LA BODEGUILLA Y LA «VOGUEDILLA»
Artículo de Iñaki Ezkerra en “La Razón” del 23/08/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Lo más ridículo de la foto de las ministras en el porche de La Moncloa no lo
captó la cámara del «Vogue». Lo más ridículo es que Zapatero andaba escondido
por los alrededores como un colegial rarito y voyeur, como el artífice en la
sombra -que era- de esa idea que, antes que desafortunda, torpe o cualquier otra
cosa ha sido eso: una idea rarita. En los años ochenta cuando la gente iba a La
Moncloa ya sabía lo que le esperaba. Felipe la llevaba a su bodeguilla y la
emborrachaba. Ahora, a los pobres invitados que caen por esa casa Zapatero los
disfraza y les obliga a poner posturitas y se esconde detrás de unas columnas o
unos setos en plan mirón mientras les hacen fotografías.
Hay algo de gazmoño y de colegial en todo esto que clama al cielo. Eso es lo
primero que realmente llama la atención en esa iniciativa y en esta gente: su
ingenuo afán epatante. ¿A quién quieren impresionar? ¿Qué nos quieren decir con
esa broma de colegio de señoritas? Si de lo que se trataba era de escandalizar
se sale en Interviú y en pelotas como Dios manda, pero no en esa sesión pacata
de vestidor pijo que parece una ocurrencia subversiva de la institutriz de la
emperatriz Sisí o de un club de Sor Intrépidas postconciliares. En el cine de la
España franquista y postconciliar fue un motivo recurrente las monjitas que se
sacaban el carné de conducir o que tocaban la batería. Aquel rancio aperturismo
como de guardería dio lugar a títulos gloriosos («Sor Citröen», «Sor yeyé…») que
hoy llaman «entrañables», palabra que generalmente quiere decir «que las vea su
padre». Pues bien, la foto de La Moncloa adolece de una entrañabilidad, un
aperturismo y un infantilismo semejantes, de un tufo escolar-clericoide muy
representativo del momento político que estamos viviendo («Qué buenos son/los
fotógrafos del Vogue./Qué buenos son,/que nos llevan de excursión») así como de
la naturaleza frívola y pueril de la ofensiva de nuestra autodenominada
«izquierda» para alcanzar el poder. Zapatero ha querido sacar a sus ministras de
la pancarta porque la pancarta no es una prenda que luzca mucho en la pasarela
social, queda un poco rígida. Pero, en cuanto se sale de la pancarta, Zapatero y
su gente desbarran porque detrás de la pancarta no había nada, nada que se
sostenga fuera de la pancarta misma.
Si no hubieran llegado al poder desenterrando a todos los muertos de la
Guerra Civil y toda la bisutería simbólica, caduca y vacía de la izquierda, los
martillos polvorientos, las hoces roñosas, los bigotes desmochados de Stalin, la
letra mohosa de la Internacional… Si no se hubieran erigido en «los parias de la
tierra» y en los comisarios políticos de toda hipócrita veleidad centrista de la
derecha, esa foto no sería tan estridente. Pero cuando se ha hecho todo eso y
cuando, además, se ha hecho una bandera ideológica del «talante», es decir que
se han convertido las formas en un valor tan importante o más que los propios
contenidos, esa foto resulta no sólo un episodio chusco sino una escenificación
del desenmascaramiento por todo lo que tiene de traición no al proletariado ni
tampoco a la mujer trabajadora ni a la Revolución de Octubre ni a los Mártires
de Chicago sino a la simple pancarta que se ha llevado encima durante meses. Y
una cosa así sucede cuando esa pancarta, cuando los lemas, las consignas, los
eslóganes que se pintaron y se gritaron no son el fruto de la reflexión política
ni de las convicciones ideológicas -eso sería lo lógico- sino algo anterior e
independiente de éstas. No es que la foto de La Moncloa resulte escandalosa sino
que delata como un efecto retardado algo que ya sabíamos: lo que de escandalosa
tenía toda aquella ofensiva tan radical como artificial, aquel izquierdismo
impostado, la contradicción que se expresa en el propio Zapatero entre su
programa «heavy» y su sonrisa «light». No es que nadie se haya creído que ese
PSOE sea depositario de las esencias de la izquierda sino que la foto evidencia
la frivolidad y superficialidad políticas que ya se le suponía. A diferencia de
Sor Citröen, la monja postconciliar que fingía una falsa modernidad saltándose
los semáforos, las ministras del «Vogue» no se escaparon por unas horas de
ningún convento de clausura ideológico. El «Vogue» es lo suyo, han estado
hojeando siempre el «Vogue» en la peluquería, soñando con salir en sus páginas.
Y, de este modo, esa foto suya de La Moncloa es más falsa que la mala moneda
porque tiene un punto de partida también falso y alimentado por otro tipo de
incomunicación que no es la religiosa sino la de la endogamia partidista. Esa
foto pretende decir: «Nosotras, que somos el alma del socialismo nos permitimos
en un acto de concesión salir en una revista que simboliza el consumo
capitalista». El problema es que nadie cree de verdad que ellas sean el alma de
nada. Esa foto habría tenido sentido con Rosa Luxemburgo o Dolores Ibárruri. En
las ministras del PSOE es simplemente una redundancia y una prueba de la famosa
prepotencia que se le ha atribuido a Aznar. Esa foto tiene también algo de
infantil desafío, que es probablemente lo que más irrita de ella: «Como nosotras
representamos la quintaesencia del socialismo y estamos por encima del bien y
del mal, nos podemos permitir esto y lo que nos dé la gana».
Dicen que Zapaterín (El «Aznarín» de Umbral carecía de estas dotes de niño
perversito) tenía la intención de llevar también a sus ministros para vestirlos
con la misma ilusión que lo hacen las crías a las Barbies o a las muñecas de
Famosa. Yo creo que debe hacerlo. Sería una pena que ahora se echara atrás
intimidado por la polémica. Sería tanto como reconocer su error o –peor aún– su
debilidad ante las críticas. Sería demostrar que esas críticas eran fundadas y
dejar con el culo al aire a quienes le han defendido, empezando por la propia
directora del «Vogue», que ha dicho que Rajoy también posó de ciclista. El
problema en el fondo de esta gente es la falta de sentido del humor. Y Azaña
también posaba de cura, pero no es lo mismo.