí, y que no
es otra cosa que la verdad, delatando vuestro sucio juego». Día a día he ido
viendo a LA RAZÓN asentarse en Euskadi, legitimarse, ganar terreno no para él
sino para todos, superar aquella clandestinidad de hace cinco años, aquellas
falsas caras de extrañeza que te ponían algunos quiosqueros, conquistar su
derecho a existir porque en Euskadi los derechos no se tienen sino que se
conquistan en cada jornada, en cada minuto. Siempre ha sido para mí un placer
decir en voz alta «¿me da LA RAZÓN?» en una tierra donde hay tanta gente
empeñada en quitarle a uno la razón a todas horas y aunque tenga más razón que
un santo o quizá por eso mismo. Pero a partir de ahora lo compraré con más
orgullo y más respeto si cabe, como realizando una ceremonia laica, como cuando
voy a votar. A partir de ahora tendré todavía más consciencia de ese privilegio
y valoraré más ese momento.
«Qué difícil es cuando todo baja no bajar también» escribió Machado, pero aún
más difícil resulta «cuando todo baja no sólo no bajar sino subir y subir más»,
que es lo que ha hecho este periódico desde que nació. El País Vasco es más
libre hoy gracias a él y por eso ETA lo quería volar con 536 kilos de
explosivos. Algo se hace muy mal cuando ETA decide indultarle a uno, cuando le
pone buena nota política y lo considera uno de los suyos o alguien que por lo
menos no se ha posicionado frontalmente ante ella. En esas ocasiones lo único
que puede hacer un ciudadano cabal y decente es preguntarse qué habrá hecho mal
para merecer tal felicitación ignominiosa y macabra, en qué se ha podido
equivocar y terminar pareciéndo a ETA para que se haya podido producir ese
malentendido.
El viernes pasado estuve en Barcelona asistiendo al acto de presentación de
una nueva plataforma, Ciudadanos para la Libertad, que en compañía de la AVT, le
respondía a la banda terrorista en su manifiesto: «ETA, guárdate tu indulto». La
presidenta de esa recién creada plataforma, Isabel Calero, me decía que lo que
más le indignaba de ese grotesco episodio del comunicado que había venido
precedido por el encuentro de Carod-Rovira y Josu Ternera, era que los asesinos
consideraran a la sociedad catalana «de los suyos» y pensaran lejanamente, en lo
que a ella le tocaba como ciudadana de esa sociedad, que podía tener alguna
cercanía o coincidencia con esa gentuza y sus cómplices ideológicos. «Que no se
equivoquen conmigo», exclamaba sólo tener noticia del famoso indulto. Yo la
entendí muy bien. La entendí porque desde que tenía veinte años he sentido la
apremiante necesidad de que mi voz se oyera para poder dejar claro que «yo no
tenía que ver nada con eso» y porque vivía como moralmente insoportable la
posibilidad de que se me pudiera incluir dentro de la comunidad que aplaudía
esos crímenes y ese chantaje o que no reaccionaba ante ellos con dolor y con
rabia. Si algo debo a LA RAZÓN precisamente no es sólo que me haya dejado
levantar la voz contra toda esa ignominia sino hacerlo con la precisión y los
matices que ¬me parecía¬ debía tener ese rechazo y con los que debía señalarse
la responsabilidad de sus cómplices políticos y morales.
No hay miedo de que ETA confunda con «uno de los suyos» a este periódico. Mi
gratitud y mi admiración a quienes lo sacan todos los días adelante, a los que
por estar ahí les habrían caído esos 536 kilos de horror y ayer, cuando los
llamé por teléfono, bromeaban diciéndome: «Parece que a ETA no le gusta lo que
hacemos». Sí, parece, que ETA no cree buena idea indultaros. Mi enhorabuena por
ello, no sólo por el fracaso de sus planes.